Conciencia ETS


    El VIH y el SIDA afectan a todas las personas en el mundo por igual, no conocen edad, sexo, raza y no hacen diferencia social de ningún tipo.

    En los años previos a la pandemia del Covid-19, a nivel mundial, los contagios venían disminuyendo levemente, en gran medida gracias a los programas de concienciación, a los diagnósticos tempranos y a los tratamientos antirretrovirales. No obstante, a pesar de toda la información y de estos tratamientos altamente efectivos, los confinamientos y restricciones por la irrupción de la pandemia causaron la interrupción de pruebas y diagnósticos, así como, las caídas en los tratamientos, lo que ha propiciado que los objetivos previstos no puedan cumplirse y que por lo tanto, los contagios y lo que es peor, los decesos se hayan acrecentado, ya que la enfermedad debilita las barreras inmunológicas del portador y como consecuencia, cualquier tipo de afección puede resultar letal.

    Por otro lado, paradójicamente, aunque en un primer instante las cifras de transmisión caían sustancialmente, precisamente por los confinamientos y restricciones, en la actualidad se han disparado exponencialmente, sobre todo, entre los más jóvenes. En Latinoamérica y más concretamente en Paraguay, sigue avanzando la enfermedad ante la indiferencia, los estereotipos o la aversión de la sociedad, provocado en no pocas ocasiones por el miedo y el desconocimiento. Varias son las estrategias que se desarrollan en el país, siendo la educación, la prevención y el diagnóstico precoz, los pilares más importantes. Sin embargo, la falta de recursos e infraestructuras vuelve tediosa cualquier acción, lo que desencadena un impedimento, ocasionando una baja efectividad de las acciones y campañas, y fracturando la sostenibilidad de estas, propiciado en gran medida por las principales lacras que sufren las personas con la infección: el estigma y la discriminación.

    Hablar de SIDA es hablar de sexo, que es la forma más habitual de transmisión, 75% de los casos. Lastimosamente, ya sea por cuestiones sociales, culturales o éticas, hablar de la educación sobre el sida y la salud sexual, es un tema que aun provoca controversia. El temor que ejerce hablar de esto, se concreta o radica en el miedo a que motive la curiosidad por las relaciones sexuales tempranas, aun así, la situación verdadera dista de esta realidad, el sida cada día es más joven.

    Nunca antes las nuevas generaciones han tenido mayor acceso a la información, aunque paradójicamente no existe una percepción real del riesgo, quizás por el poco impacto y efectividad de los mensajes y programas preventivos o también, debido en parte al uso y abuso de las nuevas tecnologías, formas de relacionarse, hábitos nocivos y cambios de conducta o modelos de esta distorsionados, que propician un sinfín de variables, derivando en un bajo nivel de conciencia y responsabilidad, o lo que es peor el desconocimiento de ser portador, ya que un porcentaje significativo de las personas infectadas no saben que lo están y lo transmiten por vía sexual, sobre todo, en la franja de jóvenes comprendida entre los 15 y 25 años, que desde hace diez años presenta una tendencia creciente de nuevos diagnosticados , en la que, el uso del preservativo como método de prevención ha disminuido, produciéndose, así, la forma de contagio más habitual. En todo caso, esto es presagio de una dura realidad.

    Es necesario seguir desarrollando políticas y estrategias comunes en una realidad que nos afecta directa o indirectamente a todos, haciendo frente a las desigualdades, concienciando, normalizando la inclusión real y liberando del estigma social a las personas que viven con VIH, lo que nos obliga y compromete, como ciudadanos, profesionales y actores sociales, a aunar esfuerzos con el Estado, en materia de concienciación y salud pública.

    Esperando, a su vez, que esto sirva para eliminar falsos mitos de contagio y despierte conciencia social, especialmente en igualdad y erradicación de los prejuicios, fomentando los derechos humanos de las personas clave, mejorando la percepción colectiva que se tiene de la enfermedad, para coadyuvar a la prevención y para mitigar la propagación del virus, en caso de mantener prácticas sexuales de riesgo, preparándonos así, mejor como sociedad, para afrontar y vencer esta y otras pandemias.

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