Querofobia

Querofobia

    «A lo largo de su vida, desde su infancia, soñaba con alcanzar grandes logros, anhelando la felicidad y la realización personal. No obstante, a medida que crecía, sus aspiraciones parecían escurrirse como el agua entre los dedos, desvaneciéndose en el implacable olvido del tiempo.

    Guardaba un abrumador resentimiento en su corazón, le consumía la idea de que el mundo y el universo conspiraban sistemáticamente en su contra, y de alguna manera, creía que la vida le debía algo, ya que siempre era quien daba la mano y la pechaba con valor. Era su evidencia, según su razonamiento, el mundo estaba en deuda.

    Con el inexorable paso del tiempo, este resentimiento agazapado y feroz, como la ira contenida, lo empujaba hacia la sima de las decisiones autodestructivas, cuyas consecuencias lastimaban profundamente, no sólo a sí mismo, sino algo aún peor, desgarraba a aquellos a quienes más amaba, su propia familia. Se distanció de amigos y familiares, personas sumamente queridas, evitaba los encuentros, rechazaba las oportunidades, sumiéndose en un estado de negación, no quería saber nada de nadie, rehuía a los demás, todo era un problema, percibiendo únicamente amenazas o debilidades. Huyendo de la realidad como si esta fuese un peligro inminente.

    Siempre encontraba excusas para absolverse de sus fracasos, culpando a otros por su infortunio, por triviales que fueran. Creencias limitantes y experiencias dañinas, la herida de antiguas heridas continuaba sangrando, muchos le habían lastimado, otros muchos se habían aprovechado; todo era una farsa, puras mentiras, sin confianza, nada tenía sentido y esas gotas de dolor ácido corroían su ser, dejando una penosa huella indeleble.

    Refugiado en su mundo interior de puro “confort”, como lo haría un ermitaño, amando y odiando, alternando a partes iguales su melancolía, dualidad, perdido en el vacío, halló un extraño consuelo en su propio dolor, una falacia mil veces repetida, que para el momento le servía, iluso. Se sumergía sin engaños en el alcohol “necesito un trago” fue el principio de una mala elección, la botella su mejor amiga, fiel confidente, su salud física y mental se deterioraron, sufriendo un progresivo y lento declive. Gritó, y como suele ocurrir, nadie escuchó.

    Un día, mientras maldecía y reprochaba amargamente su vida en ruinas, echando en cara, blasfemias, a quienes menos merecían su áspera agonía, abruptamente se dio cuenta de que estaba terriblemente equivocado, ahí mismo, una trompada directa en toda la jeta y al suelo, noqueado por una incómoda certeza. Caos emocional, lamentos carentes de sentido.

    Aunque acompañado siempre con amor, se sentía solo, amargado y hastiado, por sus propias decisiones erróneas y emociones sombrías, frutos de elecciones que él mismo había urdido, las que lo atormentaban. Fue entonces, cuando en lo más profundo de su ser, lo sacudió cuan epifanía devastadora, se enfrentó a su sentimiento más íntimo y oscuro, su gobernante más cruel, su propio carcelero totalitario: el miedo a ser, el miedo a ser feliz.

    Comprendió en su introspección que, en realidad, todo era uno y paradójicamente, él mismo era su peor enemigo, un saboteador sin piedad, inconsciente o no, que tenía una profunda aversión a la felicidad. Temía que, al permitirse ser feliz, se expondría a un riesgo con la posibilidad de perder todo aquello que apreciaba y amaba. Su mente había creado un intrincado entramado de autodefensa para evitar decepciones, pero irónicamente, esta construcción imaginaria, había trocado en su propia perdición.

    Tomó la determinación de cambiar de rumbo, un nuevo enfoque para su vida. Buscó donde tenía que buscar, donde era necesario buscar respuestas perdidas y comenzó a desmantelar ese muro elegido, enfrentando los miedos que le habían paralizado y trabajando en su aceptación. Asimiló que la felicidad no se encuentra en el éxito material ni en la ausencia de desafíos, sino en la superación plena de uno mismo y en la gratitud por las pequeñas alegrías de la vida, aquellas alegrías que llenan nuestros días.

    Así comenzó la reconstrucción, luchando contra las sombras del pasado, haciendo las paces y perdonando. Disfrutando, como un regalo, del presente y el lugar que le correspondía, aprendiendo a vivir de manera plena y significativa, enfrentando todos los momentos, triunfos, altibajos y retos inevitables, esforzándose con el anhelo sincero por transformarse en alguien capaz de experimentar la felicidad.»

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