Con los ojos de un niño


    Todos los adultos fuimos niños en algún momento; reíamos y jugábamos como si el tiempo fuera un eco lejano o careciera de relevancia. Observábamos el mundo a través de ojos llenos de bondad e inocencia innatas, sin tabúes ni temores. Nuestra imaginación volaba sin límites y descubríamos mundos asombrosos, llenos de magia y fantasía.

    Y hoy, aquel niño aún reside ahí, aunque se encuentre oculto entre trajes sombríos, impasibles carpetas de trabajo o duros e insufribles zapatos. Queda cautivo, atrapado entre la formalidad que nos impone la vida adulta, las responsabilidades que nos atan y los problemas cotidianos que nos absorben, nublándonos la visión, impidiéndonos ver los matices de la vida con esos mismos ojos de mirada curiosa de aquel niño que éramos.

    Reexploremos nuestros recuerdos más queridos, donde contrariamente a lo que algunos suponen, nunca estuvimos perdidos y ahora, atesoramos con especial cariño. Porque recordar con amor, en esencia es eso, volver al corazón con sentimiento puro. Ahí, en ese recoveco de el no tiempo de las emociones profundas, hallaremos en su mundo a esa niña con sonrisa genuina, jugando con muñecas, dotándolas de vida y voces únicas, o recibiendo amigas para un elegante té en una casita construida con cajas, sábanas y retazos de tela que, en la imaginación inalcanzable de la infancia se transformaba en una mansión inmensa que abría sus puertas e invitaba a pasar tardes inolvidables, hasta incluso quedarse dormida dulcemente entre peluches y muñecas.

    O en otro rincón de los recuerdos, a ese niño, entregado jubiloso con sus coches o trenes, viajando y recorriendo ciudades, parajes enteros y descubriendo lugares mágicos donde se desencadenaban innumerables aventuras, o construyendo grandes torres con bloques de plástico o madera, y cuya estruendosa demolición era la más divertida travesura de monstruos colosales.

    Con el paso del tiempo, nos enseñan o educan a ser más realistas, a pisar tierra y madurar. Pareciera que esa madurez implicara dejar atrás la diversión y la alegría pura de la inocencia. Y es así que, con la suma de las experiencias vividas, algunas no tan agradables, tendemos a complicarnos en exceso, abandonamos los sueños y las sonrisas, y perdemos esa perspectiva sencilla de las cosas. En muchas ocasiones, también se desvanece la habilidad de imaginar, de crear y la capacidad de resolver los problemas con espontaneidad.

    Crecer es un proceso natural y una ley de vida, pero la forma en que abordamos los desafíos, es una elección personal. A veces, es esencial despertar al niño interior para observar el mundo con ojos llenos de ilusión, encontrar la alegría, divertirse y ser feliz en lo sencillo, volver a maravillarse con la belleza que nos rodea, valorar lo bueno y disfrutar con auténtica emoción. Tan simple como apreciar la vida, agradecer por ella y vivirla con plenitud.

    En honor al Día del Niño, celebramos una etapa en la que todo es posible. Libertad, asombro, sorpresa y entusiasmo ante lo más elemental. Rescatemos al niño interior para redescubrir la maravilla que es vivir, más allá de los desencantos. Permitamos que la sencillez y espontaneidad colmen nuestra existencia.

    ¡En este día, felicidades a todos los niños y a aquellos de nosotros que lo conservamos escondido en nuestro interior!

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