"Ni te vas a acordar..."

Túnel oscuro en forma de espiral, con fondo negro

    Uno de los males más perniciosos que persisten en nuestra sociedad es, sin lugar a dudas, la violencia. Esta manifestación brutal, que no distingue edad ni género, deja una huella devastadora en sus víctimas. Las estadísticas que documentan acosos, maltratos y abusos revelan una espeluznante escalada constante, visibilizadas en gran medida gracias a un aumento en las denuncias, a la mayor atención de las personas y al uso de las nuevas tecnologías. A pesar de los esfuerzos por frenar este crecimiento, los números, en el mejor de los casos, se mantienen estancados.

    Lo más inquietante de esta realidad es que la violencia rara vez se limita a episodios aislados; más bien, se manifiesta como un patrón constante de gritos, insultos, golpes, vejaciones, llegando incluso al abuso sexual y a desencadenantes aún peores. Para colmo, la mayoría de estos casos ocurren en el entorno familiar. La cercanía del agresor sume a las víctimas en un abismo de sentimientos confusos que suelen ser silenciados, especialmente cuando se trata de menores de edad. Vergüenza, ira, ansiedad, culpa, depresión, aislamiento, baja autoestima, descuido personal y muchos otros efectos difícilmente exteriorizados infligen daños irreparables en la integridad física, psíquica y emocional de quienes los padecen, severas lesiones que quedan marcadas de por vida.

    El abuso adopta diversas formas: física, emocional, académica, laboral, económica, autoritaria, infantil o sexual. En este último ámbito, cuando el abuso culmina en un embarazo, las consecuencias se multiplican, afectando gravemente a niñas y jóvenes madres que no están preparadas para afrontar el hecho y la responsabilidad. Buscar soluciones "rápidas" se convierte en la trampa a la que son llevadas, con frases como "ni te vas a acordar de esto”, “no duele”, “no lo va a sentir, aún no es un ser vivo”, un lucrativo negocio basado en la mentira. Una mentira descarnada, pues un aborto nunca se olvida; deja cicatrices imborrables en el corazón y el 
alma. Tapar un mal con otro mal no es la solución. Aunque sé que es difícil de aceptar, tampoco es justo culpar a un inocente por las injusticias sociales. La vida es una experiencia maravillosa que no debería ser privada a nadie.

    En muchos casos, por temor, desconocimiento o manipulación de personas sin escrúpulos, las niñas recurren a clínicas clandestinas, exponiéndose a procedimientos insalubres y peligrosos que amenazan su vida. La violencia, en general, requiere un enfoque integral para apoyar a las víctimas, con asesoramiento y acompañamiento profesional que ayude a asimilar y minimizar las secuelas de estos hechos, sobre todo en el caso de menores, la atención debe ser especialmente cuidadosa, ya que pueden experimentar retrasos en su desarrollo y enfrentarse a un mayor riesgo de problemas de salud mental, además de correr el peligro de adoptar conductas autolesivas o dañinas hacia los demás.

    A medida que la sociedad avanza, también lo hacen las formas en que enfrentamos estos actos, requiriendo una respuesta proactiva centrada en la prevención. La educación temprana y la concienciación son herramientas cruciales para romper el insidioso ciclo de violencia. La desnaturalización de este complejo fenómeno es un imperativo moral y social, que demanda más que respuestas punitivas superficiales; exige un compromiso decidido para su erradicación, con una profunda introspección sobre las raíces culturales y sociales que perpetúan estas atrocidades. Es evidente que este combate no puede ser delegado únicamente a instituciones gubernamentales o a organizaciones especializadas. La construcción de comunidades sanas, sólidas y conscientes es un pilar esencial en esta lucha. La creación de entornos seguros, fomentando la empatía, el respaldo mutuo y la denuncia responsable constituyen elementos clave en este desafío colectivo.


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