La sencillez de lo santo


    ¿En qué pensamos cuando hablamos de 'santidad'?

    En la búsqueda de la trascendencia y lo divino, la palabra "santidad" evoca diversos sentimientos y pensamientos. Quizás unos puedan sentirse abrumados por la magnitud del concepto, mientras otros lo consideren lejana e inalcanzable la sola idea de ser "santos".

    A menudo, asociamos o reservamos la santidad con figuras religiosas o especiales, dedicadas a la oración y la contemplación, así como para personas extraordinarias o que llevan vidas aparentemente perfectas. Sin embargo, no deberíamos subestimar su grandeza y universalidad, la esencia de la santidad va mucho más allá de estas percepciones. La verdad es que, desde el mismo momento del Bautismo, todos los cristianos estamos llamados a buscar y vivir la santidad, a liberarnos de nuestros errores y pecados del pasado, abriéndonos a una vida plena y eterna.

    La santidad no es una meta lejana o inaccesible, sino una invitación constante a la transformación interior. Dios nos otorgó la libertad y el libre albedrío para que podamos elegir con responsabilidad nuestras decisiones conscientes o no y actuar en el mundo, forjando cada uno su propio camino. A lo largo de nuestra vida, enfrentamos pruebas y desafíos que, en realidad, son oportunidades para renovarnos y crecer espiritualmente. La forma en que afrontamos estos retos determinará la persona en la que nos convertiremos.

    Es cierto que a menudo tendemos a enfocarnos en figuras religiosas destacadas o en vidas perfectas como ejemplos de santidad. No obstante, cabe recordar que detrás de la historia se esconden millones de almas que rara vez son mencionadas, a pesar de eso, son auténticos testimonios vivos de santidad. Desde los más jóvenes a los más ancianos, cada uno cumple un rol en la comunidad y está comprometida a vivir y promover la santidad desde su lugar y función.

    En nuestro testimonio de vida, la cotidianidad nos ofrece la oportunidad para transformar lo ordinario en algo extraordinario a través de pequeños gestos y acciones sencillas. Dios está siempre presente, clamando constantemente por manifestarse en nuestras vidas y revelar su gracia a través de nuestras acciones. Sólo depende de nosotros, abrirnos, entregarnos a esa gracia y permitirle la oportunidad de obrar a través de nosotros.

    El Concilio Vaticano II enfatizó con firmeza que todos los fieles, cristianos de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre.

    Esta búsqueda de santidad es una invitación a unirse al Señor en su muerte y resurrección de una manera íntima y personal. Es vivir conscientemente, con intensidad, dando lo mejor de uno mismo en todo momento, con convicción, amor y alegría, y en comunión con los demás, convirtiendo cada día en una experiencia única y excepcional.

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