Regálame un libro

Regálame un libro

    En una vetusta biblioteca de piedra, de solera mágica y misteriosa, majestuosa en historia (nada que ver con la de Hogwarts), entre polvorientos estantes de roble, crecidos hasta rozar el techo, y pasillos estrechos y zigzagueantes rebosantes de conocimiento y sabiduría, se acumulaban siglos de olvidos, allí reposaban desde antiguos tratados hasta las más recientes novelas, pasando por libros de historia, manuales, manuscritos, leyendas, cuentos y relatos; páginas y páginas sobre imperios caídos, de extrañas lenguas, hazañas de vaqueros y piratas temerarios, leyendas de caballeros, príncipes y princesas, de reinos fantásticos, experimentos de científicos locos, crónicas de aventureros por el mundo y exploradores del espacio, además de seres fantásticos y el arte oscuro de realizar pociones, hechizos y encantamientos de los más místicos magos. Entre estos últimos, destacan los libros misteriosos y prohibidos, siempre esperando entre las recónditas sombras, en las cuales se distingue un libro solitario y enigmático.    

    Uno de esos libros que pasan desapercibidos, pequeño, insignificante a primera vista, perdido entre los numerosos volúmenes que lo rodean y aprietan. Empero este no era un libro común y corriente; tenía algo especial. Quería, ansiaba ser leído, deseaba desesperadamente ser comprendido por un infante digno que apreciara su valor. A pesar de su profundo reclamo silencioso y del característico olor a tinta y pergamino que despedía, el destino conspiraba en su contra, pues ninguna mano se aventuraba a abrir sus tapas de piel gastadas, ningún ávido lector se detenía a desentrañar sus secretos. Un pobre libro que no encontraba a quién ser leído.

    Un libro no es para cualquiera, no puede serlo. Algunos piensan que son sólo montones de hojas secas, ¡qué tristeza! Un libro tiene que ser elegido con cuidado, debe sentirse atraído por su esencia, por la promesa de transformación que sus palabras encierran, ese libro quiere cambiarte la vida de mil maneras. Es una fórmula delicada, única entre lector y letras, un romance que se alimenta lentamente a medida que se exploran sus hojas. No es una decisión simple dejarse abrir las tapas por cualquiera; debe ganarse la confianza, nutrir una relación tan íntima que resista más allá del instante efímero de la lectura. Muchos pasan sin calar, no quiere que eso suceda. El mensaje debe perdurar para formar parte de una vida entera.

    Recordamos con cariño los libros de nuestra infancia, esos compañeros reservados que nos acompañaron en nuestros primeros momentos de imaginación y que, al crecer, cuando ya somos grandes, recordamos con amor. Los buscamos incansablemente, pretendiendo reconectar con la magia de aquellos soplos de inmersión en sus historias, y revivir cómo nos hizo sentir cuando lo leímos por primera vez. Porque los libros no son sólo palabras impresas; son emociones que nos inundan, son risas y lágrimas, alegrías y tristezas, amor y odio. Son vidas ajenas que nos atrapan, nos vuelven de ellas, nos transforman y transportan a mundos impensados.

    Un libro es esa casa de madera con chimenea en un bosque solitario e inmenso, que te protege de una fría noche de nieve y ventisca; un refugio seguro, un portal hacia dimensiones infinitas donde el tiempo no existe - ¿Qué es eso? y los sueños se materializan. Es el cofre de un tesoro que se abre ante nuestros ojos curiosos, invitándonos a perder la noción de la realidad. Una puerta que abre a otra y otra más, y de cada una de ellas un sinnúmero más de historias; volamos sumergidos en las fantasías de ensueño o terror, qué increíble emoción es vivir mil vidas desde un sillón, desde el calor de nuestras mantas en la alcoba, o desde un pequeño rincón de la casa, que es especial porque es nuestro.

    Un buen libro quiere ser leído; no es elegido por cualquiera, sino al revés, es él quien elige. También es vulnerable, susceptible al dolor de la indiferencia y el desprecio. Si lo prestas o regalas sin consideración, le infliges una herida que tardará en cicatrizar, y probable que decida alejarse para hacerlo, muy lejos, pues no creo que regrese donde no fue valorado. Un libro que te ha elegido sólo desea ser apreciado por quien lo sostiene en sus manos.

    No debemos obligar a leer. Como padres, anhelamos inculcar el amor por la lectura en nuestros hijos, lo hacemos muchas veces basándonos en nuestras propias experiencias y compartiendo con ellos los libros que marcaron nuestra juventud. Sin embargo, nada tienen que ver con nuestros hijos, es importante recordar que cada niño es único, con sus propios gustos y preferencias en busca de experiencias. Debemos permitirles descubrir por sí mismos el mundo de la literatura, sin imponer nuestros intereses. Sólo dejarlos, son ellos quienes, cuando menos lo esperamos, se conectan con los libros que necesitan leer y ser leídos, incluso si no nos gustan o no creemos que sean los más adecuados, acompañarlos.

    Es un privilegio ser testigos, meros observadores del momento en que las cosas ocurren. Como de la nada, el pequeño sin venir a cuento, agarra el más inesperado libro del estante y, sin decir palabra alguna, se sumerge en la magia de la lectura. Observar cómo cambia su expresión, cómo sus ojos brillan con asombro o cómo se ríe sin razón aparente. ¿Qué será lo que le hace reír? ¿Por qué pone esa mirada? ¿Qué secreto le estará revelando el libro? Y de repente, se acerca y te cuenta emocionado, te hace una pregunta sobre algo que no entiende, te involucra en su lectura e incluso se atreve a corregir alguna falta, ¡qué descaro!, pero me encanta, porque demuestra su mente está navegando en nuevas dimensiones.

    No perdamos la costumbre de regalar libros, no importa el motivo, independientemente del momento, simplemente por el placer o la emoción de hacerlo. Eso sí, hagámoslo con cuidado y consideración, eligiendo con esmero aquellos libros que puedan despertar la imaginación y el amor por la lectura en el corazón de los más jóvenes lectores. Existen muchas bibliotecas llenas de historias de libros solitarios, que aguardan en silencio, anhelando ser leídos y esperando pacientemente su momento, mas, a pesar sus irresistibles reclamos, muchas veces no encuentran el toque de alguien digno. Un libro posee un poder inmenso, la fuerza ‘superpoderosa’ capaz de cambiar la vida de aquel que lo ha leído. Y quién sabe, tal vez estemos plantando una semilla en su interior, una semilla que algún día desee ser escrita.

¡Que los libros hagan su magia!

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