Hosanna

Hosanna. Domingo de ramos

    El inicio de la Semana Santa se distingue por una ceremonia festiva que, impregnada de algarabía, despierta en el corazón de los cristianos un profundo misticismo, como un homenaje a los misterios divinos. Esta celebración cargada de simbolismo y significado, ofrece a las almas humanas, sedientas de redención, la oportunidad de conectar con lo divino a través de la experiencia ritual.
    Durante este momento, especialmente los niños, quizá sin comprender plenamente el simbolismo que subyace en cada gesto, disfrutan alzando alto sus palmas como símbolo de comunión, dejándolas ondear como estandartes flameantes al viento, emulando aquel día inolvidable en que la multitud colmó las calles para acompañar a Jesús de Nazaret en su entrada triunfal a la ciudad de Jerusalén.

    La entrada triunfal de Jesús, evocada en las Escrituras como el cumplimiento de una profecía milenaria del Antiguo Testamento (Zacarías 9:9), marcó un momento trascendental en la historia religiosa. “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” Este pasaje, que anuncia la llegada del Rey justo y salvador montado en un asno, se materializó ante los ojos de una multitud expectante, signo de humildad y redención.

    Pero, ¿qué significaba realmente este gesto? Se puede interpretar como el despertar de la conciencia divina en la humanidad. Jesús, al ingresar a Jerusalén montado en un asno, encarna al propio Padre descendiendo al mundo material para liberar a la humanidad de la esclavitud del demiurgo y guiarla de regreso a la plenitud espiritual.

    Jesús ingresó a Jerusalén como un Rey, un profeta, el Mesías esperado por el pueblo. Aunque muchos en la ciudad no lo conocían, las calles se abrieron a su paso y los habitantes lo aclamaron con cánticos jubilosos: "¡Hosanna!, ¡Hosanna en lo más alto!, ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!". Estas palabras resuenan hoy en el corazón cristiano como una invocación a la chispa divina que reside en el interior de cada ser humano, esperando ser despertada y elevada. En cambio, en aquellos tiempos, su recibimiento no se debió tanto al reconocimiento de su divinidad como Salvador, sino más bien por otras razones, principalmente de índole política. Desde hacía mucho tiempo, la gente había acuñado la esperanza de un liberador de la opresión romana, un guerrero que tomaría el poder como Rey de los judíos y los liberaría de los romanos.

    Recordemos que las acciones de Jesús, signos y símbolos destinados a desvelar los secretos celestiales y guiar a los creyentes hacia la verdadera liberación espiritual, desafiaban abiertamente el sistema imperante de la época, de alguna manera, su conducta contra el poder establecido representaba la lucha del alma contra las fuerzas del mundo material y la ignorancia. Su trato igualitario hacia pobres y ricos, su compasión por los necesitados y marginados, así como su capacidad para sanar a los enfermos, infundir teorías profundas de transformación social y denunciar las injusticias sociales y religiosas, no pasaban desapercibidos. Además, expulsó con vehemencia a los mercaderes del templo, cuestionó los excesos en el cobro de impuestos y salvó a una mujer adúltera de la muerte según la ley. Su predicamento desafiante alimentaba la esperanza de una revolución terrenal, una emancipación del sistema opresivo imperante en esa época, lo que provocó numerosas acciones en su contra.

    Sin embargo, la comprensión de la entrada de Jesús en Jerusalén va más allá de la narrativa histórica. ¿Era Jesús el Mesías anunciado? En los días siguientes, Jesús dejó en claro que su reino prometido no era de este mundo, que él no iba a liderar una liberación terrenal contra los romanos, sino una liberación interior, espiritual, para trascender al reino celestial. Y por supuesto, como suele suceder, las expectativas humanas chocaron con los designios divinos. Esto provocó un cambio radical en la actitud de la gente, que pasó de vitorearlo y alabarlo a desconocerlo y exigir su crucifixión, ¡crucifíquenlo! Jesús comprendía lo que le esperaba, sólo era el inicio de un camino arduo y doloroso, donde se cumplirán todas las profecías. Con serena determinación, advirtió a sus discípulos que sería entregado, escarnecido, escupido y finalmente crucificado y muerto, pero que allí no iba a acabar, también les anunció su resurrección al tercer día.

    El Domingo de Ramos es un recordatorio de la humildad, la redención y el sacrificio de Jesús, cuyo legado de amor perdura como fuente de inspiración y transformación para millones en todo el mundo. Es un recordatorio vivo de los altibajos de la fe, de la lucha entre las expectativas terrenales y la promesa divina, con un claro llamado a emprender el camino espiritual con entrega total al misterio que nos envuelve, instándonos a enfrentar las pruebas y tribulaciones del mundo material con valentía, determinación y fe.

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