El silencio del viento

Globos aerostáticos volando al atardecer

    «“¿Qué pasa? Dios… mi
” se lamentó al tiempo que cubría su cabeza con la almohada. Volvieron a golpear con gran estruendo la puerta de la habitación del hotel, era muy temprano, ni siquiera había amanecido, “¿Quién…?”. Repentinamente, la puerta se abrió de un portazo, revelando en la penumbra la silueta de un grupo de amigas con la vitalidad y entusiasmo intensos propios de la adrenalina juvenil, en una hora donde la mayoría aún duerme. Cuatro o cinco, o tal vez más; no pudo contar, apenas podía abrir los ojos, la resaca persistente impedía calcular con precisión. La noche anterior, bueno, mejor dicho, hasta hace escasas horas, estaba entregada a la farra de un boliche tras otro.

    “¡Qué carajos, boludas!”, atinó a decir antes de ser arrancada de la cama por la fuerza de un tirón. "¡Dale, despertá, gran domadora del viento! El día nos llama y las olas nos esperan, nos vamos a perder las mejores si no espabilás, ¡deprisa pendeja!”, exclamó la más efusiva del grupo, agitando una tabla de surf con entusiasmo contagioso. La brisa salada del mar entraba por el ventanal, llevando consigo el sonido inconfundible de las olas llegando a la costa, como un mantra, un llamado para los oídos más afinados. “Resacosa vamos”, a regañadientes, entre risas y empujones, casi le sacan desnuda, la chica apenas tuvo tiempo de vestirse, sin darle siquiera tiempo a ponerse el neopreno y las chanclas, pero qué importa, ¿verdad? El vigor que impregnaba cada fibra de su ser mandaba y exigía acción. Agarró su tabla y se unió al grupo que salía de la habitación. Mientras tanto, la chica que quedó sola en la cama, se envolvió en la sábana y se dio vuelta, “Están locas” murmuró para sus adentros, siguió durmiendo.

    Juntas, unidas en su propósito, volaron hacia la playa, apenas a una tirada de piedra del hotel. La mañana despuntaba, y la suavidad y frescura de la arena acariciaba sus pies mientras avanzaban, riendo por la libertad de aquel momento único, juventud y amistad ¡¿qué mejor combinación que esa?! La expectativa del inminente encuentro con el océano crecía en emoción con cada paso. Las olas estaban perfectas, majestuosas y desafiantes, perfectas para las almas intrépidas. Al llegar a la orilla las cuatro amigas, con los pies hundidos en la arena, sintieron la caricia del viento marino en sus rostros y sus cabellos sueltos al viento, una respiración profunda llenaba sus pulmones, una respiración consciente en una vida carente de sentido, sólo consciente, al deseo de absorber con todo cada fragmento del tiempo y el espacio que estaban viviendo. El rugido incontenible de las olas resuena con la fuerza indomable de la naturaleza. Respeto y admiración.

    Y fue en ese mismo instante que la calma se apoderó de la atmósfera, todo quedó quieto en ese preciso momento. Silencio atronador. Un pensamiento colectivo, “Qué raro, esto no es normal”, una quietud inusual. La brisa, que solía acariciar con suavidad los árboles, la fuerza que movía las hojas, las nubes normalmente nómadas no están corriendo en el cielo, todo quedó estático; incluso el viento ya no agita las aguas del mar, y las banderas colgaban inertes, mudas por la singularidad.

    La espera se alargó, y con cada segundo que transcurría, comenzó la desesperación, “¿qué había sucedido?”. Algo inexplicable había ocurrido; el viento se había desvanecido sin previo aviso, perdido, había desaparecido, sin dejar rastro alguno. Ni siquiera el eco familiar de las olas rompiendo en la orilla, el mar, en su magnitud, se transformó en un espejo tranquilo; la mañana se sumió en una calma desconcertante, como si el aliento que da vida a la tierra se hubiera extinguido.

    A poco, en el horizonte las figuras de los imponentes barcos, acostumbrados a ser mecidos por la cadencia de las olas, y los veleros, que una vez navegaron impulsados por el viento, yacían ahora inmóviles, varados en la quietud del agua. El despertar de la ciudad a sus espaldas, se vio envuelta en un silencio de intranquilidad.

    Los aviones, suspendidos en el antinatural silencio del cielo, reposando en tierra firme, al igual que las pandorgas, antes revoltosas en los sueños infantiles, ya no vuelan, resguardadas bajo el brazo de los niños. Los globos que solían elevarse con gracia, ya no surcan los aires, no hay viento que les lleve a ninguna parte. Los molinos de viento, que alguna vez retaron al hidalgo caballero con el giro amenazante de sus aspas, cesaron, quedaron serenos, despojados de esa aparente maldad. La ausencia trajo consigo más que silencio. Ahora, no hay viento que se lleve las palabras, ni viento que barra la suciedad, ni transporte el vapor de agua y refresque el ambiente. El viento ya no canta; el arte y la poesía carecen de la libertad que otorgaba a sus emociones. El pulso que se generaba con su fuerza dejó de fluir, sumiendo a la humanidad en el desconcierto.

    Los poderosos vientos, que una vez clamaron en su furia, enmudecieron. La temperatura, antes regulada por el viento del norte, desafió las expectativas climáticas y su ausencia desencadenó un impacto que no se limitó únicamente a la meteorología, sino también a la esencia misma de la vida. Desde las exuberantes selvas hasta los imponentes bosques, las majestuosas montañas y los vastos desiertos, todos privados, no reciben su aliento. Las praderas, que recibían la caricia del viento, permanecían quietas y silenciosas, en tanto las semillas ya no viajaban en el aire para encontrar su fértil destino. La tierra, desprovista de su amigo errante, suspiraba añorando su presencia perdida.

    Ahí seguía el grupo de amigas, sin saber qué hacer con la desazón de no comprender. Acostumbradas a la libertad que el viento proporcionaba, anhelaban su silbar, la amistad que solía acompañar sus días. Se vieron enfrentadas, ¿por qué ese mensajero de la libertad había desaparecido sin dejar rastro? ¿A dónde se había ido?

    Así, en la inacción de un mundo sin viento, con la fragilidad de la armonía natural sumida en un extraño silencio, las jóvenes aprendieron a valorar con una comprensión más profunda la esencia de la libertad que el viento solía otorgar. No era simplemente una fuerza natural; el viento contaba historias, conectaba lugares, unía personas, animales y la propia naturaleza con el alma de la tierra. “Te echamos de menos, viento” un sentimiento cargado de nostalgia. Su ausencia deja tras de sí un vacío que ninguna otra fuerza podría llenar. Y a pesar que la naturaleza sabe guardar sus secretos celosamente, la promesa implícita de que el viento regresaría, estaba en el aire.»

Una suave brisa sopló de nuevo.

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