Y a mí, ¿qué me importa el civismo?

Niño observando a través de agujero en cartón

    En un mundo cada vez más complejo y difuso, donde las relaciones sociales se vuelven efímeras e insustanciales, se encontraba una estudiante de último año en la Escuela Secundaria de una pequeña ciudad en un remoto país, cuyo nombre no viene al caso. A pesar de ser siempre una estudiante aplicada, le resultaba difícil comprender la relevancia de algunas materias, especialmente una, la educación cívica. Creía que era una materia aburrida y abstracta, repleta de fechas históricas, detalles gubernamentales y datos aparentemente sin importancia. No veía cómo esto se relacionaba con su vida cotidiana; para ella, era una total pérdida de tiempo. Esta misma sensación la compartían muchos de sus compañeros.
  
    Sin embargo, en este peculiar país, convertirse en ciudadano activo requería pasar una serie de procesos y exámenes. Uno de los exámenes más críticos era la "Prueba" que evaluaba el carácter y la competencia cívica de los solicitantes. Al igual que esta estudiante y sus compañeros, los candidatos debían demostrar su compromiso con la comunidad, su aptitud y su idoneidad para ocupar cargos o ejercer derechos específicos. En definitiva, se trataba de cumplir con sus deberes para contribuir positivamente a la vida de la ciudad en la que residían.

    Un día, su profesor decidió cambiar el enfoque. En lugar de abordar leyes, sistemas de gobierno, procesos de toma de decisiones y otros conceptos de manera abstracta, comenzó a relatar anécdotas y ejemplos de personas reales que habían participado y tenido un impacto significativo en la política y la sociedad. Habló de individuos que habían luchado por los derechos civiles, promovido valores sociales, justicia, diversidad cultural y sostenibilidad ambiental, y habló de líderes que habían desafiado la corrupción y la injusticia. La estudiante escéptica prestaba atención, cautivada por las vidas de estas personas que habían logrado un cambio real en la sociedad.

    El profesor también alentó a los estudiantes a involucrarse en la comunidad. Organizó visitas a refugios para personas sin hogar, comedores sociales, hospitales y centros de atención a ancianos, donde los estudiantes experimentaron la importancia de la empatía y la solidaridad. Además, los animó a participar en debates sobre asuntos locales y a conocer a sus representantes gubernamentales.

    Poco a poco, la joven estudiante comenzó a comprender que la educación cívica no se limitaba a la memorización de teorías o datos políticos o procesos electorales. Iba más allá de los hechos y cifras; proporcionó un marco que les permitió analizar y cuestionar las estructuras sociales, cultivando habilidades y valores esenciales para participar e influir de manera informada y activa en la construcción de una convivencia basada en el respeto, la tolerancia y la cooperación.

    A medida que se involucraba más en la comunidad y comprendía la importancia de su voz, asumió la responsabilidad que tenía y comenzó a ver la educación cívica de una manera completamente nueva.

    En ambos casos, tanto en las clases de educación cívica como en el examen de ciudadanía, se buscaba transformar la percepción de los individuos sobre su papel en la comunidad. La educación cívica ayudó a los estudiantes a comprender que su participación activa era esencial para hacer del mundo un lugar mejor. Les enseñó a ejercer sus derechos ciudadanos, como el voto, de manera consciente y responsable. Más allá de las urnas, fomentaba la participación en organizaciones comunitarias y la defensa de causas sociales que reflejaban sus valores personales y cívicos.

    Cuando llegaron las elecciones locales, la joven se sintió segura para votar de manera informada, entendiendo a la perfección su rol. También se unió a un grupo de jóvenes que trabajaban en proyectos para mejorar su ciudad. La educación cívica ya no le resultaba una materia aburrida, sino todo lo contrario, se había convertido en una herramienta que le permitía contribuir a una comunidad más fuerte y cohesionada, y a un mundo mejor.

    La joven estudiante, al igual que muchos de sus compañeros, aprendió que la educación cívica, sin importar cómo se la denomine, ya sea política, ética o ciudadana, no sólo es relevante, sino esencial para la formación de valores y la construcción de una sociedad más justa y una ciudadanía más comprometida. En esencia, a través de diversos enfoques, se busca proporcionar las herramientas que permitan formar ciudadanos conscientes de su papel activo en la comunidad, con el objetivo de ser agentes de cambio, comprendiendo la complejidad de la sociedad en la que vivimos, lo que a su vez alimenta un sentido de pertenencia.

    Es importante mencionar que la influencia de la política en el diseño y la enseñanza de los temas cívicos en el sistema educativo es motivo de preocupación. La polarización o manipulación de este sistema plantea inquietudes éticas y prácticas. Por lo tanto, es de suma importancia que los contenidos se impartan de manera imparcial y objetiva. Esto permitirá que los estudiantes puedan desarrollar habilidades críticas y una comprensión equilibrada de la política y la sociedad. Es esencial considerar cuidadosamente los métodos utilizados para lograr estos objetivos y asegurarse de que no den lugar a prácticas autoritarias o exclusiones indebidas.

    Además, la educación cívica se enfrenta a nuevos desafíos en la era digital. En un mundo inundado de información y desinformación, es fundamental dotar a los ciudadanos con habilidades críticas para evaluar la validez de las fuentes y discernir la verdad de la falsedad. La educación cívica debe adaptarse a esta nueva realidad, integrando la alfabetización mediática y digital en su currículo. Asimismo, debe reflejar la diversidad de la sociedad actual, abordando las tensiones y divisiones existentes en las comunidades y promoviendo el diálogo y el entendimiento mutuo. Desde el entendimiento de los derechos y deberes ciudadanos hasta la apreciación de las diversas perspectivas culturales, étnicas y sociales, esta disciplina fomenta la empatía y la capacidad de ver el mundo a través de los ojos del otro.

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