Y tuvo hambre

Cuaresma. Y tuvo hambre

    «Decidió emprender el viaje esa mañana temprano, casi antes del amanecer. Sin previo aviso, apenas juntó un mínimo sustento de agua en un ajado odre y, sin nada que comer, se lanzó a la peregrinación. Se aventuró hacia lo que él creía en su corazón, un enclave sagrado perdido en lo más recóndito de aquel inhóspito desierto, inhabitable e impredecible, con un calor asfixiante durante el día y un frío gélido que penetraba hasta los huesos en las noches.    

    Las lenguas hablaban que los arcanos espíritus cautivos que, contra todo lo creído, habían vencido el dolor de la existencia y podían guiar a las almas errantes hacia la redención. Durante extensos días y noches, caminó por los senderos más difíciles de transitar, enfrentando sus propias debilidades, la vacuidad y las tentaciones que arrastraba como sombras en aquella tierra yerma. Su alma le guiaba; su alma era todo. No estaba solo, siempre lo acompañaba, pues era necesario ser empujado por ella, el Espíritu Sagrado, a ese camino antes transitado.

    Se negaba a comer; encontrando sustento en su fe y en la Palabra del Cielo, que se convertían en sus únicas fuentes de sustento y protección en medio de la desolación. Se puso en el lugar del sendero, del viento, de las rocas y la arena; se integraba al entorno como parte de las bestias vivas y muertas, de los rastrojos, de las nubes y las aves. Moría una y otra vez hasta que ya su Yo no sintió dolor, ni sed, ni hambre, ni calor, ni frío. Silencio, quieto, aprendió a respirar de nuevo. Expulsó de sí mismo lo que tenía dentro, despojándose de todo lo que lo afligía para encontrar paz en su corazón.

    Un día, cuando las sombras se alargaban como preludio de la noche, un anciano con ojos llenos de bondad y calma lo saludó. Aunque el hombre, agotado y desnutrido, creyó que era una mera invención de su propia mente expresada por la inanición, la figura del anciano resultó ser más real de lo que podía haber imaginado. Su aparición no era casualidad, sino una necesaria relación con el peregrino, un reto para ser purificado; si no, ¿Cómo sabría que estaba preparado para recorrer el otro camino?

    En medio de su perdición, la oscura figura de la maldad se materializó, revelándose como el Maligno, así él lo identificó. Este ser tentador se acercó, susurrándole, sabe Dios qué cosas, promesas de riquezas y la posibilidad de evadir esta terrible penitencia. A cambio de su absoluta obediencia, le ofrecía el mundo a sus pies, proclamándolo Rey. La lucha interna se intensificó, se volvió encarnizada, atormentándolo mientras resistía las insidiosas propuestas con despiadadas palabras que le eran lanzadas. Día tras día, el hombre resistía sus asaltos, “Si eres verdaderamente digno, convierte las piedras...”, “No sólo de pan vive el hombre”, replicaba el hombre en medio del avasallo constante. Visiones de una vida sin restricciones, lejos de la senda de la penitencia, le presentaban ilusiones tentadoras, lo deslumbraban como un ser Supremo. Hasta el punto de la extenuación, la tentación alcanzó su apogeo.

    A pesar de todo, el hombre no se enfrentó ni luchó con la fuerza bruta de un guerrero; la seducción más perversa la venció con humildad y no con poder. Agotado, la luz interior resplandeció, disipando las sombras y desvaneciendo las ilusiones de tan siniestro Ser provocador. A todas las insinuaciones supo repeler hasta el último día, pues no albergaba oscuridad en su corazón y la voluntad del Padre nunca le abandonó, dejando libre su propia voluntad y, dando gracias al cielo, permitiéndole recibir libremente la divina bendición.

    Antes que él, muchos otros también fueron probados, sometidos, para poner a prueba su fe, alimentándose de la Palabra para hallar siempre fuerzas en la voluntad. Más grande es la dualidad que enfrentamos, la del bien y el mal y, su fuerza de amor y la creencia de la fe revirtió la desobediencia del primer pecador. Sólo para tener que escoger, afrontaron la decisión entre la propia y la divina, jamás las dos a la vez, su voluntad o la de Él. Si no puedes vencer la oscuridad, el Maligno hará lo que esté a su alcance para que poco a poco nos vayamos separando, alejándonos más de Él, la Divinidad. La victoria de aquel hombre, en ese tiempo, fue más que una conquista personal; fue un triunfo para todos los creyentes, otorgando perdón por los pecados como también, reconociéndonos como hijos dignos.

    El periplo no solo representó un periodo de penitencia, sino que también simbolizó un renacimiento del alma. Sumergirse en el propio desierto interior implicaba despojarse de las capas de la naturaleza terrenal, confrontar demonios y tentaciones, y finalmente, emerger purificado y renovado. En total, transcurrieron cuarenta días, un número que encierra un simbolismo profundo, un tiempo destinado a la oración, abstinencia y ayuno, todo ello concebido para recordar la efímera existencia. Humilde y transformado, el individuo encontró fortaleza en su firme determinación de cambiar.

    Habló con Dios, buscando guía, perdón y expresando su sincero agradecimiento por la oportunidad de introspección. En un acto de humildad, confesó sus ofensas, manifestando así su profundo deseo de transformación.»

Salió del desierto 
y tuvo hambre.

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