Próspera felicidad



    "Eres el dueño de tu vida y tus emociones, nunca lo olvides. Para bien y para mal", esta es una de las tantas citas que podemos encontrar en el famoso relato de El Principito.

    ¿Qué tiene de especial este libro para tocar nuestros corazones?
 
  
    Aunque muchos lo consideren una historia para niños, en realidad no lo es tanto, aborda con gran maestría literaria, en forma de composición filosófica, una trascendental crítica a la madurez, con temas muy relevantes sobre el conflicto interno que surge a la hora de dejar atrás la infancia y asumir la vida adulta.

    Como un testimonio de vida, El Principito realiza profundas observaciones sobre temas universales de manera sencilla, con una sincera y entrañable aflicción por la pérdida de los valores más esenciales en el proceso de maduración. A medida que crecemos y nos vamos haciendo adultos, abandonamos la inocencia, la imaginación y al niño que somos. Parece que la sociedad no nos permite ser niños y adultos al mismo tiempo, y lo esencial, como dice El Principito, “se escapa a la vista porque es invisible” e irremediablemente se nos olvida que una vez fuimos soñadores.

    En este proceso, tropezamos a veces, a lo largo de nuestra vida, con crisis y conflictos que generan situaciones difíciles de sobrellevar y producen cambios significativos a nivel físico y psicológico. Afloran las emociones que nos definirán como personas.

    El camino que sigan estas emociones dependerá de nuestra percepción, actitud y valoración de los estímulos, ya que, de una manera u otra, influyen en nuestras respuestas, decisiones, conductas y, por supuesto, estados de ánimo. La sociedad actual hace tiempo que enmascara o ha ocultado su verdadero estado con engaños, obligándonos a vivir en una cultura de falsa felicidad que nos hace creer que este estado es permanente y absoluto. Pero nada está más lejos de la realidad, porque esa fantasía nos hace olvidar el ser y vivir en el presente, creando un sentimiento de vacío existencial y un dolor que no deja de crecer. Esta situación se ha agravado con la pandemia del coronavirus, el distanciamiento social, la privación del contacto físico y la incertidumbre, han intensificado la sensación de soledad, angustia y enajenación.

    ¿Por qué nos cuesta tanto ser felices?

    Quizás sea cierto, como afirma la ciencia, que no estamos diseñados para ser felices o tal vez lo confundamos con otras cosas. En mi opinión, la felicidad no es algo que podamos buscar como un fin, sino más bien creo que es un camino constante en una vida consciente. Es una sensación de tranquilidad, bienestar o plenitud contributiva y transcendental, más o menos continua hacia la autorrealización y la conexión espiritual con nosotros mismos, nuestro niño interior, nuestro Ser y con Dios.

    El Principito tiene ese anhelo humano de sabiduría, de amar y perdurar; de trascender, de conexión y de eternidad. No olvidemos que, desde el principio, Dios puso ese deseo en nuestras almas, sembró la eternidad en nuestros corazones, dándonos amor, esperanzas, deseos y emociones.

    Acuérdense cuando Jesús dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios pertenece a quienes son como ellos”. A los grandes nos hace mucha falta vivir con la ilusión de los más pequeños y ver la vida con la alegría y felicidad que nos brinda la inocencia. No es ningún secreto.

    Feliz y próspero año nuevo.

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