Los elegidos

Los elegidos

    
La fe no es estática; la fe es una fuerza dinámica, viva, que se manifiesta tanto en nuestras acciones como en nuestras oraciones. Y en esta tradición, la católica, se nos enseña a acercarnos al Padre a través del Hijo, y al Hijo a través de su Madre. La Santísima Virgen, a través de los siglos, ha sido una guía para la humanidad, evidenciando el camino hacia lo divino. Cuando pensamos en aquellos a quienes la Virgen se ha manifestado, inmediatamente imaginamos personas dotadas de una profunda vocación de santidad, envueltas en un aura de misticismo y luz; seres iluminados, dotados de dones únicos que los distinguen, y son reconocidos como especiales a los ojos de María.

    Al reflexionar sobre las apariciones de la Virgen María, observamos que Ella se ha manifestado a aquellos que poseen un espíritu puro y un corazón noble, y que están abiertos a recibir la gracia de ser sus elegidos, los mensajeros de su fe y a actuar como mediadores ante su Hijo, Jesús.

    Así, podemos recordar, por ejemplo, la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio mexicano Juan Diego, la de la Virgen de Caacupé al indio José en Paraguay y la de la Virgen de Lourdes a Bernardette Soubirous 
en Francia, sin embargo, me gustaría destacar en este momento, sin duda, entre las apariciones más recordadas, especialmente en estos días, está la de la Virgen de Fátima en Portugal en 1917. En la Portugal de principios del siglo XX, conmocionada por la Primera Guerra Mundial y los profundos cambios sociales, políticos y religiosos, se mostró a tres niños, los hermanos Marto, Jacinta y Francisco y su prima, Lucía dos Santos, quienes eran a tu tierna edad pastores de los rebaños familiares. Estas apariciones no ocurrieron una vez, sino varias veces, hasta en seis ocasiones.

    Fátima era un lugar tranquilo y rural, donde las familias vivían con humildad y dedicación, arraigadas en la comunidad, las tradiciones locales y su fe católica. Y el trece de mayo, por primera vez, Nuestra Señora pidió a los niños que la visitaran el día trece de cada mes, a la misma hora, durante los siguientes cinco meses. Los niños confiaron de inmediato en la gracia recibida de ser testigos de la presencia angelical y maternal de la Madre de Nuestro Señor, y aun cuando el encuentro debía permanecer en secreto, lo compartieron con sus padres. Me pregunto qué habrá pasado por la mente y el corazón de esas familias bendecidas con la presencia de la Virgen. ¿Cómo podrían creer en la tamaña descripción de unos niños que hablaban de ‘una Señora que brillaba como el Sol, de una inmensa belleza’? Un relato sorprendente, difícil de aceptar para la mente humana.

    A medida que pasaban los días, la aparición de la Virgen generaba una mezcla de asombro, esperanza y temor en la comunidad. La noticia se extendía rápidamente, atravesando los límites de la pequeña ciudad y llegando mucho más allá. En medio de tiempos difíciles, la gente buscaba consuelo y significado, lo que atraía a numerosos devotos que creían fervientemente en las palabras de aquellos niños. Empero, junto con la esperanza, también surgieron muchos incrédulos que los tachaban de mentirosos. La llegada de las apariciones sacudió la tranquilidad de Fátima y transformó las vidas de las familias de los niños que, en medio de la pobreza y las dificultades cotidianas, se encontraban enfrentando lo inexplicable, lo divino manifestándose en lo común.

    A pesar de encarar la incredulidad y las críticas, los niños, firmes, mantuvieron su férrea fe en María, con el fuerte apoyo de sus familias. Juntos, fueron capaces de resistir las injurias y calumnias que se levantaron contra ellos, incluso llegaron a ser encarcelados. Y contra viento y marea, en medio de todas las adversidades, continuaron afirmándose en su convicción de que la Santísima Madre de Jesús se les había aparecido y mantenían conversaciones con Ella. Afrontando todos los obstáculos, lograron superarlos.

    Las personas que presenciaban las apariciones experimentan una abrumadora sensación de presencia divina, una mezcla de reverencia y humildad ante lo sagrado. Durante ese período, la Virgen transmitió a los niños algunos mensajes de paz, arrepentimiento y oración, así como con tareas que debían cumplir. Principalmente, les pidió rezar el Santo Rosario, ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores y difundir la devoción al Inmaculado Corazón de María. El 13 de septiembre, la Virgen prometió a los niños un milagro para que todos creyeran en ellos. Y Finalmente, llegó el tan esperado día de octubre, cuando ocurrió el famoso “Milagro del Sol”.

    Era un día lluvioso, con miles de personas reunidas en aquel campo, creyentes y escépticos por igual, presenciando un espectáculo que solamente pudo describirse como sobrenatural, desafiando toda explicación lógica. Lucía, la mayor de los niños, afirmó haber visto la Sagrada Familia y exclamó: ‘¡Miren el Sol!’. La lluvia cesó de repente, las nubes se dispersaron y el Sol resplandeció radiante como un enorme globo, comenzando a girar y dar vueltas a una velocidad impresionante, esparciendo destellos de colores por todas partes; entre la multitud, entre los árboles, en todas direcciones, hasta que de pronto, se detuvo y comenzó a agrandarse, dando la impresión de descender sobre la gente allí reunida, que reaccionaba con desconcierto. Algunos temían y gritaban, a la vez que otros, con profunda fe, reconocían la presencia de la Virgen y pedían perdón por sus pecados. Quizás fue una metáfora del poder de la fe que, incluso en tiempos de incertidumbre y adversidad, en los momentos más turbulentos, la luz divina puede abrirse paso a través de la oscuridad, ofreciendo consuelo y esperanza a aquellos que la buscan. Este fenómeno asombroso se repitió tres veces, durando unos minutos, hasta que el Sol volvió a su posición original. La Virgen pidió que se construyera un templo en su honor en ese lugar sagrado a partir de ese momento. Lo ocurrido ha sido objeto de numerosos estudios y debates desde entonces, y aún sigue siendo un misterio.

    Las apariciones transformaron por completo la vida de toda la freguesia de Fátima. Como la Virgen había anunciado, Jacinta y Francisco fallecieron poco después, dejando a Lucía dedicada a toda una vida religiosa, entregada a la oración y la propagación de la fe en la Santísima Virgen, cuya devoción continuó fortaleciendo y enriqueciendo la vida espiritual de los creyentes.

Sólo a través de los ojos de la fe
se puede ver la Verdad.

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