Pubertad 'on fire'

Pubertad on fire

    Las diversas etapas del desarrollo de nuestros hijos son un camino sinuoso, lleno de giros y curvas pronunciadas, repleto de momentos y experiencias con emocionantes cambios que ponen a prueba nuestra capacidad de adaptación en cada paso. Desde la delicada ternura de los primeros días de vulnerabilidad, cuando como padres novatos enfrentamos el desafío del primer baño a nuestros bebés, con la inseguridad y el temor latente de hacerlo bien, hasta las noches somnolientas y agotadoras, levantándonos una y otra vez, en estado casi autómata para satisfacer las necesidades de un bebé inmisericorde que demanda toda nuestra atención. 

    Después de afrontar los retos iniciales, llegamos a los logros más visibles. Esos primeros pasos, tambaleantes e inciertos, que de alguna manera marcan el comienzo de una independencia temprana. Ese tiempo donde hay que cuidar los espacios y observar con cautela todo objeto que pueda causar daño, que sea sujeto de rotura, quemadura, lanzamiento o atragantamiento, sin sobre proteccionismos, vamos, tarea sencilla. Luego se presenta el primer día en la guarde, donde dejamos a nuestros pequeños en manos desconocidas con la ansiedad que eso conlleva… Al principio, claro, después de los lógicos primeros días de preocupación, irrumpe un sentimiento, aunque efímero, de liberación. Esas profesoras son unas santas. Seguro que ya saben a lo que me refiero.

    No podemos pasar por alto la mezcla de emociones que nos provoca la salida y caída del primer diente; recordándonos lo rápido que crecen nuestros hijos. Tampoco podemos olvidar las noches en vela, interminables, luchando por bajar fiebres y cuidar de ellos cuando están enfermos, cuestionando, en momentos de pura angustia, una fortaleza y resistencia que a veces no sabemos si poseemos.

    El sacrificio, el crecimiento y el amor incondicional, se manifiestan en momentos de prueba y tribulación, así como en momentos de pura alegría y asombro. Es durante estos momentos que descubrimos el verdadero significado y la profundidad del vínculo que compartimos con nuestros hijos.

    Hasta que un día, justo cuando creemos que ya estamos curtidos o que tenemos una idea aproximada del tema de la crianza, ¡oh, sorpresa! Sin previo aviso, llega la etapa gloriosa y emocionante de la vida, esa maravillosa montaña rusa de subidas y bajadas emocionales acompañada de cambios físicos y psicológicos impredecibles, incluido el idioma, donde cada palabra o acción puede convertirse en una espoleta potencialmente peligrosa. Sí, este periodo de caos y confusión desafía nuestra cordura y resistencia, hormonas en ebullición transformando a nuestros inocentes angelitos en criaturas irreconocibles, en seres bipolares, capaces de desatar tormentas perfectas que arrasen con todo a su paso, situaciones conflictivas que no nos queda otra tendremos que gestionar y superar juntos. Una etapa de la vida que ha desconcertado a padres, educadores y, ciertamente, a los propios adolescentes, desde tiempos inmemoriales. Estoy hablando, por supuesto, de la gloriosa y caótica, pubertad, ¡pubertad on fire! ¿Qué sería de estos momentos de la vida sin un poco de emoción? ¿verdad? Pues eso, paz mental confrontando emociones en estado puro, en una batalle épica.

    La vida siempre se reserva curiosas ironías. Sobrevivimos a todo esto con una gran carga de experiencias positivas y no tan positivas, menesteres y otros avatares propios de la adolescencia. Sin entrar en juicios sobre lo acertado o no de las acciones de nuestros padres con nosotros, ni mencionar cuestiones tan dolorosas como la violencia intrafamiliar, me refiero simplemente a los patrones habituales y acordes de relación padres e hijos en esta etapa. Estoy seguro que más de uno puede rememorar con cierto “cariño” aquel momento en el que pronunció la famosa frase: “Cuando tenga hijos, no seré como mis padres” ¡ja,ja,ja! ¡Que no, dice! Podíamos imaginarnos como un padre o madre completamente diferente, más bien como un amigo más de nuestros propios hijos; sí, un “amigüi” … Uff, craso error. Ahora es cuando debemos pedir perdón a nuestros padres por subestimar, en aquel momento de locura, lo que realmente implica ser padre o madre.

    La docilidad de los niños suele ser una constante, con algunas excepciones, por supuesto, y a medida que mis hijos se van adentrando en la pubertad, no puedo evitar pensar como la afrontaré y si sobreviviré a ella. Veo cómo el tiempo avanza implacable, dejando atrás la infancia mientras sus humores e intereses cambian y su necesidad de socialización aumenta. Con cada día que pasa, noto que mis niveles de paciencia y tolerancia van decreciendo, lo que me hace reflexionar sobre la importancia de mantenerme firme y en paz frente a lo que se avecina. Es fundamental estar a la altura de lo que se espera en esta etapa crucial de su desarrollo. Trabajo incansablemente para mejorar y adaptarme conscientemente a estos cambios.

    Hablar sobre la pubertad es una tarea ineludible para los padres, ya que, creo que somos la fuente principal de información confiable y comprensiva, teniendo en cuenta que la información que suelen recibir los niños por otras vías generalmente no proviene de fuentes fiables. De ahí la importancia de abordar este tema con naturalidad y de manera periódica, evitando que los hijos recurran a terceros o investiguen por su cuenta lo que está ocurriendo con sus cuerpos.

    Acompañar a nuestros hijos en el camino hacia su individualidad, su identidad propia y su estilo personal, que les dé un sentido de pertenencia, es más que una prueba; es un proceso arduo, el cual creo, debe comenzar con un sólido fortalecimiento de la autoestima. Esto les permitirá lograr la aceptación de sus características únicas y adaptarse a las nuevas dimensiones físicas y psicológicas, permitiéndoles sentirse bien, cómodos y seguros consigo mismos y ante los demás. A lo que sumo, además, como mencioné anteriormente, la contención que debemos hacer ante los abruptos cambios en la conducta y actitudes potencialmente incontrolables, y que sí o sí va a poner a prueba nuestra tolerancia.

    Y como si eso fuera poco, debemos estar atentos a las influencias externas, especialmente en la era digital en la que vivimos. La avalancha de información manipulada que los chicos absorben de las redes sociales es abrumadora y representa un peligro para su integridad. Las malas compañías, los desafíos de bravuconería que implican el consumo de bebidas alcohólicas y sustancias nocivas, o las infames "pruebas" tanto para niñas como para niños, acechan en cada esquina. No obstante, no podemos culpar a las redes sociales por todos los males de esta explosión emocional. La pubertad es un campo de batalla donde se libran conflictos internos y externos simultáneamente. Las hormonas rugen como bestias descontroladas, desatando pasiones, miedos y deseos que desafían toda lógica adulta. Todo esto debemos manejarlo de manera adecuada, no como lo haría un domador de leones con un látigo, aunque ciertamente hay situaciones y situaciones que requieren una gran dosis de habilidad y paciencia.

    El camino a través de la pubertad puede ser difícil, pero también representa una oportunidad para el descubrimiento, el crecimiento y la transformación. Como padres, nuestro objetivo principal es proporcionar un espacio donde nuestros hijos puedan explorar y expresar su verdadero yo sin temor al juicio o la condena. Es vital entender que nuestro rol no es el de ser amigos, sino guías comprensivos y respetuosos. Queremos ganarnos su confianza para poder abordar estos temas difíciles, fomentando un diálogo abierto, honesto y respetuoso, haciéndoles saber que lo que están experimentando es totalmente normal y que estamos aquí para apoyarlos en cada paso del camino, comprometidos a ofrecerles el apoyo emocional y la orientación que necesiten para enfrentar estos desafíos y crecer de manera saludable.

Que nos agarre confesados cuando arda Troya.

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