Doble filo

Alta velocidad en autopista de noche

    Para que una nación prospere, es fundamental que su gobierno sea eficiente, abierto, transparente y orientado, por supuesto, al bienestar de sus ciudadanos. Hasta aquí, supongo que todos estamos de acuerdo. Sin embargo, es a partir de esta premisa que se abren los infinitos matices que dan flexibilidad al juego de cintura de la democracia, con sus aciertos y desaciertos.

    Creo que nadie puede permanecer ajeno a la actualidad política; de hecho, resulta muy difícil mantenerse al margen. Aunque muchos desearíamos apartarnos, no por elección propia, sino más bien por el barril tóxico que se ha vertido y nos quiere mantener cautivos. Los políticos, en lugar de trabajar para unir y fomentar la armonía para el desarrollo del país al cual representan, han deshonrado el noble arte de ejercer la buena política. Lamentablemente, y por más que pueda causar molestia, el político no es otra cosa, que un fiel reflejo, oscuro, de lo peor de la sociedad. Dedicados a enfrentar a la sociedad, dividiendo, creando aversión, aplicando la antigua táctica de "divide y vencerás", ya lo dice el refrán, "a río revuelto, ganancia de pescadores".

    La palabra "democracia" parece haber sufrido una distorsión de su significado, o quizás simplemente nos queda grande. Nos autoconvencemos de entender su esencia, pero cada individuo que ostenta el poder, cree poder tratarla como si fuera un balón de fútbol listo para ser pateado, con la clara intención de desarticular los mismos derechos que deberían proteger y enaltecer en la sociedad. Cada maltrato a la democracia rompe la esperanza del pueblo para dar forma a su propio destino.

    Lamentablemente, la magnitud de este problema sólo se hace evidente cuando las consecuencias han comenzado a manifestarse y para entonces, la inercia de la situación ya está completamente fuera de control, siendo demasiado tarde para revertirla. Nos venden un sistema político "ideal" de la misma manera en que se ofrecen productos en un mercadillo, al grito de "lo mejor y más barato" presentándolo como la elección óptima para cualquier comprador. Sin embargo, la cruda realidad dista considerablemente de ser ideal.

    Las propias autoridades en el poder, valiéndose su posición y experiencia, han logrado consolidar su dominio sobre una mayoría que los sigue ciegamente. Aprovechan las necesidades de la población, haciendo promesas de velar por sus intereses, simplemente para asegurarse su respaldo. Un gobierno dispuesto a realizar lo inimaginable para mantener esa ilusión respaldado por un pueblo necesitado y convencido de ser parte clave para el cambio, se convierte en un cheque en blanco que les autoriza para actuar sin restricciones. Una acción que ha llevado a sociedades enteras a sufrir las consecuencias de un indebido ejercicio del poder. En su momento, la ciudadanía compró un relato hábilmente disfrazado, sin percatarse de que las promesas vacías y la manipulación eran la verdadera moneda de cambio.

    Quien maneja los datos goza el poder, y lamentablemente, la tendencia no es prometedora; el poder va a prevalecer. En este panorama, el relato es la esencia misma; la credibilidad de la historia y la entrega fanática del público son ingredientes cruciales para el desastre. Las políticas conceptuales, por ende, se convierten en herramientas potentes, capaces de dar forma y manipular la narrativa pública, llevando consigo el riesgo latente de tergiversar la verdad en favor de agendas particulares.

    Convicciones políticas que buscan armar ciertos “equilibrios” prescindiendo de ciertos derechos con enfoques muy determinados, instaurando una administración centralizada bajo el control estatal. En su esencia teórica, se promueve la participación democrática y activa de la población en la toma de decisiones, empero en la práctica, se limitan libertades y se menoscaban los sistemas democráticos.

    Uno de los obstáculos más evidentes radica en esa centralización del poder en manos del Estado y una élite política con intereses particulares, que no rinden cuentas y tienen la capacidad de tomar decisiones que afectan significativamente la vida de los ciudadanos. En estos sistemas políticos donde el control estatal es absoluto, se propicia la formación de una burocracia extensa y poco eficiente, al ejercer control tanto sobre la economía como la producción, determinando qué, cómo y quién produce, se limitan las opciones y oportunidades, generando un impacto directo en el desarrollo de la nación. Lo que es aún más preocupante es la nociva idea de que el Estado debería tener un control total sobre la vida de los ciudadanos, inclusive en sus decisiones personales, lo que resulta en una muy seria y peligrosa limitación de las libertades individuales, planteando cuestionamientos sustanciales sobre el concepto de autonomía en una sociedad.

    "Los ríos más profundos son los que con menos rumor corren". Un estado serio, a mi parecer, debería mantenerse pequeño, pasar desapercibido, ser invisible a los ojos cotidianos, sin emitir ruido innecesario (pues sólo las latas vacías generan tanto estruendo). Sin embargo, su eficacia debe ser altamente destacada. Debe ser percibido como un respaldo presente cuando se le necesita, proporcionando esa sensación de acompañamiento y protección, garantizando lo esencial, con las “presiones” en igualdad de condiciones para todos, justas, sin injerencias en la vida de sus ciudadanos.

    Un Estado, al igual que un ingeniero y constructor competente, debe trazar las mejores vías de circulación. Nada de caminos llenos de baches, sinuosos o laberínticos y mal señalizados; todo lo contrario, debe construir vías y autopistas de alta velocidad diseñadas para garantizar la fluidez y minimizar los riesgos, proporcionando a los ciudadanos un camino claro y eficiente para circular y desarrollarse sin límites, libremente.

Una utopía.


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