La llave de la plenitud


    En el transcurso de los siglos, grandes poetas, sabios y artistas se han manifestado y ascendido, describiendo el amor con magnas obras literarias, escultóricas, pictóricas o de cualquier otra índole expresiva. Aunque, el amor, en su esencia y grandeza escapa a las ataduras de lo tangible, y por supuesto a la razón. ¿Quién puede atrapar en una definición lo que es amor?

    El amor, en sí mismo, si lo exploramos desde una perspectiva teológica y bíblica, se revela como la naturaleza misma de Dios, en toda su divinidad, Dios es amor, el Creador del universo, es el origen y el destino. Reside en lo más profundo de nuestra conciencia, en lo más íntimo de nuestro ser. Fuimos creados por amor y para el amor, es un don, un regalo en su más amplia concepción. 

    Jesús, en un sublime gesto de amor puro y eterno, se entregó a su propio sacrificio por nosotros, dejándonos un invaluable testimonio, “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. ¿Acaso podemos cuantificar la fuente de semejantes palabras? Sólo aquellos que se dejan guiar por el Espíritu de Dios saben amar como Jesús nos amó, con una entrega insondable y una pasión que desafía los límites del tiempo, el espacio y el entendimiento. Sus palabras son un aliento que nos inspiran a buscar la grandeza de lo trascendental y auténtico. 

    Generalmente, vinculamos el amor con la conexión entre dos seres vivos, con mayor frecuencia en el ámbito de la pareja. Sin embargo, el verdadero ejercicio del amor puro e incondicional, que deviene de Dios, encuentra su origen y manifestación más profunda en el seno de la familia. Esta sagrada comunidad, esa unión vital, es el lugar donde los sentimientos se intensifican y las dinámicas entre la pareja, esposos, padres e hijos, hermanos, se entrelazan. Es aquí donde aprendemos a compartir de manera desinteresada, a dar con generosidad y a celebrar el amor con respeto, valorando a cada ser y las experiencias con ellos, con comprensión y un afecto, y agradecimiento sincero que trasciende las barreras.

    Desafortunadamente, en la vorágine de la vida moderna, el amor ha sido sustituido por el materialismo, los intereses egoístas y las fantasías efímeras. A veces, ese pseudo amor se vuelve tóxico, abusivo e incluso maniático y obsesivo. ¡Cuántas atrocidades se han cometido en nombre del amor! Las parejas que confunden el deseo y la pasión fugaz con amor, los matrimonios basados en la mentira; y las familias fragmentadas, desgarradas, que chocan inevitablemente con una dura realidad. 

    Sin embargo, siempre hay esperanza. El auténtico amor, aquel que florece desde el alma y trasciende las apariencias, puede resurgir como una luz en la oscuridad. Es probable que la pareja perfecta, el matrimonio ideal o la relación modelo no exista, pero cuando, dos seres que verdaderamente saben amar, se unen en comunión, se crea una conjunción, donde la pureza se profundiza en el ser, permitiendo el crecimiento sin límites, un dinamismo inspirador y una creatividad fascinante. Es en esta sinfonía de almas entrelazadas donde florece la santidad misma de la relación. 

    Para alcanzar tal estado, se requiere un compromiso inquebrantable y la decisión firme de amar, incluso en medio de las tormentas y los desafíos. Es necesario reconocer tanto las virtudes como los defectos de nuestra pareja, abrazando la totalidad de su ser. Así, juntos, asumimos el compromiso de caminar en unidad, compartiendo una vida en común y convirtiéndonos en una sola entidad. Ya no somos dos individuos separados, sino una misma carne y espíritu, fusionados en un amor que trasciende los límites terrenales.

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