Un pequeño desliz

grupo de figurillas de damas chinas de color rojo enfrentadas a un solo token de color negro

    «En el festivo día de Reyes, los maravillosos Magos de Oriente no decepcionaron en su consagrada misión de colmar de regalos la morada familiar. Un hogar repleto de infantes, cuyas edades variaban entre los seis y once años, descendencia de distintos hermanos acostumbrados a pasar juntos esa noche llena de encanto. Un grupo familiar tan vasto como diverso en todos los aspectos que convergía en el encomiable gesto de compartir armoniosamente ese momento excepcional, colmado de efusiva felicidad, donde las expresiones ansiosas de los pequeños se transfiguraban en una combinación perfecta de expectación, emociones puras y satisfacción al romper el papel satinado y descubrir sus presentes ocultos. La sorpresa, alegría, risas y exclamaciones de gratitud, daban paso a un gran alboroto para sumirse de inmediato en el juego, dejando recuerdos imborrables.

    Y tal como sucedía cada año, este amanecer del día de Reyes no iba a ser diferente, el mismo mágico ritual, los niños descendían las escaleras con la inocencia de un secreto compartido, encontrando al lado de cada zapatito varios regalos. El asombro de ellos al ver que nada quedaba del pasto y el agua que dejaron para los animales en la noche, “¡Mirá, comieron todo!”, exclamó el más chico de ellos. Con gran ilusión, cada uno tomó sus regalos y, rasgando velozmente los envoltorios, descubrían sus anhelados tesoros.

    Pedro obtuvo el dron que tanto había pedido, Anita se ponía sus patines rosados, acompañados de casco, coderas y rodilleras para mayor protección; Susanita abrazaba con ternura a su hermosa muñeca de tez morena, de cabellera enrulada capaz de cantar y danzar; José encontraba su deseado set de cocina, completo con todos los utensilios culinarios imaginables y la correspondiente caja registradora; mientras que Luz disfrutaba de un súper kit de caja de herramientas vanguardistas para todo propósito, acompañada de casco y cinturón de seguridad. Los cinco primitos rebosaban de alegría, felices, exhibiendo con orgullo sus regalos ante los adultos e invitándolos a unirse a la diversión.

    Los tíos y abuelos se sumaron al bullicio desatado tras la revelación de los paquetes, observando con curiosidad los regalos mientras los chiquillos jugaban con ellos y compartían palabras elogiosas para alimentar la autoestima de los primos. Hasta que, la armonía se quebró cuando el tío Lalo, con su acostumbrada falta de discreción y altanería, lanzó un comentario incisivo: "¡qué raros son los Reyes de ahora, regalando ollas a los varones y herramientas a las niñas! ¿Y esa muñeca morocha, habiendo tantas opciones de lindas muñecas?" Un breve silencio inundó el ambiente, pesado, dejando atónitos tanto a adultos como a niños, a pesar de que ya estaban familiarizados con los desbocados comentarios del tío Lalo.

    Los niños, afectados, empero con asombrosa naturalidad y soltura, se acercaron al tío. Luz, tomando la iniciativa con la audacia que la caracteriza, le respondió: "No me parece extraño, tío Lalo. Es lógico recibir estos juguetes, porque es lo que pedimos. José quiere abrir su restaurante en unos años más y está preocupado por aprender a manejarlo. Yo, seré ingeniera de la NASA, y creo que debo empezar a practicar el uso de herramientas para explorar el universo y salvar al mundo. A Susanita simplemente le encantan las muñecas; tiene una gran colección con diversos modelos, de diferentes tamaños y tonos de piel, y cada una de ellas es especial tal como es".

    Todos los allí presentes quedaron anonadados ante semejante muestra de madurez y solvencia de fundamentos. El tío Lalo, sonrojado y avergonzado por su desliz verbal, respondió: "¡vaya pelada! ¡cuánta razón tienes, sobrina! Gracias por abrirme los ojos, pasa que lo vi sólo desde mi punto de vista. Ya quiero ver la carta de ese restaurante Joselo", y se unió alegremente a jugar con los chicos como uno más.»

    Es sorprendentemente sencillo emitir juicios de valor sin solidez alguna; unas pocas palabras bastan para herir sentimientos o afectar emociones de los demás, pero, por encima de todo, qué arraigada está en nuestra cultura la tendencia insidiosa a estereotipar y encasillar a las personas en roles tradicionales. Pareciera que es parte inherente de la construcción natural del pensamiento el atribuir de manera automática ciertas propiedades, cualidades o roles, tanto a hombres como a mujeres. Esto se debe en gran medida a la manifestación de patrones culturales que heredamos y que se transmiten de generación en generación. Desde la elección de juguetes en la infancia hasta los roles profesionales en la adultez, nuestras mentes son permeados con ideas preconcebidas sobre lo que significa ser "masculino" o "femenino", el papel que se va a jugar en la sociedad y las expectativas individuales.

    Romper con esos patrones impregnados resulta un desafío complejo que requiere un esfuerzo consciente y continuo. Los estereotipos que nosotros mismos creamos pueden simplificar y distorsionar la realidad, y que no reflejen la diversidad y complejidad real, por ende, se altera nuestra capacidad de percibir la evolución de la realidad social como un proceso dinámico y multifacético. La vida es una constante evolución, intrínsecamente ligada a nuestra capacidad de adaptarnos fluidamente a los cambios, y aunque adaptarse a los cambios no sea sencillo, es necesario dar el paso de aceptarlos y ajustarnos a ellos.

    En este proceso, la conciencia crítica juega un papel fundamental. Reconocer y cuestionar nuestras propias creencias impuestas por prejuicios es esencial, de lo contrario, corremos el riesgo de quedar atrapados en conceptos arcaicos que perjudican el desarrollo e integración hacia una sociedad más inclusiva, equitativa y dinámica. Cada individuo debe tener la libertad de explorar todo su potencial, para que pueda contribuir de manera significativa y genuina siendo quien desee ser, sin la carga de expectativas basadas en arquetipos predefinidos.

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