Un destino marcado

Sombra figura humana tras unas rejas

(*) El siguiente texto es una historia de ficción que puede ser impactante, perturbadora o emocionalmente intensa.


    «El hombre atemorizado se ubicó directamente sobre un desagüe en el centro mismo de la sala alicatada de azulejos blancos, tan deslumbrantes que apenas le permitían mantener los ojos abiertos, y con mucha incertidumbre, alzó la mirada hacia una imponente regadera suspendida del techo. En medio de la indecisión, se posiciona debajo y, en ese momento, comienzan a resonar ruidos metálicos provenientes de la cañería, acompañados por el estruendo del agua que desata en una cascada abundante. El ser demacrado, en un instante de lucidez, parecía haber esperado algo distinto; identifica que el líquido que recorre su cuerpo es agua y aprovechó la oportunidad para liberarse de la mugre acumulada durante mucho tiempo. En un frenesí, apenas tuvo tiempo para nada más antes de que se interrumpiese el flujo de agua abruptamente. Justo en ese momento, la puerta al costado de la sala se abrió.

    La presentadora del programa, con su discurso sobre "un trato digno" y la salvaguarda de los derechos humanos, apunta a la noble idea de dignificar a la persona, “el desarrollo de una sociedad se puede medir por el trato a sus presos”. Sin embargo, la métrica del desarrollo de una sociedad a través del trato a sus reclusos resulta, cuanto menos, un planteamiento interesante, en aparente concordancia concluye, “Estoy en total acuerdo con que nuestro sistema penitenciario es ejemplo de ello…”

    A continuación, la pantalla se llena con un compilado de imágenes propagandísticas de cárceles con agentes y presos ejemplares, todo enmarcado en instalaciones modernas y pulcras. Esta puesta en escena, aunque pretende ser un ejemplo virtual de desarrollo, no deja de ser un recurso manipulador para la propaganda gubernamental. La contradicción entre la retórica de la dignidad y la realidad representada en esas imágenes resulta tan marcada como la pulcritud artificial de las instalaciones presentadas. Un juego de claroscuros que desafía la autenticidad de la afirmación inicial sobre el respeto a los derechos humanos en el sistema penitenciario.

    La madre del condenado, sumida en la desesperanza, se aproxima al cristal blindado de la sala locutorio. Se sienta frente a un citófono, y al otro lado de la barrera se encuentra su hijo, esposado y notoriamente desgastado, ido, aunque al menos aseado, sostenido por dos guardias. El hombre sólo puede percibir la voz de su madre a través del desagradable tono metálico del citófono. Entre sollozos, la progenitora, exclama: "Hijo, ¿qué te han hecho? ¿Qué te han hecho, mi amor? Te amo, mi vida adorada...". El joven, ensimismado, perdido y cabizbajo, responde: "Madre, sólo quiero verlas, una vez, 
sólo una" y en un gesto impaciente, alza la vista y, con esfuerzo, observa a madre y tras ella a la conductora de televisión, acompañada de un camarógrafo que registra para la retransmisión en vivo cada matiz de la amarga escena. Se dirige a su madre: "¿Las niñas? ¿Dónde están mis hijas?”. La madre niega con la cabeza, histriónica.

    La angustia aprisiona al hombre, impidiéndole gritar, y lleno de rabia e impotencia, se desploma. La madre, buscando consolar, pronuncia con fuerza: "Cariño, no están, mi amor, no están. No te preocupes, seguro están bien. No tengas miedo, mi vida, mi hijo, te amo, te amo", sacando fuerzas de flaqueza. En un intento desesperado por abrazarse, la madre se lanza contra el cristal, y su hijo sigue el mismo impulso. Sin embargo, los guardias intervienen, los detienen y los apartan del cristal, cortando la comunicación al apagar el citófono. La madre, liberándose del agarre, golpea el cristal en un gesto de impotencia, un golpe sordo de la frustración.

    En un desgarrador intento por comunicarse, el muchacho trata que su madre lea sus labios, "No, nooo. Lo siento, madre. Lo siento tanto. Ojalá no fuera así". Desde la oscura esquina que le otorga cierta seguridad, la conductora del programa explora las complejidades emocionales del momento. Dirigiéndose en voz baja a su morbosamente cautivo público, reflexiona, "¿Pueden sentirlo? Quizá, si lo hubiera pensado mejor... El Estado, en su infinita bondad, permite a su familia despedirse. Pero únicamente su madre ha venido. ¿Ustedes creen que esto es justo para una madre? Su propia familia, avergonzada, reniega de este sujeto. ¿No fueron capaces de reunir las fuerzas para despedirse? No hay derecho, aunque éste sea un asesino". La dualidad entre el permiso estatal y la falta de apoyo familiar genera un dilema ético que la presentadora explora con una mezcla de cinismo y repulsa. Sombras de la naturaleza humana.

    El guardia avanza con determinación sosteniendo una bandeja térmica de plástico resistente; la tapa indica que contiene la última cena del recluso. Con un gesto mecánico, levanta la tapa y desliza la bandeja a través del diminuto ventanuco de la puerta de la celda. "La cena. La última. Disfrútala", pronuncia con una frialdad que retumba en la estrechez del espacio. En el confinado habitáculo, el joven observa la comida sobre la bandeja, sus ojos reflejan insensibilidad y pérdida. Ahí está, esa bandeja con la ironía de una última cena que, en lugar de celebrar la vida, es un manifiesto de las oportunidades perdidas y sueños truncados. En la penumbra, reflexiona sobre las múltiples experiencias y emociones que nunca tendrá. Piensa en sus hijas, ya lejanas.

    La puerta de la celda se abre con un sonido característico que cala en los huesos. Entra un cura, portando una Biblia y un rosario enrollado en su muñeca. Se acomoda en la esquina del catre y rodea con su brazo al joven, ofreciéndole consuelo. En respuesta, el muchacho levanta la mirada. El clérigo, en tono apacible, pregunta: "¿Quieres rezar, hijo?” Pero el chico, con un gesto seco, le indica que retire su brazo y baja la cabeza con desdén: “No soy ningún santo". A lo que el sacerdote, imperturbable, responde: “...Ni siquiera los Santos eran Santos. Hasta que lo fueron, hijo mío". Agotado, el muchacho espeta: “¿Hijo? ¿Santos?”, con un resoplido de sátira. “¿De qué mierda habla, padre? Ahora no. No estoy para esto”. El sacerdote signa la frente del recluso y comienza a rezar. El preso esquivo intenta apartar la cabeza. El cura deja la Biblia sobre el catre y sale de la celda, dejando al muchacho sumido en su cruda realidad.

    La conductora lidera a su grupo de panelistas, cada uno aportando su perspectiva única. Un político oficialista, un activista en derechos humanos y un ciudadano común expresan sus opiniones en un diálogo lleno de matices.

    "En efecto, los medios de comunicación siempre han tenido la capacidad de moldear las percepciones públicas. ¿O acaso no lo hacen siempre?" plantea el ciudadano. Señala el sensacionalismo frecuente en los medios, que tiende a distorsionar, sesgando los hechos y adoptar raramente una postura objetiva. Este fenómeno, destaca él, se manifiesta de manera más evidente en la actualidad.

    "No me refiero exclusivamente a la problemática de la reincidencia criminal en nuestra sociedad. Alguien sentenciado a la pena capital difícilmente tendría oportunidad de salir de prisión, a menos que logre fugarse", retoma la palabra la conductora. "Estamos construyendo los cimientos de una nación, una nación donde las personas son el alma. Sin ustedes, no hay patria; son la esencia de la patria libre", participa el político.

    Abordando el impacto tumultuoso de poderes antagónicos en la sociedad, sugiriendo que estos ejercen una influencia considerable sobre la percepción colectiva. El activista, desafiante, interrumpe con una insinuación sutil acerca de los manejos poco transparentes. "¿A qué poderes se refiere?", inquiere, buscando destapar la manipulación de fuerzas apenas perceptibles. "Usted comprende a qué fuerzas aludo. Ha sucedido en episodios pasados, y quién sabe cuántos inocentes han pagado el precio en esas instancias...", replica el ciudadano con una mirada acusadora, "... Claro, hay más seguridad ¿o acaso lo dudas?... Creo que una cadena perpetua es una crueldad mayor", rebate el político.

    El ciudadano retoma la palabra con determinación: "El máximo propósito es alterar la 'lógica y ética social' para transformar la psique individual y, por ende, la opinión pública. El ascenso al poder, no busca otra cosa, que apropiarse de la mente humana, convirtiendo una ideología en ética y conducta. Esto representa la esencia misma de los cambios". Un instante de silencio se cierne sobre la conversación por la incómoda verdad.


    Luego, en referencia a la reincidencia criminal en la cárcel, subraya la necesidad de profundizar en cuestiones críticas más allá de la superficie. "Incluso el más ferviente defensor de la vida, cuando toca a uno de los suyos, está dispuesto a pasar por alto los derechos humanos", añade el ciudadano. La conductora retoma el control, "Es responsabilidad del Estado implementar políticas para la rehabilitación de delincuentes. ¿Encerrar a un criminal de este tipo de por vida no pone en peligro la vida de otros reclusos que podrían rehabilitarse y reintegrarse a la sociedad? Además, tenerlo a pensión completa no sale nada barato. Este dilema debe ser abordado con sensatez y consideración. La reflexión sobre el equilibrio entre castigo y rehabilitación es fundamental para construir una sociedad más justa y segura.”

    Con estas palabras, busca cerrar un debate complejo, ofreciendo a los espectadores una perspectiva profunda y provocadora sobre la intersección entre justicia, derechos humanos y el devenir de una sociedad.


    En tanto, en el postrer y desgarrador encuentro entre madre e hijo, se acabó el tiempo de compartición. Con la frialdad habitual que los caracteriza, los guardias tiran del hombre, mientras la madre, abatida, se doblega en un acto de resignación abrumadora, sumiéndose en un mar de lágrimas. El operador de cámara, registra con todo lujo de detalles el estremecedor instante, al tiempo que la conductora interviene en la pantalla para su audiencia, "Este es el momento más duro para una madre que tiene que dejar ir a un hijo, la última vez que se verán, la despedida final, el adiós definitivo" se aparta, regresando al silencio, permitiendo que la escena hable con su propio lamento.

    Con la intención desesperada de conexión, las palabras del hijo resuenan en el frío ambiente de la despedida, "Madre, me llevo el peso de tus lágrimas, mi ser es un reflejo de tu sacrificio inexorable, gracias. Madre, no lo hice, no esta vez, esta vez no fui yo, lo juro. No me arrepiento, no me arrepiento de nada de lo que he hecho. Estoy agradecido de ser y haber sido. Quiero pensar que un día pueda ser ejemplo... Soy inocente, soy... inocente". 
Sin embargo, esta declaración cae en oídos sordos. La madre, en su angustia, no logra asimilar, no escucha las palabras de su hijo, apenas atina a compadecerle colocando su mano sobre frente, buscando consuelo en ese efímero contacto físico.»

Un destino marcado.

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