La senda del solitario

La senda del solitario

    «Todas las noches, el pequeño Janus se sentaba a la mesa, tras devorar su cena con celeridad se apresuraba en irse a su habitación. Allí, protegido por una tenue luz y rodeado de una ecléctica colección de juguetes, juegos y libros amontonados, enmarcado por toda clase de fantásticas imágenes que adornaban las paredes, Janus se entregaba a su ritual nocturno. Con cuidadosa reverencia, sacaba de debajo de su cama una pequeña caja, tratando de no perturbar su frágil contenido. Dentro reposaba su tesoro más preciado, era el tablero del juego solitario chino. Para él, este juego era mucho más que una simple diversión; era una necesidad jugar una partida antes de dormir.

    Le encantaba aquel pequeño tablero relicario con las piezas de madera talladas a mano; a pesar de su corta edad, lo encontraba sumamente desafiante y fascinante, era su mundo de ensueño. Disfrutaba la textura áspera de las piezas entre sus dedos, imaginando que cada una era un adversario a conquistar, un reto que superar, o cualquier problema que pudiera enfrentar; era una batalla por librar antes de entregarse al sueño. Su madre le había contado el día que se lo legó que este tablero había sido suyo desde su propia infancia; no sólo tenía muchos años, era extremadamente antiguo, como le gustaba contar al pequeño, lo que le otorgaba un valor sentimental incalculable, ya que su mamá también había jugado con él cuando era pequeña y ese recuerdo no tiene precio.

    Con metódico cuidado, Janus abría el tablero, y ante él aparecían todas las piezas, colocadas en un orden simétrico. Lo observaba como quien contempla un campo de batalla, en miniatura, claro. Temores y tribulaciones personificados en cada una de esas figurillas dispuestas, alineadas en un perfecto equilibrio. Concentrado, examinaba el tablero, trascendiendo el mero hecho de ser sólo un juego, con la solemnidad de un estratega ante la inminencia de una confrontación.

    Inicialmente, la visión del tablero completo, con sus innumerables posibilidades, podía abrumarlo, a pesar de ello, sabía que debía dar el primer paso; se trataba simplemente de tomar la decisión, una decisión que guiaría los siguientes movimientos. Con cada acción, y a medida que la partida se enrevesaba, seguir tomando decisiones estratégicas que influirían en el curso de la partida era tarea tediosa.

    A menudo se encontraba ante dilemas donde aparentemente no había una solución clara, pero la tablas que ya tenía eran valiosas lecciones; había aprendido que la clave para tener éxito en este juego era la paciencia, la planificación previa y la capacidad de adaptarse, dado que todo era cambiante. Y así, con cada salto para eliminar obstáculos uno a uno, con determinación y astucia, dejando sólo las piezas esenciales que le permitieran seguir avanzando, Janus despejaba el camino; transformaba la incertidumbre en certeza, hasta lograr dejar una pieza solitaria en el corazón de ese panal.

    El agotamiento del día finalmente ganó al pequeño Janus, su cuerpito le pedía descanso, cayendo dormido en un profundo sueño. En la creatividad de su mente, se encontró corriendo por una enorme e infinita carretera de adoquines que parecían cobrar vida, transformándose en enigmáticas imágenes, estereogramas en movimiento. Incapaz de enfocar su visión, no había caso, no podía concentrar la vista, sólo seguir adelante, correr hacia espacios más abiertos, buscando la claridad. Espacios más luminosos y de gran colorido, con tonos vivos y vibrantes, casi audibles en su intensidad, podía escuchar el tono y el matiz de cada color en sinfónica armonía ¿cómo era posible tal maravilla? Se preguntaba, asombrado por la sinestesia de su sueño, si solamente son colores o ¿no?

    Con gran facilidad, Janus corría, jamás se sintió tan ligero, cada zancada lo impulsaba hacia un pasmo de libertad. Daba largos saltos, saltos prolongados, alcanzando alturas imposibles en el cielo, para con las puntas de sus dedos rozar las nubes más blancas y elevadas, arrastrando de ellas, dejando tras de sí una estela de célico rocío que se impregnaba en su parábola. Se sentía pleno, aunque en su vigilia jamás hubiera imaginado tal hazaña. Creía no poder hacer eso, no ser capaz de saltar tan alto, sin embargo, en ese sueño, todo parecía natural. Lo sentía tan normal, lo experimentaba como si toda la vida lo hubiera hecho, como si la gravedad misma hubiera cedido para desafiar los límites del cielo. Janus se dejó llevar por la euforia de la libertad, convencido de que no existían barreras ni fronteras que pudieran contenerlo.

    De repente, se vio en un bosque de eucaliptos, altos y esbeltos, dispuestos en filas perfectamente alineadas, equidistantes entre sí. Justo en el centro, con cada paso que daba, parecía desencadenar un frenesí de crecimiento a su alrededor, al principio distantes, los árboles se expandían exponencialmente con cada avance, envolviéndolo en un denso vegetal que parecía no tener fin. Janus corría sin llegar si quiera a vislumbrar los confines del bosque que continuaban eludiéndolo, como si las mismas siluetas de los árboles se burlaran de su deseo de llegar, se cubría totalmente; atrapado, el paisaje se transformaba ante sus ojos, - qué ilógico. Uno tras otro, cada sendero que intentaba abrir se cerraba tras de él, donde mirara donde se dirigiera, el paisaje cambiaba de forma y dirección a capricho, atrapándolo en un juego de ilusiones. Le resultaba incomprensible, nada de lo que veía era lo que parecía, la realidad se retorcía. Todo era un juego de su mente, pero en ese momento, no quería pensar sólo dejarse llevar.

    Regresó al sendero de adoquines con las extrañas imágenes, estereogramas en movimiento. Con un esfuerzo tremendo, Janus fijó su mirada en una de las figuras, empeñado en descifrar el misterio que encerraba, empero lo que descubrió no fue motivo de alegría, no le gustó, nada. Un destello cegador, una fuerte luz como la de un sol, lo cegó. Una sensación de presencia se apoderó de él; sabía que ese algo estaba frente a él. Janus frotaba sus ojos, los tenía abiertos, mas no veía nada, no podía ver. Luchaba por ver más allá de la luz deslumbrante, pero todo lo que conseguía era un vacío oscuro y agobiante.

    Un estallido lo sacudió y se despertó con un fuerte aspaviento, con tan mala suerte que el juego de solitario, el preciado regalo de su madre que resistió tantos embates a lo largo de los años, se escapó de sus manos y voló, estrellándose contra el suelo de losa y quebrándose en mil pedazos. Las piezas, como fragmentos de un sueño roto, se desperdigaron en todas direcciones por la habitación. El mundo a Janus se le vino abajo; su corazón se llenó de angustia al contemplar los restos destrozados del juego que tanto significaba para él. Tardó un rato en recomponerse, después eso comprendió que había llegado el momento de subir, comenzaba un nuevo escalón.»


Janus

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