Camino de vida

    Me viene a la memoria un antiguo poema, una parábola de la cultura oriental: «Los diez toros» ¿La conocen? Básicamente, los diez toros representan las etapas que un hombre atraviesa para descubrir las huellas de su potencial interno, hacia la adquisición de conocimiento y el consiguiente reencuentro con su verdadera naturaleza.
      Ese toro es nuestro yo perdido, turbado en los sentidos, bravo, rebelde, inquieto, que solo puede ser domado con la propia determinación para encontrar la luz interior que le apacigüe. Y una vez conseguido este objetivo, mezclarse con el resto del mundo para poder guiar a otros.

    Dada la situación actual y los tiempos que corren, cegados por el miedo, los pensamientos dañinos, y los deseos meramente materiales, puede parecer difícil darle sentido a nuestra vida, porque entre tantas situaciones sombrías, la luz y la bondad parecen esconderse.

    La comprensión del sentido religioso de la vida trasciende a lo material, va más allá de la mente humana, es el desarrollo maravilloso del espíritu en su anhelo de volver al Padre. Este es un camino en el que nadie está exento de los vaivenes de la realidad, donde se van revelando obstáculos, generando temores y provocando tinieblas, encrucijadas, con el único propósito de desviarnos del rumbo natural.

    En ciertos momentos seguir adelante parece difícil, harto imposible, sin embargo, hay quienes no sucumben a esa verdad, y lejos de caer, aceptan los retos y adversidades, lidian con ellos.

    Las huellas del camino están ahí, solo hay que saber ver y seguirlas, mirando hacia el interior con fe, entendiendo la verdadera y regeneradora grandeza que hay dentro de cada uno. No perder la esperanza, saltar las barreras y dedicar todos los esfuerzos a despertar, a abrir los ojos y los oídos, aprender a observar, a escuchar, a entender y agradecer con el corazón, que la vida y el presente son un don, y que es posible ser luz para iluminar una realidad mejor para todos.