¿Quién es el lobo salvaje?


    Cuando observo el rumbo que está tomando la sociedad en la actualidad, especialmente en lo que respecta al relacionamiento entre las personas, resulta inevitable notar que los nobles valores que impulsan evolucionar a la humanidad están desapareciendo gradualmente. En su lugar, surgen actitudes e ideologías perniciosas, nefastas, egoístas y altamente materialistas. En este contexto, me viene a la mente un hermoso poema de Rubén Darío, el poeta y escritor nicaragüense, que ilustra de forma magistral la naturaleza del ‘ser humano’.

    A pesar de haber sido escrito hace más de cien años, ‘Los motivos del lobo’ es una hermosa metáfora de la sociedad actual. A través de este poema, se ponen de manifiesto algunos antivalores que marcan la vida de las personas, como el egoísmo, la hipocresía y la falta de empatía. El autor utiliza un lenguaje exquisito y recursos literarios que armonizan perfectamente, dando musicalidad y gran estética a la expresión verbal.

    Al profundizar en el mensaje que transmite, encontramos que en sus versos describe escenas intensas en las que la figura de Francisco de Asís, con su espíritu fraternal y su amor evidente por los animales, logró domesticar a un lobo que acechaba al pueblo. Una bestia ruda y salvaje, terrible y diabólica, que con sus fauces agresivas llevaba todo por delante, causando estragos, devorando tanto a ovejas como a cazadores y pastores.

    Francisco, invocando la paz para el hermano lobo, cuestionó al mismo su feroz hostilidad hacia los seres humanos y luego escuchó sus motivos:

«…—¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y a veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
¡Y no era por hambre, que iban a cazar!»

    Esta fue la primera gran lección del “animal”. El lobo hizo que Francisco se diera cuenta de que el ser humano cazaba por placer y diversión, disfrutando de la caza como si la vida animal no fuera relevante, en lugar de hacerlo por necesidad, como lo hacía el propio instinto de su especie, que caza para comer y sobrevivir. Ante esta verdad irrefutable, Francisco invitó al lobo a vivir con él en el convento, garantizándole comida y un ambiente de paz y armonía con el pueblo.

    El lobo aceptó las reglas, se volvió sumiso y humilde, y pronto comprendió lo que significaba convivir con los humanos, quienes, sin embargo, al ver que el lobo era tan manso, empezaron a tratarlo mal y a propiciarle vejaciones. Ante la ausencia de Francisco, se desató el caos. A su regreso, todo el pueblo le cuestionó por haber ayudado al lobo y culparon a éste nuevamente, poniéndose como víctimas del temible animal.

    Esto desató el enojo del Santo varón, quien, al encontrar al lobo, le recriminó por haber regresado al lado oscuro, al mal que había logrado aplacar. Con gesto de humildad y respeto, el lobo relato lo que había visto y también lo que había sufrido:

«Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la envidia, la saña, la ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
más siempre mejor que esa mala gente.
y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.»

    El poema concluye con el silencio del santo y la aceptación de una realidad insalvable.

    Estos versos nos invitan a reflexionar sobre la naturaleza humana. De alguna manera, todos albergamos ese ‘lobo interior’. Observamos los defectos ajenos y demandamos cambios, pero en general, nosotros mismos no cambiamos. La sociedad puede transformarse en una especie de cueva de lobos, donde prevalecen actos atroces, desleales, violentos y corruptos que turban la paz y el desarrollo de las comunidades; de hecho, creo que se podría argumentar que ya estamos en ese punto. Las ideologías que se basan en la destrucción y la muerte, disfrazadas bajo la falsa apariencia de progreso, nos arrastran hacia la decadencia y fragmentan los valores más fundamentales y valiosos de la sociedad, que residen en su propio núcleo: la familia.

    Las personas actúan como verdugos, pero al mismo tiempo se presentan como víctimas, desencadenando su ira desenfrenada, infligiendo dolor e hiriendo a los demás sin medir las consecuencias, y manipulando salvajemente tanto la naturaleza como a los seres vivos.

    Entonces, ¿quién es el lobo y quién es el salvaje que mata sin piedad?

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