La estridulante cigarra

Condena. La estridulante cigarra

(*) El siguiente texto es una historia de ficción que puede ser impactante, perturbadora o emocionalmente intensa.

    «En lo más profundo de la penumbra de ese sombrío lugar, un sonido espectral, totalmente contrario a toda lógica sensorial, incidía distante, mezclándose con el cierre hermético de una reja, tras ésta, después una puerta metálica se cerraba con un estruendo que marcaba el comienzo de su condena. La respiración se volvía tosca, los propios ruidos crecían como las sombras en el silencio angustioso del reducido nicho.

    Un retumbar sordo, irritante, descendía desde el techo en tanto un haz de luz verde parpadeaba y prendía, intensificándose y filtrándose a través de un hueco con reja. La celda, un tubo de cemento poroso, húmedo y descascarado, no más alto de un metro y medio, fondos cóncavos y ladrillos de adobes de canto en el piso, testigos hostiles, inertes y funcionales de la decadencia maliciosa del espacio. En sus paredes, formas, dibujos y arañazos revelan evidencias yuxtapuestas de escritos y expresiones raspadas en la desesperación de quienes la habitaron anteriormente.

    Un reloj, incrustado en un apartado, fungía como instrumento de tortura mental. En un lateral de la celda, un hueco en la pared, con sutil declive, improvisaba una incómoda cama. Sobre ella, la figura de una mujer, menuda, acurrucada y prieta, sostenía una mirada fija en la nada, atrapada en un abismo de pensamientos oscuros. Toma desesperada conciencia de su propia realidad en este maldito claustro, mascullando, “¿Qué es esto? ¡Dios! ¿qué han hecho?… Por favor, ¿qué hice?… Te desprecio… Te odio. Les odio con todo mi ser”.

    El tiempo, indiferente, se hacía eterno, relativo, que dirían algunos y, la mujer, recluida en este tormentoso continuum, perdía gradualmente todo contacto con lo que consideraba real. Su mente en conflicto experimentaba diferentes estados: ansiedad, paranoia, miedo, tristeza; emociones extremas que, como una riada imparable, halaban de ella, arrastrándola hacia simas tenebrosas. Pensamientos obsesivos, cuales sombras manipuladoras en la negrura de su conciencia. La corrosiva ira la carcomía. Un deterioro significativo se cernía sobre su función mental, ocasionándole cuadros de alucinación y una realidad alterada, completamente distorsionada. La celda se muda asimétrica, cobrando vida y desafiando los límites de la percepción; los dibujos y formas trocaban su aspecto y tamaño, volviéndose difusos, creando un túnel sin fondo que se abría ante ella. Un escape ilusorio que se extendía hasta la fuga y volvía, una y otra vez, en un ciclo incesante, hipnótico.

    Un ruido estridulante emergía desde el fondo, proveniente de una cigarra grande, gigante, que se propagaba, multiplicándose exponencialmente, volviendo claustrofóbico el espacio. La mujer intentaba desesperadamente exterminarlas, pero era inútil; lo invadían todo, su cuerpo, su boca, se metían dentro. Quedó tendida, con los ojos abiertos, sometida al sonido cada vez más estridente, hasta convertirse en un tono agudo, punzante.

    Abre los ojos. Intentaba desplazarse por el canto de los adobes, manteniendo el equilibrio como en aquellos juegos de antaño, entre aguas negras y hediondas. En ese inclinado espacio, que era más un lecho de agonía que de descanso, dormía y cayó, sufriendo mucho daño, su cuerpo ya no resistía, era evidente el desgaste, tanto físico como mental, al que está sometida. Entrenaba como podía para mantener su mente despierta, experimentando estados bipolares, bailando entre la alegría y el llanto, reflexiva. La libertad había muerto. El reloj manipulaba cruelmente la sensación del tiempo, disfrutando prolongando el tormento.

    Día tras día, la mujer se deshumanizaba, perdiendo la esencia que la definía. El calor y el hedor se volvían insoportables. Una manguera lanzaba agua a presión a través de un hueco en la puerta. El líquido se filtraba por los poros en las paredes. Manipulaban el nivel, subiéndolo y bajándolo, la sumergían casi hasta ahogarla, para luego reducirlo. La mujer quedaba maltrecha. Rodillos pasaban, creando resonancias fuertes en la celda, insufribles.

    En un momento de desesperación, golpeaba su nariz, sangrando y tintaba una tela húmeda, tomaba un palito gastado como cincel e intentaba escribir en la pared. La luz verde se prendía y apagaba, manipulando el tiempo, creando un ambiente melancólico, una ilusión, influyendo en la percepción de las formas, haciendo que vibraran de muchas formas. Escribía. Comía. Salía confusa al patio, apenas con unos pocos minutos de paseo, para ella era suficiente regalo. Alzaba la vista, observando la Vía Láctea, imponente, onírica, fría e inmensa. La terrible insignificancia del ser frente a la nada.

    Emerge sonido, in crescendo, de vibración astronómica hasta un estruendo ensordecedor. Todo el espacio parecía dirigirse hacia ella, distorsionando el todo y la nada, engulléndola. La mujer se despertó con la mirada de las mil yardas, sus ojos opacos reflejaban el vacío que se expandía en su interior, físicamente ajada. Con la Luz verde, maltrecha, raspaba la pared en el hueco de la cama sobre los viejos escritos, dibujos y símbolos desgastados. Quería su espacio, dejar testimonio de que alguna vez existió. 

    La realidad se consumía, dejando tras de sí un espectro de lo que alguna vez fue, una reminiscencia lapidaria de su mísera existencia, un desconsuelo plasmado en palabras desgarradoras, “Todo es silencio… sin respuesta, lo entiendo. Y no lo soporto. Odio las horas, los días, las fechas, el tiempo, los números, la espera, me he perdido, es sólo un juego, lo aborrezco - Ver pasar el tiempo, mi carcelero, vivir el pasado y futuro en presente. Ahora, todo se desvanece con nostalgia, el recuerdo, qué asco. La angustia” Cuando el tiempo y la realidad se armonizaban en un macabro preludio, la mujer se evanecía lentamente, como una sombra que desaparece cuando se hace la noche. “Harta. Gritando odio. Sólo dolor, un abismo. Gracias... Desprecio a la gente, a la gente que mira, a la gente que calla, a los que ríen y más a los que… lloran. A aquellos que no lloran, que hablan sin decir nada, a los vehementes. A los que no gritan. Me repugno, me avergüenzo, me odio con toda el alma, con todo mi ser. Odio la vida. Con absoluto dolor... de existir, con el suplicio de estar viva, no tengo miedo, soy como tú, muerta, te amo»

Perdón.

Comentarios

Otras publicaciones

Un destino marcado

Los sueños del Navegante

El silencio del viento

Sola

El camino del Cuarto Mago

"¿Qué lo que tanto?"