El espejismo del Can

El espejismo del Can

    «Despertó en una sala sin recordar su identidad ni cómo había llegado allí. Atrapado en la incertidumbre, escapa de aquella obra retorcida, un capricho arquitectónico construido al revés, hacia el fondo, descendiendo en su lógica alguna distorsionada y absurda. ¿Por qué alguien habría concebido semejante creación? De una manera que sólo la mente de Tim Burton podría gestar, acercarse a tal extravagancia gótica y macabra, encerrada en un mundo irónicamente oscuro, nacido de los fragmentos de su propia memoria.

    La extrañeza desembocaba a un imponente portón que se abre a un puente de piedra, cada losa perfectamente tallada y unidas con singular precisión. En la distancia, bien lejos, los ecos de aullidos endiablados, resonaban ensordecedores, cacofónicos descomunales de feroces ladridos buscando su presa. Se acercan, persiguiéndolo como lamentos dolientes en la noche. Ojos rojos hinchados brillan con malicia infernal, bañados en sangre, anunciando la presencia de la bestia, un perverso Cerbero de tres cabezas, fiel sirviente de su amo, que acecha en la bruma como demonio en busca de almas que arrebatar.

    El puente se pierde en la espesura de la niebla. ¿Acaso es un río lo que fluye debajo? No parece; no parece haber fondo en este abismo, solamente una gélida oscuridad que invita al peor de los enemigos… el miedo. Apenas se puede asomar; no hay tiempo para contemplaciones, el objetivo esta delante, se ve desvanecido en la distancia, perdido en el horizonte incierto.

    Penetrando en la enigmática ciudadela, se adentra en un confuso entramado de calles tortuosas y filosas sombras, una trampa que manipula la realidad, tergiversando las formas y poniendo a prueba los sentidos, reestructurando el lugar a partir de memorias en una atmósfera opresiva. ¿Dónde se halla, dónde estás? Sé que te voy a encontrar, aunque me lleve la vida entera para ello. Los gruñidos, cada vez más cercanos, resuenan con un estruendo ominoso que cala en los huesos y hiela el ánimo. No mires atrás, no hay tiempo para mirar; debes seguir, avanzar, cueste lo que cueste, no mires atrás… Ladran con su presencia imponente, una advertencia. No hagas caso de esos, ignóralos, no puedes ceder ante el temor. Avanza, con la determinación de quien lucha con lo desconocido, con la propia vida.

    Tras un recodo, se extiende una colosal esplanada célica, cubierta en su totalidad. La luz, blanca e intensa casi celestial, nívea, acentúa la pureza y el carácter impersonal del lugar, ambiente surrealista y elegante que contrasta radicalmente con la arquitectura previamente recorrida. Es tan extraña y misteriosa que parece obra concebida por una inteligencia superior, aunque evoca una sensación a la vez familiar y ajena, como un recuerdo olvidado en la atemporalidad.

    De repente, entre los pliegues del tiempo, aparece un niño humano que irradia un aura luminosa de pura inocencia. Su apariencia es la de un recién nacido, con rasgos perfectos; sus ojos abiertos observan con una expresión de serena sabiduría universal. Su conciencia plena de la nada abraza con un cálido abrazo y calma. La luz lo distingue, separándolo del entorno oscuro y vacío en el cual se va desvaneciendo más allá de los límites de la construcción, abriéndose paso hacia una nueva existencia.

    En el techo abovedado, flores de todas las especies y colores más iridiscentes se multiplican, formando un paisaje pintoresco en cadente movimiento, un manto de texturas y tonalidades llenas de colorido hasta donde alcanzan los sentidos. Comienzan a gotear, gotas de rocío comienzan a caer, un cielo de tintes creado por miles de flores que derraman sus lágrimas sobre el suelo y, desde allí, crecen y se elevan hacia el infinito, impregnándose en él; transformándose en función de las emociones y deseos del que observa, pigmentos de belleza y complejidad al firmamento.

    Una cuenca de agua esculpida, engalanada con mosaicos decorativos y rodeada de columnas y estatuas de proporciones majestuosas, exhibe un esplendor áureo en su conjunto. Dos figuras pétreas, recias y firmes, sujetan con cadenas a una tercera silueta, enferma y macilenta, a quien administran un veneno que carcome sus entrañas. En el silencio de su agonía, así se siente, parece desear la muerte, dejar de existir… sin hacer mucho ruido. Se sumerge en ese espejo gigante de líquido no cristalino, más similar a la brea que al cristal, y comienza a regurgitar su tormento interior, en forma de jugos negros que explotan con violencia hacia el exterior y se depositan en una botella.

    Enfrentando las consecuencias espirituales y emocionales, la figura enjuta desaparece en lo oscuro. Los ladridos resuenan en la distancia, vuelven las cacofonías que parecen provenir de todas partes y ninguna, se escuchan lejos, ¿o no? ¿Están dentro? Sí, lo están. Tarde o temprano como todo en el universo, queda atrapado, suspendido en el espacio.

    El imparable temible Cerbero, guardián del averno, asegura que nadie escapa del dominio de su amo.»

…Quien busca cobrar su deuda.

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