¿Vivo o muerto?

El mar en calma durante la hora dorada

    La poesía, tiene el poder único de conectar la naturaleza del ser con la emoción del mundo que nos rodea, destilando los pensamientos más íntimos en un lenguaje universal de brevedad impactante. Recientemente, me sumergí en las páginas de un libro de poemas muy preciado, que extrañamente se suele mantener perdido y reaparece de manera singular. Entre las distintas obras y versos que disfruté, me reencontré con uno en particular, podría decir, que tiende a mostrarse de manera recurrente en momentos específicos, siempre provocándome a reflexionar.

    “Un pensamiento en tres estrofas", cuyo origen es tan enigmático como su mensaje es poderoso, este poema ha sido atribuido a lo largo de los años a destacados nombres de la literatura, desde Ricardo Palma y Amado Nervo hasta Rubén Darío e incluso Gustavo Adolfo Bécquer. Sin embargo, tras un análisis más minucioso, centrado en el estilo de los versos y la comparación con las obras de estos autores, se llegó a la conclusión de que el escritor colombiano Antonio Muñoz Feijoo fue el verdadero autor. Esa travesía de injusticia y misterio añade profundidad al mensaje del poema. Muñoz Feijoo lo escribió en sus primeros años de juventud y, al entregárselo a un editor, éste no le otorgó el crédito debido, y es así que se desdibujó a lo largo del tiempo la verdadera autoría.

    Pero más allá de la anécdota expuesta sobre su creación, mi reflexión se centra en su contenido. Este poema nos enfrenta con la verdad sobre la existencia, nos incita a cuestionarnos sobre lo que hacemos, y aún más importante, sobre lo que dejamos de hacer en nuestra vida, misterios, elecciones y desafíos.


«No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de su tumba fría,
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.

No son los muertos, no, los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos;
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.

La vida no es la vida que vivimos,
la vida es el honor, es el recuerdo.
Por eso hay muertos que en el mundo viven,
y hombres que viven en el mundo, muertos.»


    Estas hermosas líneas nos llevan considerar el hecho de que la vida es más que un simple latido; es un relato auténtico de honor, memoria y gratitud. En su esencia, el poema nos recuerda que no son los que han dejado este mundo quienes disfrutan de paz, sino aquellos que dejan un legado honorable en vida, aquellos que continúan siendo recordados con cariño y respeto, a pesar de haber partido hace tiempo, permanecen viviendo en el recuerdo de todos por siempre.

    Este mensaje es aplicable tanto a las celebridades y figuras notables que han marcado nuestra historia como a las personas cercanas que han dejado una huella en nuestras vidas. Es a través de sus anécdotas, consejos y actos, que mantienen viva su presencia en nosotros, como una llama inapagable llena de amor.

    Sin embargo, en contraposición, el poema también revela una verdad sombría. En esas pocas líneas, describe cómo muchos de nosotros, mientras seguimos viviendo físicamente, a menudo nos encontramos atrapados en una existencia monótona, abrumada y desanimada. En lugar de disfrutar de las bellezas y bendiciones que la vida nos ofrece, y compartirlas con los demás, permitimos que los obstáculos nos entristezcan y nos llenen de amargura. Vivimos, sí, pero muertos en espíritu. Pese a seguir trabajando, sonriendo y observando cómo los días, las semanas, los meses y años pasan, parece que estamos atrapados en una rutina constante, vemos la vida inmersos en un ciclo con la ya clásica sensación de ‘siempre lo mismo’.

    La vida es un regalo preciado y efímero, un latido constante que se encuentra más allá del mero hecho de existir. Más allá de lo que hagamos, el verdadero legado es la huella que dejamos en los corazones de quienes tocamos a través de nuestras acciones, palabras y elecciones. 

    Al final, surge una pregunta poderosa e ineludible: ¿estoy verdaderamente vivo o muerto?

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