Pasos perdidos

Pasos perdidos

    El camino hacia la cama no siempre es el mejor camino, en contraste con lo que sugiere la conocida canción. No existe alivio para lo que se viene cuando sabes que el esquivo Morfeo será tu peor enemigo, uno que parece invencible, mas no lo es del todo así. Vueltas y vueltas en la piltra, agujas invisibles que se clavan en la piel, el roce es insoportable. A mi lado, atrapada, una persona duerme plácidamente; la observo y me pregunto, ¿por qué tengo que estar aquí? Si me duele verte dormir, ver tu tranquilidad, porque para ti es tan fácil, tan natural cuando yo no me puedo reconciliar con ese dios, uno de los Siete Eternos. No comprende mi enojo, un enojo incomprendido por quien sueña. Piensa que es su propia culpa, qué lejos de la realidad está, o tal vez, ¿acaso no eres real? Una realidad que empiezo a crear desde ese mismo instante, una más.

    Otra noche sin redención, otra que me obliga a errar por el corredor de los pasos perdidos. Siempre lo mismo, cada noche caminando desorientado, sonambuleando por un sendero de oscuridad, mientras tanto, poco a poco, sin pizca de decoro, te vas hundiendo en ese maravilloso infierno mental, con la vehemencia de quien deja escapar la oportunidad. El desvelo es la cuerda impelente que tira de los versos olvidados de la memoria, un castigo perpetuo que ilumina esos recuerdos que creíamos haber perdonado y apartado, dejándolos apagados al fondo, muy al fondo; con implacable magnificencia, la pernoctación enciende y tira la cerilla sobre el combustible de los irracionales miedos ocultos.

    Pensamientos agrios, agripnios, perspectivas imposibles de terror al más puro estilo de Escher, cada una más sombría que la anterior. No es simplemente la ausencia del sueño, el no dormir, es el tempo de un periplo solitario por los pasajes fangosos de la razón, una penitencia, un karma no cobrado, una revelación, quién sabe. He aprendido a disfrutarlo, aunque sé que soy causador, creador de dolor para la persona a mi lado, la que más amo, y no, no es justo para nada, arrastrar a otros, hacerlos partícipes involuntarios de este ciclo interminable de desesperación y cavilaciones. La quietud es mera ilusión; dentro de mí es puro fuego, una pugna furiosa e inmisericorde. Una pesadilla lúcida y solitaria contra la conciencia, enemigo invencible, un maestro, un maestro que fuerza la confrontación con los demonios internos, con la existencia y los errores vividos que te empujan más y más hacia el abismo.

    Con los ojos bien abiertos, incapaz de cerrarlos, no veo nada, hago un esfuerzo por apretar los párpados, es imposible; una tortura en la negrura de esa habitación que ahora se ha vuelto irreconocible, trocándose en una maldita prisión. Me falta el aire. Al lograr cerrar los ojos, el mundo no se apaga; en cambio, la realidad se transforma en un sismo de haces punzantes y pensamientos tenebrosos. Las vueltas interminables se hacen eternas; las horas pasan lentas, distorsionadas y cada expresión es una herida nueva. Al menos ya no me duele el pecho, tanto; aunque siento esa terrible presión, puedo respirar un poco. Saber que todo esfuerzo por conciliar el sueño es inútil, una lucha desesperada contra un enemigo invencible. Me gana el cansancio.

    Me da gusto que estés a mi lado; saber que no estoy solo en esta contienda no es consuelo, pero lo valoro. Hay otros muchos luchando con la misma tormenta incesante, y siempre termina igual… derrotados, sin paz… al amanecer.

Aun así, ¡fuerza!
Que al final siempre sale el sol.

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