De eso se trata, creo

Espiga de trigo en equilibrio sobre mano tendida

    Sea a través de los medios, el arte o el caótico universo de las redes sociales, nos encontramos inmersos en un vórtice de ideas y pensamientos que abruman nuestras mentes. Expresiones, tanto de uno como de todos, se manifiestan como una constante. Letras, relatos o reflexiones que emergen de las líneas escritas en las páginas de un libro, de la esencia de un poema, de las prosas evocadoras de autores desconocidos, profundas reflexiones y frases célebres de pensadores universalmente reconocidos en todas las épocas, tintas derramadas con emoción y maestría.

    Sentimientos encontrados y agudas imágenes sensoriales convergen en un esfuerzo, no ajeno a la dualidad, por dar forma y sentido al abismo. En este intento constante de aprehender la esencia, nos encontramos con un trasfondo a veces dulce y armonioso, y en otras ocasiones decadente, impregnado de tragedia y dolor, esto nos enfrenta cara a cara a uno de los mayores enigmas: el sentido que envuelve el carácter multifacético y efímero de la vida. Se desata así una lucha perpetua por desentrañar las complejidades de nuestra propia existencia.

    Algunos reducen el concepto de "vida" al aspecto biológico, el mero acto de nacer y respirar, considerando cada amanecer como un nuevo aliento y de esa forma secuencial pasamos el tiempo. Sin embargo, me animo a profundizar en esa vida marcada por una existencia plena y consciente. La verdad es que nadie viene a este mundo con un manual de instrucciones sobre cómo transitar, desarrollarse o relacionarse con otros. Cada uno es, en gran medida, el resultado de un patrón de conducta familiar transmitido por generaciones e ineludiblemente influenciado por circunstancias externas que nos afectan a lo largo de nuestro existir.

    Al observar a mi alrededor, veo una amplia gama de formas de vivir, alocadas e impulsivas, prudentes y comedidas, divertidas y extrovertidas, silentes y opacas, entre muchas otras más. Cada una, una manifestación válida según la singularidad de quien la encarna, con luces y sombras de la experiencia. No obstante, la exteriorización de nuestro ser atraviesa altibajos, a veces más bajos que altos, pues, así como disfrutamos de momentos de alegría, nos enfrentamos a tropiezos, caídas aplastantes, golpes lacerantes que nos graban lecciones imborrables en el tablero de la mente. Cada individuo posee el poder de gestionarse a sí mismo, administrar esas experiencias para crecer y salir fortalecido. Aunque no siempre sea fácil, casi siempre doloroso, la esencia radica en sobreponerse e ir evolucionando.

«Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima, trataría de cometer más errores,
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido
de hecho, tomaría muy pocas cosas con seriedad.»

    Jorge Luis Borges expresaba en uno de los poemas que se le atribuyen, cercano ya al crepúsculo de su existencia, no tomarse la vida tan en serio, que cierto ¿no? verdad profunda, cuando inmersos en la formalidad de la rutina diaria, tratamos de encajar en estándares sociales preconcebidos, convirtiéndonos en autómatas funcionales. Armonizando compromisos laborales, domésticos, familiares y sociales, intentando cumplir a cabalidad, nos sumergimos en una vorágine que agota nuestra esencia física, emocional y mental. Buscamos la perfección, loable sin duda, muy valedero, pero medir el costo-beneficio se torna esencial. Hallar el equilibrio en nuestras acciones resulta sumamente complicado, pero es un acto de salud mental absolutamente imprescindible.

    En ocasiones, magnificamos pequeñeces, consumiéndonos en su desgaste, sin percibir la insignificancia de su importancia en comparación con otras cuestiones fundamentales y recién después, cuando volvemos a respirar, nos damos cuenta. Identificar el valor de lo que nos sucede y abordar sólo lo que contribuye a nuestro crecimiento espiritual se evidencia como una clave esencial. Como expresara Borges, preferiríamos tener más problemas reales que imaginarios.

    La trillada frase de que "la vida es bella y merece la pena vivirla" resuena con total acuerdo. La cuestión radica en cómo vivirla. Y es decisión de cada uno, obviamente, pero pienso que sería muy saludable disfrutar cada instante, enfocarnos en lo que poseemos sin sufrir por lo que nos falta, perseverar en nuestras metas sin desfallecer y dejar de lado los afectos y momentos felices en aras de lo que anhelamos, pues, al lograrlo, carecería de sentido sin aquellos a quienes amamos y que ahora tenemos a nuestro lado.

    La vida, como una malla enrevesada, se compone con diversas tramas, momentos irrepetibles que constituyen un arte invaluable. El arte de saber enlazarlos con dosis justas de optimismo y realismo nos permite confeccionar un ropaje perfecto; de eso se trata, de no tener miedo. Al hacerlo, evitamos desperdiciar días en nimiedades fugaces que cortan nuestras alas, ahogan nuestras emociones y dinamitan nuestro afán de felicidad.

    Seamos artífices de momentos felices, entreguémonos al canto, al juego saludable, a compartir con la familia, amigos y extraños, al baile, al servicio, al amor, y a disfrutar plenamente de cada instante como un acto consciente y sublime. Aprendamos a atesorar estos momentos, ya que serán tanto hoy como en el futuro el arca de fortaleza que aliviará nuestras aflicciones y pintará una sonrisa en nuestros labios, disipando así las lágrimas del desconsuelo.

Ahora, me voy a jugar al Tetris.

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