Un voto a la vez

Silueta de mano depositando papeleta en una urna

    Imaginen que desean unirse a un exclusivo club de entusiastas del cine. Para ser miembro y tener el privilegio de influir en la selección de películas, deben demostrar su amor por el séptimo arte. Esto puede lograrse a través de una formación empírica o especializada, la posesión de un título o una destacada trayectoria en la industria cinematográfica. Otro camino es aprobar un riguroso examen de admisión o ser presentado por un miembro, quien, a riesgo propio de poner en entredicho su honorabilidad, aboga por tu ingreso.

    La condición sine qua non para ser miembro es contar con un conocimiento solvente sobre la historia del cine, técnicas y artistas relevantes. Asistir a reuniones periódicas es esencial, aunque la participación inicial se limita a la observación.

    Después de un tiempo y con la aprobación de los demás miembros, se obtiene el privilegio de participar y votar en las discusiones para decidir las futuras proyecciones. A partir de ese momento, la voz y el voto tienen igual relevancia. Todos los miembros pueden proponer películas, y la elección final se determina mediante votación, fomentando así la diversidad de gustos y opiniones.

    A lo que voy con todo esto es que, tanto para pertenecer a un club como para integrarse en cualquier otra estructura social, se requiere idoneidad y la idoneidad es un requisito fundamental. Para ilustrar este punto, me remontaré a la antigua Grecia; a pesar de las diferencias temporales y otras consideraciones relevantes, en la antigua Atenas, ser considerado ciudadano también conllevaba un proceso similar. En la democracia ateniense, obtener la ciudadanía implicaba procesos y acciones específicas, como demostrar compromiso con la comunidad, a menudo a través del servicio militar. Una vez cumplido este requisito, se obtenía el derecho de participar en la Asamblea, el foro donde se discutían y votaban las decisiones políticas más importantes.

    En este proceso, cada ciudadano tenía un peso igual; todos contribuían con su voz a las decisiones colectivas que afectaban a la ciudad-estado. Así, a pesar de las peculiaridades de cada época, el concepto de ciudadanía se fundamentaba en la participación activa y la contribución a la vida comunitaria, ya fuera mediante el cumplimiento del servicio militar o a través de la intervención en la Asamblea para moldear el destino político de la ciudad-estado.

    Diversas teorías y enfoques analizan la formación ciudadana y el pensamiento crítico, especialmente en lo que respeta al ejercicio del sufragio universal y la participación política. La teoría de la educación cívica destaca por enfocarse en habilidades de razonamiento analítico y actitudes democráticas, actuando como un motor para generar conciencia y compromiso ciudadano. La perspectiva sobre formación moral y ética resalta la importancia de construir una base sólida de principios éticos para la participación política, promoviendo valores como la justicia y la igualdad. La teoría del enfoque deliberativo aboga por el diálogo y la deliberación racional como claves para la formación ciudadana y la toma de decisiones políticas informadas. Finalmente, la teoría crítica y educación liberadora se centra en la formación lógica de ciudadanos capaces de cuestionar las estructuras de poder, proponiendo la educación lógica como herramienta para desafiar normativas injustas y catalizar cambios sociales significativos.

    Estas perspectivas teóricas subrayan la importancia de cultivar conciencia, responsabilidad y capacidad de acción en la formación ciudadana, y pueden complementarse mutuamente, coadyuvando en los procesos complejos y multifacéticos de formación y pensamiento. Sin embargo, lo fundamental es la educación de una ciudadanía competente y honesta desde sus cimientos, desde la misma familia, en todas sus dimensiones. Ciudadanos idóneos, con valores sólidos, capaces de servir y tomar decisiones de manera consciente en pro del bienestar común, sin egos, intereses, ni manías.

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