Un trozo de pan


    "Tomad y comed todos de él porque este es mi cuerpo que será entregado por todos vosotros. Tomad y bebed todos de él porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por todos vosotros. Haced esto en memoria mía". Estas palabras encierran el misterio de la Eucaristía.

    La historia cuenta que Pedro de Praga, un sacerdote de gran piedad y moral, tenía dudas acerca de la presencia real de Cristo en el pan y el vino. En una ocasión, alrededor del año 1264, mientras celebraba la Misa en la iglesia de Santa Cristina en Bolsena, Italia, ocurrió un milagro. Después de partir la Hostia consagrada, esta se manifestó como verdadera carne y de ella emanó sangre.

    A lo largo de la historia, Jesús Sacramentado se ha manifestado de formas extraordinarias en diferentes ocasiones. Aunque la festividad del Corpus Christi se remonta al año 1240 en Bélgica, cuando fue solicitada por la priora Juliana de Cornillon, fue el milagro en Bolsena lo que llevó al Papa Urbano IV a extender esta solemnidad a toda la Iglesia. Decidió que el Santísimo Cuerpo del Señor debía ser adorado en memoria de su extraordinario amor por nosotros, estableciendo así una fiesta especial y exclusiva conocida como el "Corpus Domini", o más comúnmente, como se le conoce hoy "Corpus Christi".

    ¿Por qué adorar algo tan humilde como un trozo de pan o un poco de vino? Quizás nos hemos dejado llevar por una realidad sobrevalorada y materialista, olvidando o incluso negando nuestra capacidad de ir más allá, de trascender lo que nuestros ojos ven y nuestros oídos escuchan. Jesús nos dijo: "El pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo... Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás" (Juan 6:32-35).

    Mediante las palabras pronunciadas por el sacerdote durante la consagración, los elementos del pan y el vino son transubstanciados. Aunque sigan pareciendo pan y vino a nuestros sentidos de la conciencia ordinaria, ocurre una transformación profunda y pura en su sustancia, convirtiéndose en el Cuerpo, la Sangre y la Divinidad de Cristo. Nuestro Señor se hace presente en la Eucaristía, entre nosotros, de una manera diferente, pero en su verdadera esencia. Este es el misterio de la fe, una conversión sin igual en toda la creación.

    De la misma manera, esta admirable conversión puede tener lugar en nosotros. Al participar en el misterio de la Eucaristía, podemos experimentar una transformación similar en lo más profundo y verdadero de nuestro ser, recibimos la manifestación de la verdad y la luz, experimentando un cambio significativo, a la cual respondemos fielmente, como el apóstol Tomás, diciendo: "¡Señor mío y Dios mío!" ¿Somos plenamente conscientes de la importancia de este compromiso?

    Comer y beber juntos es un gesto de amistad y comunión. Siempre invitamos a comer a personas a las que queremos mostrar nuestra hospitalidad. De la misma manera, Jesús nos invita a la mesa de la Eucaristía, no solo como una fuente para fortalecer nuestra fe, sino también como el fundamento de nuestra comunión y misión. Celebremos siempre con devoción la fe y el amor hacia nuestro Señor presente en el Santísimo Sacramento.

    Él merece ser adorado y reverenciado en todo momento. Abramos la mente y el corazón a esta gran gracia, para que la conversión de nuestras vidas se sostenga en el poder de su amor. Alabado y adorado sea Jesucristo, por siempre sea alabado y adorado.

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