«“¿Qué pasa? Dios… mi … ” se lamentó al tiempo que cubría su cabeza con la almohada. Volvieron a golpear con gran estruendo la puerta de la habitación del hotel, era muy temprano, ni siquiera había amanecido, “¿Quién…?”. Repentinamente, la puerta se abrió de un portazo, revelando en la penumbra la silueta de un grupo de amigas con la vitalidad y entusiasmo intensos propios de la adrenalina juvenil, en una hora donde la mayoría aún duerme. Cuatro o cinco, o tal vez más; no pudo contar, apenas podía abrir los ojos, la resaca persistente impedía calcular con precisión. La noche anterior, bueno, mejor dicho, hasta hace escasas horas, estaba entregada a la farra de un boliche tras otro. “¡Qué carajos, boludas!”, atinó a decir antes de ser arrancada de la cama por la fuerza de un tirón. "¡Dale, despertá, gran domadora del viento! El día nos llama y las olas nos esperan, nos vamos a perder las mejores si no espabilás, ¡deprisa pendeja!”, exclamó la más efusiva del grupo, agitan
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