Dar una mano


    El año 2020 marcó significativamente la vida de toda la humanidad. Fuimos obligados al aislamiento primero y al distanciamiento social después. Miles de vidas se perdieron, y la humanidad, quiero pensar, se unió en el dolor.

    Indudablemente, esto afectó y sigue afectando, no sólo en los aspectos físicos y psicológicos, sino también en una serie de profundos cambios que se han dado en las estructuras, repercutiendo en la mayoría de los casos en serios daños a las realidades sociales y, como no podía ser de otra manera, han impactado directamente en la economía, principalmente en las más débiles.

    Por lo tanto, nos encontramos afectados, o mejor dicho, enfrentados por múltiples factores que dificultan el desarrollo de una autonomía individual, que es un pilar fundamental para una vida plena.

    Estamos viviendo un duro momento. Muchas personas han perdido a sus seres queridos y han quedado sin trabajo, sin sustento. Se evidencia el sufrimiento de numerosas familias, dolor y angustia. Pareciere que una avalancha de negatividad se cierne sobre todo y sobre todos.

    Sin embargo, toda situación, por mala que parezca, es una oportunidad, oportunidad de llegar allí donde la capacidad efectiva del Estado para responder a las necesidades de la población no llega. Es donde emerge, donde aflora lo mejor de cada uno, donde se visibiliza de manera natural el más puro sentido humano. Surge un valor esencial, una luz de esperanza que está presente, aunque casi siempre de manera prudente y reservada: la solidaridad.

    Qué gran virtud ¿verdad? En estos años hemos sido testigos de contundentes ejemplos solidarios, y si bien la solidaridad siempre ha existido en nuestro país, ahora, en momentos de crisis, se hace más notoria. Vivenciar la solidaridad, ayudar de forma incondicional y desinteresada, sin esperar nada a cambio, humaniza y dignifica.

    La virtud natural de ponerse en el lugar del otro, de apoyar por empatía, es entender desde lo más profundo que dar una mano no cuesta caro al que da y significa mucho para el que recibe. Desde las pequeñas acciones cotidianas hasta los grandes retos benéficos, el valor de la solidaridad es un pilar tan vital como necesario en toda sociedad. Rompe con el concepto individualista, de individuo posesivo a individuo solidario, para crear y unirnos, cooperar como comunidad, con lazos fraternales que nos hacen más fuertes y libres frente a una realidad que muestra una creciente desigualdad.

    ¿Qué clase de ciudadanos somos? ¿Qué vemos cuando nos miramos? ¿Qué país soñamos? La construcción de un país más justo, equitativo, participativo y sólido, no radica sólo en la clase política. Nace en cada uno de nosotros, en nuestras manos está la responsabilidad y el compromiso personal para satisfacer metas comunes y garantizar esa construcción.

    Todos estamos ligados al futuro del país y nuestra casa común, el mundo.

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