Salud pública de calidad


    Si hay un tema que siempre atrae la atención y que, por lo general, tiende a desatar innumerables comentarios, generalmente desfavorables, es la salud pública.

    Es bien sabido que la salud no se limita simplemente a la ausencia de enfermedades, sino que abarca un completo estado de bienestar que incluye aspectos físicos, mentales, espirituales y sociales. Cuando hablamos de salud pública, en su concepto, nos referimos a la disciplina que se dedica a estudiar tanto la salud como las enfermedades que afectan a una comunidad, y, sobre todo, a establecer medidas preventivas, investigar las causas y factores que contribuyen a la mala salud, diagnosticar con precisión y aplicar los mecanismos necesarios para combatir enfermedades desde las diferentes instituciones, sean públicas o privadas. En síntesis, se trata de mejorar la salud y el bienestar de una población determinada, lo que, a su vez, mejora la calidad de vida de las personas.

    Todo esto plantea un desafío considerable desde la perspectiva de un sistema de salud pública que busca hacer de la salud un derecho universal con acceso igualitario. Este sistema se financia mediante impuestos y contribuciones sociales con el objetivo de garantizar atención médica adecuada para todos los ciudadanos, independientemente de su situación económica o social. Aunque contamos con un sistema de salud que combina lo público y lo privado, lamentablemente, debido a una serie de factores inherentes a la gestión pública, a pesar de las destacables excepciones de muchos profesionales que contribuyen dando lo mejor de sí mismos a pesar de las dificultades, con un admirable desempeño caracterizado por la creatividad y el esfuerzo. La parte pública de este sistema de salud, en general, presenta debilidades notables, con hospitales y centros de salud saturados e infraestructuras obsoletas, escasez de personal médico, falta de medicamentos, unidades de cuidados intensivos insuficientes, ambulancias limitadas y una serie de deficiencias ampliamente conocidas pero rara vez abordadas de manera adecuada.

    Si bien es cierto que es urgente reformar la gestión para mejorar la atención prioritaria de la salud, no es suficiente. También es imperativo humanizar la atención. Pero, ¿qué implica esta humanización?

    Si consideramos que la atención médica involucra a dos o más personas en un proceso de cuidado, lo que de por sí es una actividad profundamente humana, podría parecer un contrasentido hablar de humanización. Sin embargo, no podemos ignorar que, en ocasiones, los seres humanos actuamos de manera mecánica, como autómatas, con una actitud indiferente y fría que repele a los pacientes o incluso con hostilidad, lo que a menudo vulnera su dignidad.

    No es sencillo y aún menos agradable acudir a un servicio de salud con una dolencia para encontrarse con salas llenas con el típico hedor hospitalario, luces estridentes, asientos incómodos, escaleras maltrechas y ascensores descompuestos. Esto, por sí solo, aumenta los niveles de tensión y ansiedad. Humanizar implica dejar de considerar a los pacientes como simples casos a tratar; no son cosas que atender, no son número, son personas que buscan desesperadamente una solución a su problema, personas que en ese momento están vulnerables y especialmente sensibles.

    Cada paciente que llega con una enfermedad lleva consigo su dolor, ya sea solo o acompañado de su familia, en esos momentos de profunda incertidumbre y sufrimiento, es esencial percibir la empatía y la sensibilidad por parte de quienes prestan servicios de salud. No basta con aplicar tratamientos o procedimientos de manera fría que curen o alivien las heridas externas, ya que las heridas internas son las más dolorosas y difíciles de sanar.

    Humanizar significa mostrar empatía a través de una mirada acogedora, una sonrisa cálida, palabras de ánimo y un trato cordial y amigable. Dejar de considerar la prestación de servicios de salud como una actividad puramente funcional y utilitaria, y transformarla en una relación interpersonal basada en el respeto y la empatía genuina.

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