Enséñame a volar


   
Si algo nos define como especie, es la capacidad de adaptación que tenemos los seres humanos para acomodarnos a cualquier realidad. Ahora bien, que esa capacidad sirva de forma positiva para evolucionar o, por el contrario, seguir involucionando, es otra historia. Lo que está claro y resulta inapelable es que nuestra capacidad de acomodarnos a cualquier “anormalidad”, es admirable.

    Tal es así, y voy a poner como ejemplo, entre los muchos que podría elegir, la pandemia de COVID-19, en la cual se ha evidenciado exponencialmente la realidad que ya venimos arrastrando desde hace mucho tiempo: la deficiencia de un sistema educativo obsoleto, que agoniza y requiere imperiosamente una revisión, una reforma profunda.

    Cuando hablamos de reforma educativa y se instaura el debate social, como ciudadanos: ¿Qué visionamos? ¿Qué ponderamos y esperamos? Porque en términos generales, es muy fácil opinar, pedir o criticar desde el pensamiento más superficial y las emociones más impulsivas, siempre buscando culpables. Como opinólogos, somos grandes doctores, maestros y estrategas, más, cuando nos toca salir a actuar, humm, ahí cambia la cosa ¿verdad? Las dificultades de una realidad complicada de modificar nos hacen bajar la cabeza, aceptarla, con el ya típico: “así nomás es”, y entonces, … nos acomodamos.

    Sinceramente, en mi opinión compartida, la gran riqueza de un país no se puede medir por sus recursos naturales o por su poder económico. Como decía, el filósofo español, Antonio Escohotado, un país es rico, porque tiene educación. La anhelada “educación de calidad” entraña diversas dimensiones que deben ser consideradas a los efectos de garantizar su integralidad. Educación no significa, más y mejores colegios, instalaciones modernas, más recursos, mejores profesores, o más y mejores libros, y tampoco supone, una simple modificación de planes, contenidos o metodologías pedagógicas. Educación significa, sencillamente, hacer lo correcto cuando se debe, educación significa saber disculparse, perdonar y pedir perdón, pedir por favor las cosas, ubicarse. Educación es agradecer, es cortesía, generosidad, es respeto, empatía, esfuerzo, cultura. En especial, educación es responsabilidad y honestidad, buscando siempre el bien común. Un país con educación, es un país rico, cuando un país tiene educación, es un país próspero.

    Por tanto, pienso que, para abordar el debate de una reforma profunda del sistema educativo, no debemos perdernos en la lontananza, apuntemos un poco más cerca, solo hay que mirar hacia adentro, al mismo núcleo, ya que la educación radica, esencialmente en la familia. La familia, y me refiero a ella, en todas sus dimensiones, es el primer lugar de enseñanza integral, donde la persona se hace, se forma en valores, donde la persona madura, luego vendrá el complemento institucional, que, por supuesto, también es importante.

    Una vez formada la persona, tiene que aprender a sacudirse e incomodarse. Hay que salir, esforzarse, sacrificarse, y aprender a recibir muchos "golpes" para poder volar. Impregnarse desde bien jóvenes de la cultura del esfuerzo. Si algo queremos, si queremos conseguir algo, si queremos crecer, hay que prepararse, prepararse de verdad para enfrentar situaciones complejas que requieren de capacidades y actitudes sólidas, divergentes y positivas.

    Creo que, sólo educando jóvenes en la perseverancia, en la determinación, en la voluntad, en la pasión, en el talento, solo educando a nuestros hijos con propósito para ser y creer en sí mismos, en sus sueños y en lo que hagan, sin miedos a los retos que les plantee la vida, solo así, podremos disfrutar de un verdadero sistema educativo integral, de calidad, un sistema de métodos y conceptos innovadores, que explote las capacidades y emociones, tanto individuales como colectivas de los jóvenes, con creatividad, con criterio, con sentido emprendedor y colaborativo, para cambiar el país, para cambiar el mundo, para mirar al futuro.

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