Frágil ilusión

Marketing político. Frágil ilusión

    La vulnerabilidad de los sistemas políticos que alguna vez fueron emblemas de estabilidad inquebrantable, se manifiesta en protestas masivas, tensiones ideológicas, corrupción, crisis de liderazgo y brotes de autoritarismo. Las instituciones, antaño firmes pilares de la democracia, ahora se ven sometidas a profundos cuestionamientos, poniendo a prueba la resiliencia de las estructuras políticas supuestamente sólidas. ¿Presenciamos una transformación en la esencia misma de la política, o son estas convulsiones simples episodios temporales en la historia de estos sistemas? Pues no lo sé, la respuesta sería incierta.

    Contrario a la creencia asentada de que la política debería basarse en principios sólidos y decisiones racionales, nos encontramos inmersos en un juego maestro en el fangoso terreno político contemporáneo. La lucha por la aceptación pública se ha convertido en un arte refinado, donde estrategas de la propaganda, auténticos titiriteros, trabajan incansablemente entre bastidores. Su labor va más allá de la mera configuración de imágenes; se dedican a dar forma a realidades percibidas, así la verdad se convierte en un juguete, manipulando, creando ilusiones que desafían, de alguna manera, el concepto fundamental de democracia. 
    
    En este escenario, todo cambia, en todo momento. No importa lo que un político hace, si es responsable o no de sus acciones, carece de relevancia; lo importante es como lo percibe la sociedad. El político, hábil maestro de ceremonias, dicta las reglas del juego, haciendo y deshaciendo a su antojo, priorizando la permanencia en el poder, cueste lo que cueste, resistir a toda costa como principal consigna. Para esta batalla, cuenta con el arma estratégica más poderosa, la comunicación: el dominio de palabras, imágenes, dogmas, tácticas, en síntesis, el marketing político. Esta compleja herramienta desempeña un papel primordial en la formación de la percepción pública de políticos, sistemas y acciones, desentrañando los entresijos de la subjetividad política y la socialización desde las perspectivas más íntimas de la psicología política.

    Aunque no todos los profesionales del marketing recurren a tácticas manipuladoras, las diversas estrategias, a veces éticas y otras veces cuestionables, estilizan la opinión de manera efectiva, especialmente con la creciente influencia de la inteligencia artificial que promete transformarlo todo. Desde hace tiempo, las redes sociales se han consolidado como la nueva área de combate, donde el marketing político exhibe sus estrategias más ingeniosas, mostrando su destreza. Hábiles creadores de narrativas trabajan en sincronía con psicólogos políticos, quienes, su vez, en colaboración o complicidad con expertos en análisis de datos, gestan una imagen meticulosamente construida mediante el análisis de patrones de comportamiento.

    Con algoritmos afinados, el mensaje del político penetra, permea las diferentes capas, calando, adaptándose a esperanzas y temores individuales. Cada palabra, gesto e imagen son piezas de Tetris que componen un intricado guion de ejecución, adaptándose magistralmente a la psique colectiva. Se utilizan narrativas precisas, personalización de la comunicación, influencers, contenidos visuales impactantes, podcasts, transmisiones en vivo y una sorprendente capacidad de adaptación. ¿Con qué resultado? El resultado evidente: mensajes cuidadosamente formulados que se infiltren en las burbujas ideológicas, capitalizando sesgos cognitivos y emociones para dar forma precisa a la percepción del político.

    Con la manipulación de la información y otros factores, la apreciación pública de los políticos se moldea de tal manera que a menudo caemos en la paradoja de aceptar a un dictador como demócrata, o viceversa, satanizar a un demócrata como dictador, considerar a un ignorante como dirigente y etiquetar a una persona altamente preparada como idiota. Como sociedad, manifestamos la capacidad de aceptar como líder a un mentiroso compulsivo, ególatra, sociópata y amoral, incluso cuando ello desafía toda lógica.

    Entender la subjetividad política implica descifrar el código genético de la persuasión. La comunicación política se apropia de esta verdad, presentando no sólo propuestas, sino también narrativas rimbombantes que se unen con las experiencias individuales, envolviendo a los políticos en capas de virtud y potencial. Por supuesto, es indudable que los políticos han comprendido muy bien la importancia de esta estrategia en un mundo cada vez más digital y visual, la pugna se libra en la mente de la sociedad y se transfiguran así, en diferentes personajes en el relato diario del ciudadano promedio, estableciendo conexiones emocionales y personales. No se trata únicamente de convencer; implica conectar, evocando una nostalgia por un pasado idealizado o presentando un futuro utópico. Esta táctica, aparte de buscar votos, tiene como objetivo principal la construcción de una identidad colectiva. En este proceso, las promesas trocan en esperanzas compartidas, y los miedos en enemigos comunes. La afirmación con tanta contundencia de una falsa verdad es tan firme que pobres de aquellos que se atrevan a refutarla, pues serán considerados como herejes.

    El marketing político no se limita a la persuasión individual; arraiga desde la base misma en la socialización política. En el momento de unas elecciones, la psicología política se alza como el juez invisible. ¿Cómo se percibe al político? ¿Cuál es su lugar en la narrativa colectiva? La complejidad de la psicología política se revela en cada voto emitido. Las historias transmitidas mediante mensajes estratégicos y cuidadosamente diseñados fusionan la subjetividad con la realidad virtual, dando forma a la percepción de una nueva generación de votantes. El político exitoso triunfa en una elección al lograr cautivar la mente colectiva. Por supuesto, es posible que intervengan diversos factores de otra índole, pero eso es una historia aparte.

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