Protectores del bosque


    «En lo más profundo de un antiguo bosque en el Chaco paraguayo, se alzaba majestuoso el Guapo’y, un árbol de imponente tamaño con raíces que se extendían como tentáculos en las entrañas de la tierra. Su edad, decían algunos, superaba los 500 años, arduos, un testimonio viviente, así lo atestiguaban las miles de arrugas y cicatrices que exhibía como medallas en su corteza. A lo largo de esos siglos, su familia y animales de todas las especies que habitaban el bosque acudían a él en busca de consejo, sabiduría y refugio.

    El frondoso árbol, con una voz serena y profunda, siempre ofrecía palabras y expresiones llenas de armonía y afecto a los afortunados que le escuchaban. Sus raíces, profundamente enraizadas en la historia del bosque, simbolizaban la conexión, la sabiduría y la experiencia, transmitía valores y enseñanzas que trascendían generaciones. En los momentos difíciles, su presencia brindaba consuelo y seguridad, como la luz de un candil en medio de la tempestad. Su legado no se limitaba a los tiempos opacos, sino que entretejió vínculos inquebrantables entre las diferentes generaciones de su familia y la comunidad.

    Compartía con generosidad cuentos, historias, tradiciones y cultura, creando un puente entre el pasado y el presente. Les enseñaba la importancia de compartir, amar y cuidar a quienes nos rodean. Su risa resonaba con los más pequeños, y se sumergía audazmente en miles de aventuras, construyendo recuerdos y momentos felices que aún atesoran, todos aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo.

    Siempre parecía tener las respuestas que buscaban, el gesto que anhelaban y el abrazo perfecto para cada ocasión. Su candor y compasión reconfortaban el alma de quienes acudían a él. En cada encuentro, irradiaba serenidad, cariño y comprensión con esa mirada tierna y necesaria.

    Así, este árbol tan especial y protector se convirtió en un símbolo de respeto, inspiración y guía para todos los habitantes del bosque. Su legado perduró a través del tiempo y las generaciones, recordándoles que la belleza del amor más profundo se encuentra dentro de cada uno de ellos y lo más importante de vivir, es vivir sin miedo.»

    Este breve relato evoca a una generación de personas que ha demostrado una notable fortaleza y perseverancia ante las adversidades, una generación a menudo denominada ‘la Generación de Hierro’ y también conocida como ‘la Generación Silenciosa’, por algo será. Me refiero a los hombres y mujeres nacidos aproximadamente entre las décadas de 1930 y 1940.

    A pesar de los desafíos que enfrentaron, se destacaron por su tenacidad, valores arraigados y la resistencia que forjaron a través de tiempos tumultuosos y de grandes avances y desigualdades. La educación en valores se convirtió en el fundamento de esta generación y sus vidas son testimonios palpables del verdadero significado de la resiliencia.

    Desde una edad temprana, labraron sus vidas desde el alba hasta el ocaso, esforzándose por el bienestar de sus seres queridos. Lograron salir adelante en muchas ocasiones, a menudo con escasa educación y recursos, basándose en el sacrificio, la firmeza y la constancia. Inculcaron en sus hijos la importancia del trabajo, la necesidad de enfrentar desafíos con dignidad y la valentía para no rendirse ante la adversidad.

    Esta generación respetaba profundamente a sus maestros, valorando su papel esencial en la educación de sus hijos. Corregían con firmeza los errores, asegurando que la enseñanza se transmitiera de manera efectiva.

    Su herencia, es una riqueza en valores, fortaleza y experiencia para enfrentar los numerosos desafíos y obstáculos que la vida nos presenta. Debemos honrar su legado, preservar sus enseñanzas y, sobre todo, aplicarlas en nuestra vida cotidiana. Esto nos ayudará a encontrar un equilibrio entre su sabiduría y nuestro estilo de vida actual.

    Gracias por ser nuestra inspiración y guía a través de la vida, vuestro legado siempre vivirá en nuestros corazones.

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