El diente perdido

El diente perdido

    «Desde sus primeros meses, Popy era una chiquilla vivaz, siempre fascinada y ávida de aventuras que encontraba entre las páginas de los libros ilustrados con dibujos de mundos mágicos. Pocos placeres en la vida resultan tan dulces y tiernos como la desbordante imaginación de los niños en su infancia temprana. Un período único, juguetear con cada idea sembrada en la mente de los pequeños los traslada a un universo de creatividad y sueños, invitándolos a explorar sin límites.

    Con la llegada de su primer diente tambaleante, Popy descubre junto a sus padres la existencia de seres mágicos como el escurridizo ‘ratón Pérez’ o la encantadora ‘Hada de los dientes’. Diminutos personajes que aguardan pacientemente ansiosos a que los niños duerman para entablar una feroz competencia nocturna. Juegan a ver quién de ellos recolecta más dientecitos perdidos, olfateando y llevando los caídos, después de una larga batalla de balanceos incesantes en la boca de los críos, dejando a cambio monedas, billetes o regalos, eso, pequeños tesoros. Aunque, Popy prefería creer que, dada la abrumadora cantidad de dientes perdidos a diario, habían llegado a un pacto secreto para dividir los botines, según quién de ellos llegue primero a las casas de los valientes infantes.

    A medida que crecía, su fe ciega en estos seres mágicos se fortalecía con cada diente perdido, pues al despertar, encontraba la evidencia, la prueba irrefutable de su existencia en las  diminutas 
huellas que aparecían en el suelo, confirmando su visita nocturna. Las huellecitas recorrían desde la ventana que daba a la calle y acababan en la cabecera cercana a su almohada, donde ella depositaba el preciado trofeo, y en vez del diente, encontraba uno o más billetes, junto con un tierno mensaje por su esfuerzo y valentía.

    En una de esas tantas veces, siendo ya un poco más grande, Popy estuvo durante días con un premolar colgando, hasta que una mañana, por fin cayó, y dada su precoz independencia, lo lavó cuidadosamente y lo guardó celosamente en un cajón, para no perderlo, haciendo a sus padres un fugaz comentario de lo sucedido, sin ahondar en ello, ya que se centró en calcular que sumaría a sus ahorros con esa visita que, estaba segura, recibiría del ratón Pérez, o el Hada de los dientes. Al fin y al cabo, el que llegue primero, se quedaba con en precioso diente, y créanme, siempre llegaba.

    Ese día fue de mucha expectativa, fue al cole y durante el resto de la jornada, realizó todas sus actividades con normalidad, acabando el día agotado, porque tocaba entrenamiento hasta muy tarde, quedando tiempo apenas para una tibia y forzada ducha, y de allí a la cama.

    Apenas los primeros rayos del sol se filtraban por la ventana, Popy abrió los ojos tras un reparador sueño, esperando con la ilusión encontrar su premio habitual por haber entregado su diente. Pero, uf, la mañana fue devastadora, para su desconsuelo, ¡la cabecera estaba vacía y ninguna huella por la casa! Las lágrimas brotaron. Sus padres, alarmados por su angustia, apenas cayeron en cuenta de la situación, cuando Popy les reveló que ni el ratón ni el hada habían llegado esa vez. La duda, sembrada por las palabras de sus amigas mayores, creció de repente, que no existían y eran los padres los que ponían el regalo, desmoronando la magia de su infancia. ¡Mal, todo mal! En medio de aquel caos emocional, padres e hija se miraron buscando consuelo, palabras que pudieran mitigar la tristeza y el desencanto repentino de tal descubrimiento.

    ¿Dónde lo dejaste?" preguntó la madre con preocupación. "En el cajón de mis remeras", respondió Popy. "Ahí está el problema", interrumpió el padre con tono seguro, buscando una explicación para el descuido, la excusa perfecta,. "El ratón Pérez y el Hada de los dientes suelen buscar el diente por su olor. Por eso siempre debemos dejarlo cerca de la almohada, a la vista, sin embargo, el diente estaba guardado en el cajón, lejos de la vista de los mencionados personajes, impidiéndoles encontrarlo. La madre asintió, siguiendo la corriente, y juntos Convencieron a Popy de que no había sido un olvido de los seres mágicos, sino de ella misma, su propio descuido al no seguir la tradición. Pero… ¿lograron realmente convencerla? Esa es una incógnita que solo el tiempo podría revelar. La semilla de la duda había sido sembrada, y el paso de los años era inevitable.

    Es más, me atrevería a decir que Popy, con su natural perspicacia, ya conocía la realidad detrás del velo de la fantasía, pero aun así disfrutaba de su niñez, de esos momentos únicos con sus padres. Al fin y al cabo, romper la ilusión, romper ese pensamiento mágico, no es necesario. Quiérase o no, cada niño a su propio ritmo, descubre la verdad, madura y comprende la realidad de las cosas, a su tiempo, las acepta y sigue, descubriendo sus propias formas de enfrentar el mundo, y quizá, en ese paso resida la verdadera magia de crecer.»

    Como bien dijo 'El Principito', 
lo esencial es invisible a los ojos.

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