Sorbo amargo

Sorbo amargo

    «En la oscuridad plomiza de lo subterráneo, Ane yace en el suelo, encogida, su cuerpo desnudo, maltrecho cubierto por una manta raída. La sangre mancha las piedras, se diluye en el agua de lluvia encharcada, creando una mezcla hedionda que refleja la desfiguración de su rostro. Con la mirada fija en su reflejo, le juega a un insecto a ras del suelo, manipulándolo de un lado a otro con su dedo, cortándole el paso. Siente el poder embriagador de controlar su destino, consciente de que con un simple gesto puede aplastarlo en cualquier momento. Dulce aliciente que alimenta su mente en este oscuro calvario.

    “Sé que no soy la madre perfecta, nunca lo he pretendido”, masculla con voz quebrada. "Las echo de menos... mucho. Son mi realidad, mi escape. Nada más importa. Estudien, lean lo prohibido, luchen. Van a vivir tiempos duros. Siempre adelante, nunca jamás atrás. Sólo espero el día... Respeten”. Su voz se desvanece en la reverberación del entorno, mientras su mente se hunde en los recuerdos.

    En el sucio reflejo del agua, observa el rostro de otros, multitud de caras que vienen y van, caras y más caras pasaban, algunas quedan, yuxtapuestos se superponen, creando una extraña unidad en un sinsentido equilibrio. Su yo adolescente susurra palabras al oído, “... No es culpa mía, solo quería vivir…, soñaba… con...”, resonando como espectros y ella, incrédula, responde con repulsión, "No es real, no eres real...”, y continúa, “... No es culpa mía, sí es mi culpa, ¡sí es mi culpa! ¡Sí es tu culpa! No tenemos nada en común, es triste. Sólo soy eso, un melancólico recuerdo de tu ser”. La sombra de su alter ego se revela, oscura, maquiavélica, bella, con una mirada negra y desalmada, desencadenando tormento.

    “Te quería, te quería...”, musitaba la sombra, a lo que Ane responde con dolor, "yo sólo..." Su némesis la interrumpe bruscamente, diciendo: “No es culpa mía, es tuya”. La confusión se mezcla con lágrimas mientras el pasado y el presente se enraízan en reproches. El ambiente se carga de resonancias superpuestas, la mujer solloza, “... Pero te quiero, te quiero...”, "Nacer y morir siempre, como si nunca hubiéramos vivido...”, responde su alter ego, creando una discordante melodía de experiencias al borde de la locura.

    En la penumbra, el alter ego junta las manos y exhala suavemente, creando un aliento que llena la cavidad, de la cual emana un agua hediente. Protege el líquido, cerrando ambas manos sobre él. "Shhh, silencio", ordena la sombra. La mujer se gira y se encuentra frente a su padre y a Eva, su amiga del alma, quien la besa profusamente en los labios. Ane queda atónita ante las palabras de Eva. “¿Por qué? ¿Por qué me hiciste esto? ¿Qué quieres de mí? Contigo es todo o nada. Siempre lo mismo... Sin presente...”. Las palabras acusatorias del padre se clavan en el corazón de Ane. "Todo es tu culpa, únicamente tuya.” La mujer, sorprendida, se enfrenta a la revelación de sus propias acciones.

    “¿Me extrañaste?" - acariciándole la mejilla – “¿Dolor? Quizás no tanto. ¿Casualidad? Más bien. Justicia divina o no, ¿Causalidad? Sí, creo que sí. ¿No te parece increíble cómo la vida siempre se ocupa de ponernos en el lugar que necesitamos estar? Te eché mucho de menos, hija. Mi amor, quitando lo presente, te ves bien. Pero esta vez no va a ser tan fácil, no. Ahora no, ahora quiero estar a mano, con tu permiso, claro, si te parece. Es justo. Creo que el que se repita la historia es lo justo, tu punto de quiebre. Me traicionaste, ¿recuerdas? Yo estaba allí, a tu lado, siempre estuve a tu lado. Vi cómo…, sin pestañear, con determinación, sabías lo que querías. Lo tenías todo, pero está en tu naturaleza, la jodiste. Vete, no sigas. No te creo. Me traicionaste”.

    La mujer, con la mirada perdida y cargada de odio, se enfrenta prepotente al maldito insecto. Siente la intensa necesidad de aplastarlo, de destrozar su cuerpo y poner fin a su actitud inmortal, anhelando el sonido de su crujir. “... ¿Tan difícil es aprender a morir, como aprender a vivir? No creo que haya mucha diferencia. Lo que te perturba de verdad es aceptar, respetar y amar eso, ese sufrimiento que te causa y atormenta. Ahí está el verdadero amor, el sacrificio." Ane respira hondo, murmurando entre dientes, “- No creo, tú no puedes soportar la verdad. Terminaré yo sola. Que así sea...”

    Se voltea, ofuscada e iracunda. Observa a la kafkiana blattodea cara a cara, el símbolo de su tormento, resistiendo la tentación de aplastarla, consciente de que está siendo observada. Siente furia, una vibración intensa. “Cómo te quiero aplastar, maldita”, murmura, pero se reprime, controla la fuerza para no destrozarla. “Sólo quiero escuchar cómo crujes, bastarda, así como esputas por la boca... escupiendo al mundo toda esa demagogia, toda esa maldita diarrea verborrágica”, susurra con furia reprimida. “Lo que me jode de verdad, ¿sabés lo qué es? Lo que más me duele es que puedas ser feliz, que puedas ser feliz sin mí.”

    “Esto es lo que duele y estoy cansada de tanta mierda. De tanta..." La mujer se detiene, espera, respira profundamente y exhala con fuerza sobre la blattodea. Se controla y la deja ir. Ane libra su batalla interna, desgarradora y cruda, al tiempo que tararea tristemente "Somewhere Over the Rainbow".

(…)
“En algún lugar por encima del arcoíris.
Los cielos son azules.
Y los sueños que te atreviste a soñar.
De verdad se hacen realidad”
(…)

    Ane levanta las manos hasta la boca y bebe un sorbo largo del agua hedionda, el líquido que simboliza sus decisiones. En sus ojos totalmente oscuros, un fugaz resplandor refleja la lucha interna, solamente para sumirse de nuevo la oscuridad. Se dice a sí misma, “...Ahora descansa, duerme”. Finalmente, cierra los ojos, se acurruca en posición fetal y se sumerge en un sueño decadente.»

Aceptación y perdón.

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