Memorable visita del Papa Francisco a Paraguay


    Es ampliamente conocida la profunda admiración y afecto que su Santidad el Papa Francisco siente por nuestro país, valorando nuestra rica diversidad cultural, reverenciando a la Virgen de Caacupé y, sobre todo, exaltando la figura de la mujer paraguaya, a la que se refiere como "la más gloriosa de América". Sin embargo, pocos son conscientes de que estos lazos afectivos con nuestra realidad e historia fueron forjados desde muy joven.

    El mes pasado se cumplieron ocho años ya desde la inolvidable visita del Santo Padre a nuestra querida nación. Resultó una bendición sin igual que un Papa incluyera al Paraguay en su recorrido pastoral, pero aún más significativo fue que el Papa Francisco fuera quien nos visitara. Nos convertimos en el epicentro de la atención internacional, siendo observados y reconocidos a nivel mundial: "Paraguay, el corazón de Latinoamérica", presente, una afirmación que resonaba fuerte y latente.

    No está de más reconocer todo el arduo trabajo que se llevó a cabo previamente para materializar la realización de las tres jornadas de tan significativa visita que se tornaron memorables. Durante este período, el mundo fue testigo de calles rebosantes de personas, enmarcadas en maratónicas actividades y emotivos encuentros. Fieles y no creyentes, compartieron la vivencia, vibrando con la ilusión de ver, escuchar y compartir con el Sumo Pontífice.

    Desde su visita a los niños del Hospital General Pediátrico “Niños de Acosta Ñú”, pasando por las celebraciones eucarísticas en la Basílica de Caacupé y en el Parque Ñu Guasú, hasta el encuentro con los jóvenes en la Costanera de Asunción, el Santo Padre, demostró su inmenso afecto al Paraguay, su gran humanidad, humildad y vocación de servicio. Además, demostró una conexión especial con el pueblo de Dios, con una sincera atención hacia los más necesitados.

    La trascendencia de esta visita va más allá de la fe, las emociones y el entusiasmo, de toda la alegría, devoción y desde luego, de todo el esfuerzo que supuso tal desafío, llegando hasta lo más profundo de la espiritualidad y el compromiso de una nación entera. Un evento que, por su impacto directo en la vida de cada uno y colectiva, merece ser recordado y conmemorado.

    ¿Qué enseñanzas hemos incorporado? ¿Qué mensajes nos dejó? ¿Persiste en nuestra memoria colectiva el mensaje profundo del Papa? O, por el contrario, ¿hemos dejado que el compromiso adquirido como creyentes y como seres humanos se desvanezca? Su mensaje es muy claro y universal, no se restringe a la comunidad católica exclusivamente, no señor, es un mensaje para todos los que habitamos este planeta, un mensaje de amor y humanidad.

    En especial dirigido a los jóvenes, el Papa nos conmina: “No queremos jóvenes debiluchos. Jóvenes que están ahí nomás, ni sí ni no. No queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes, cargados de esperanza y fortaleza”.

    En un llamado a la trascendencia espiritual, a la renovación de la fe, a crecer y a convertirse en influenciadores y hacedores de una sociedad más equitativa, solidaria y pacífica, pero, ante todo, es un mensaje a la libertad, a ser libres, libres de corazón; a transformarse en auténticos corazones revolucionarios, revolucionarios de la fe cristiana.

    ¡Hagan lío! Pero organícenlo bien.
¿Recuerdan?

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