Cicatrices

Cicatrices

    Aquella amistad, aparentemente sólida e inquebrantable, unión entre figuras afines, consideradas confiables y leales, de apoyo y esperanza, camaradería perfecta, pero ah, resultaron ser solo una ilusión reconfortante, bajo la fachada, de las sonrisas y las palabras amables, de la bondad de corderos inocentes, se ocultaban, agazapados verdaderos lobos depredadores, ávidos de traición y deslealtad.    

    No me importa cuántas veces recen arrodillados los domingos en la iglesia, entre los golpes de pecho, “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” llenos de arrepentimientos y las plegarias vacías. Gestos de devoción, auras de rectitud, no eran más que una máscara de virtud aparente que encubrían la despiadada verdad; una cultura de hipocresía y corrupción encarnada en lo más profundo de cada uno, de ellos, de sus propias mentiras. Aunque, ¡que demonios!, todos, en cierta medida, llevamos en nuestro interior un poco de esa podredumbre, imposible de erradicar por completo.

    Una vez fuera de los muros sagrados, ¿de qué barro estamos realmente hechos? A los ojos de los demás, nos enmascaramos como los rectos, los honorables, los justos, los diligentes, los probos y, sin embargo, lamentablemente, no muy en el fondo, sabemos que nada de eso es cierto o sólo un poco. No somos más que actores de una farsa mal ensayada, donde todo es mentira, una fachada construida, víctimas o prisioneros de nuestras propias artimañas.

    Nos autoproclamamos modelos de virtud al tiempo que juzgamos implacablemente, sin percatarnos de que los corazones están podridos por la envidia, avaricia y la hipocresía, que cala según el disfraz y careta, y el rol del interesado, dispuestos a sabotear los sueños y dignidad de terceros en aras de sus propios engaños. Expertos en señalar la paja en ojo ajeno, ignoramos la viga que oscurece la propia visión, enredados por la falta de conciencia, maestros en el arte de la doble moral y perdidos entre la apariencia de virtud y la cruda realidad de nuestra propia decadencia.

    Con el mazo del juicio en una mano y la hipocresía en la otra, condenamos a los que no somos nosotros mismos, por pecados propios. Cuando te enfrentas al espejo, miras a los ojos la clase de fango de la que estás hecho, ocultando tu oscuridad impía, bajo un fino traje de tela, como si la tela misma pudiera tapar la miseria que albergas. Pero no te preocupes, tarde o temprano se desnudan las almas, revelando la verdad en su esencia más profunda; no tengas miedo.

    De manera abrupta, la amistad aparente firme se transforma en un terreno hostil. La traición se infiltra como una sombra sigilosa, tan insidiosa como la humedad que carcome y pudre todo a su paso. La sangre, densa y pastosa, minando la dignidad y el respeto. Los actos de aprovechamiento, engaño y manipulación debilitan los fundamentos del vínculo afectivo, dejando tras de sí un rastro de dolor y desilusión. El oportunista, el manipulador, busca su propio beneficio a expensas de los demás, los “idiotas”. Y cuanto más cercana la relación, más devastadora se vuelve la traición, los perdones y lamentos fingidos no sirven de nada, dejando una desolación más profunda por lo que pudo haber sido. Nos exiliamos al ostracismo, convertidos en ermitaños de una habitación emocional sin ventilación, encontrando la paz en la soledad que nos fue negada en el exterior.

    La confianza, entregada con pureza, se desvanece como el humo de un cigarro en el viento, dejándonos enfrentados con la amarga realidad de la decepción y la ruptura de la seguridad. Descubrimos que aquellos en quienes confiábamos no eran lo que aparentaban, y las secuelas emocionales, pesadas e insondables, son un lastre perdonable en nuestro corazón herido.

    Las lecciones extraídas de esta experiencia son profundas y difíciles de asimilar. Las cicatrices que dejan nos recuerdan constantemente la fragilidad de los lazos humanos, incluso de aquellos más cercanos...

En esta vida, bendiciones.

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