Me veo, me ves

Mujer detrás de espejo

    Hay un factor en la vida que influye de manera inevitable en la valoración personal y la autoestima, es la imposición de los cánones de belleza. Son ciertos parámetros que definen la estética no solamente del cuerpo, sino también de todos los elementos necesarios para lograr un aspecto ideal, como la vestimenta, el peinado, los accesorios, los tonos de maquillaje y actividades físicas. Las mujeres, especialmente las jóvenes, tienden a ser las más susceptibles al considerar como válidos estos estándares y a sentirse afectadas al enfrentar las críticas sobre su apariencia.

    Los patrones de belleza han experimentado una metamorfosis considerable a lo largo de la historia, oscilando entre extremos. En la antigüedad, se asociaba la belleza de las mujeres a cuerpos voluminosos entre otros, en tanto que en la actualidad se prefiere una apariencia delgada, cuidada y atlética, cada época ha tenido su propia definición de lo que se considera "bello". A pesar de las diferencias culturales en cada sociedad, con sus propios cánones, la globalización ha ejercido una influencia silenciosa pero poderosa en la sociedad moderna, favoreciendo la universalización de un ideal preconcebido de belleza. Desde las revistas de moda hasta las redes sociales, nos vemos constantemente bombardeados.

    El problema significativo radica en que estos patrones o características deseables, lejos de ser simplemente una cuestión superficial aparentemente inofensiva, se han convertido en una herramienta de poder. Son ampliamente difundidos a través de diversos contenidos altamente manipulados para implantarse en el imaginario popular, influyendo en la forma en que nos vemos a nosotros mismos y a los demás.

    La conexión entre los cánones de belleza y la manipulación psicológica es innegable. La publicidad utiliza estrategias subliminales para vincular la aceptación social con la conformidad a ciertos estándares estéticos, presentes en anuncios de perfumes, moda, destinos paradisíacos, ejercicios físicos y regímenes dietéticos, creando una realidad distorsionada. La constante exposición a estas imágenes establece un ciclo autoperpetuante, donde la búsqueda incesante de la perfección se traduce en un control sutil pero efectivo sobre las percepciones y las decisiones individuales. Esta forma sutil pero efectiva de manipulación contribuye a la configuración de normas y expectativas sociales, dictando qué se considera aceptable y deseable en términos de apariencia y comportamiento. En un rápido vistazo a las publicidades comerciales, nos encontramos con una realidad cuidadosamente armada que no sólo busca vender productos.

    Resulta que esto opera a favor de las corporaciones, una maquinaria implacable que dicta normas y se beneficia del ansia de consumo desenfrenado que ha zombinizado a la sociedad. Estos cánones que percibimos, aunque cambiantes, suelen ser estándares inalcanzables. La presión constante para mantener ciertos estándares perpetúa una idealización irreal, generando una percepción distorsionada que provoca en los consumidores una sensación de insatisfacción con sus cuerpos y estilos de vida, alimentando un ciclo pernicioso de consumo impulsado por la búsqueda constante de alcanzar dichos patrones. Este impacto se traduce en afectaciones tanto a nivel de salud física como mental.

    La discriminación y alienación hacia los cuerpos que no se ajustan a estos moldes establecidos, están a la orden del día, y como mencioné antes, todo indica que esta situación va a permanecer constante, generándose todo un conflicto difícil de contener, con repercusiones directas en nuestras interacciones personales y, por ende, en la salud integral de la sociedad. Lo más preocupante es que las niñas, desde temprana edad, internalizan estas pautas y comienzan a evaluar si encajan o no en ciertos grupos sociales. A medida que crecen, la falta de apoyo puede traducirse en frustración al percibirse fuera de dichos parámetros.

    Aquí es donde los padres desempeñamos un papel decisivo. Es esencial estar presente y transmitir a nuestros hijos, en cada paso, que estos estándares son irreales y que nadie puede ajustarse a ellos constantemente, es pura ficción verse todo el tiempo como una Barbie o un Ken. La realidad pasa por encontrar un equilibrio entre cuidar la apariencia personal para fortalecer la autoestima y llevar una vida saludable, sin caer en excesos ni frustraciones cuando no coincidimos con los modelos predominantes.

    Partiendo de la premisa fundamental de que todos somos diferentes, diferentes en aspectos físicos, en formas de pensar, en nuestras experiencias y perspectivas, es esencial reconocer y desafiar estas imposiciones para cultivar una sociedad más inclusiva y saludable, cada persona merece ser valorada por sus características únicas. El meollo del asunto es redefinir el concepto de belleza, considerando la autenticidad, individualidad y aceptación de la diversidad. En todas sus formas, la diversidad debe celebrarse, ya que no se puede disociar el aspecto exterior del interior. Cultivar valores es primordial, y sembrar en los más pequeños las semillas del amor propio es crucial. La belleza, quiérase o no, es subjetiva, y en este sentido, la autoaceptación debe ser fomentada como un acto contra la manipulación de las percepciones.

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