Jaque

Jaque

    Con frecuencia, disfruto de unas partidas de ajedrez con mis hijos, aún pequeños. Al principio, cuando el gusto por el juego aún era incipiente, podía mantener esa máscara, entre comillas, de superioridad, con la confianza y la seguridad de saber lo que hacía y aguantando cierta sonrisa socarrona en los labios, pero últimamente las cosas están cambiando. Las tornas se invierten, y siento cómo el sudor frío aparece y se desliza por mi frente cuando las jugadas se vuelven un poco más difíciles, me cuesta un poco más salirme con la mía y me voy enfrentando los avisos de jaque con más frecuencia. He de admitir que ya he sido víctima de varios mates dispersos en el espacio-tiempos, aunque sin relevancia, uf.

    Eso sí, den por hecho una cosa, no dejo que mis hijos perciban mi debilidad tan claramente, no puedo arriesgarme, por favor, por eso del ego, a que descubran que quizá no soy oponente, apenas amateur, por ahí se les pueda subir a la cabeza y chao autoridad y respeto. Ahora que lo pienso, creo haber escrito sobre este tema en algún texto anterior. Bueno, de cualquier manera, ellos se pusieron las pilas hace tiempo y han mejorado con creces sus estrategias, y me alegra ver su progreso, aunque signifique encontrarme en jaque mate más a menudo. Afortunadamente, para el resto aún no ha sido el caso.

    ¿Cómo vencer a los padres en el ajedrez? Fue la pregunta clave que les escuché de pasada mientras los chicos la lanzaban a Internet, en busca de respuestas. Me encantó. Promete ponerse difícil la cosa y de eso, precisamente se trata, es lo que buscamos, mejorar, enfrentar obstáculos y superarlos. Vencer a nuestros padres es como vencer nuestras propias limitaciones. Constituye un proceso de crecimiento y superación de deseos inconscientes, de internalización de valores y normas que nos ayudan a forjar nuestra identidad en las etapas iniciales de la vida, al crucial para el desarrollo de la personalidad saludable y el establecimiento de relaciones sociales maduras. No me adentraré en las teorías freudianas sobre complejos psicosexuales, que seguro alguno de ustedes puede estar pensando; un tema, por demás, interesante para abordar en otra ocasión.

    Sentarse frente a un tablero es como sumergirse en un microcosmos único, de geometría ideal y simetría inclemente, casi un reflejo del orden universal. Cada una de las 32 figuras representan 16 arquetipos en total, símbolos de los aspectos más profundos de la psique humana, dispuestos con precisión. Más que un simple campo de juego, las 64 casillas desplegadas conforman un patrón inmutable de claroscuros, evidenciando la eterna dualidad que gobierna el paradigma de nuestras complejas decisiones y la naturaleza misma del ser con todas sus consecuencias. Desde la más humilde hasta la más imponente, cada pieza tiene asignado su lugar y su rol en este inmenso escenario de la vida, un universo en sí mismo donde se libran batallas épicas entre fuerzas antagónicas.

    ¿Acaso el destino nos manipula como si fuéramos meras piezas en un tablero? Las posibilidades son infinitas, el que mueve condiciona la voluntad del destino o de lo divino. Las piezas se desplazan, avanzan y retroceden, alegrías y penas, victorias y derrotas. En cada partida, nos enfrentamos no sólo a un adversario, sino a nosotros mismos, a nuestros miedos más profundos y nuestros anhelos más elevados; decisiones que tomamos y misterios del libre albedrío supeditados a las limitaciones de nuestra propia voluntad, elecciones a merced de los jugadores que alteran el curso del juego, trazando destinos a la vez que buscamos nuestro lugar en el inhóspito universo.

    Creo que agregar el ajedrez como actividad complementaria al currículo escolar sería una jugada inteligente y beneficiosa, pues fortalecería habilidades cognitivas vitales como el razonamiento lógico y la concentración, conjuntamente inculcaría valores sociales y emocionales primordiales como la resiliencia, la paciencia, la resolución de problemas, el autocontrol, la aceptación de la derrota, el respeto y, por supuesto, el trabajo en equipo. Esta inclusión enriquecería las experiencias educativas, al mismo tiempo que proporcionaría a los estudiantes una plataforma para desarrollar su creatividad y su pensamiento crítico, preparándolos para enfrentar con confianza y destreza los desafíos complejos de la realidad.

    Al leerles este texto a mis hijos, dijeron: “Nos motivaste para ‘pulirte’”.

Eso espero, háganlo, les reto.

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