La consagrada «igualdad»


    Cuando se habla del "Principio de igualdad", es común y especialmente en los últimos años, se tiende a vincular este derecho principalmente a la equidad de género. Y esto no está mal, ya que en la actualidad se visibiliza con mayor énfasis la disparidad de acceso a oportunidades laborales y remuneración entre personas de diferentes sexos, incluso cuando desempeñan el mismo trabajo. Sin embargo, es importante tener en cuenta que abordar esta temática únicamente desde esa perspectiva limita considerablemente su alcance, pues su ámbito es mucho más amplio.

    De hecho, conceptualmente, la igualdad implica la equiparación de todos los ciudadanos, tanto hombres como mujeres, en términos de derechos y obligaciones. Se trata de garantizar la igualdad ante la ley, el acceso a oportunidades y la participación en todos los ámbitos de la vida social, económica, política y cultural del país, sin hacer distinciones de ninguna naturaleza. Es un principio ampliamente difundido y reconocido que proclama la igualdad intrínseca de todos los seres humanos, independientemente de sus diferencias.

    En teoría, tanto en instrumentos nacionales como internacionales, esto suena muy prometedor. Sin embargo, garantizar los derechos en documentos no es suficiente, debido a que el verdadero desafío radica en lograr una aplicación efectiva de estos derechos en el día a día de nuestras sociedades. Debemos recordar que cada realidad es diferente, incluso dentro de un mismo país o ciudad, lo que genera desigualdades de diversos tipos y alimenta la discriminación, resultando en un quebrantamiento o violación del principio fundamental de igualdad.

    A diario nos enfrentamos a desigualdades arraigadas en factores como el género, la edad, la discapacidad, la orientación sexual, la política, la inmigración, la raza, el origen étnico, la religión, entre muchos otros. Estas disparidades continúan impulsando la lucha de numerosos colectivos por el derecho a la igualdad, ya que sus consecuencias tienen un impacto significativo tanto en el crecimiento personal de los individuos como en el desarrollo social y económico de un país.

    Abordar este tema no es una tarea sencilla, puesto que la desigualdad es un problema profundo y complejo que involucra múltiples estructuras y dimensiones. Además, la implementación de reformas significativas enfrenta desafíos políticos considerables. Sin embargo, los beneficios que estas reformas pueden aportar en términos de desarrollo y progreso son invaluables. Es crucial que las políticas económicas y sociales adopten un enfoque universal y presten una atención especial a las necesidades de las comunidades más vulnerables.

    Para reducir o combatir la desigualdad, es fundamental intensificar los esfuerzos en áreas clave como la inversión, la educación, la protección social, el empleo y la política fiscal, además de poner también, un enfoque especial en la sostenibilidad ambiental, entre muchas otras acciones. Asimismo, abordar el flagelo de la corrupción resulta imprescindible, sin lugar a dudas esta problemática está arraigada no sólo en la administración pública, sino en todos los ámbitos de la sociedad.

    Si bien, enunciada esta idea parece sencilla, llevarla a la práctica es todo un desafío. No obstante, la igualdad, tan mencionada, reverenciada y consagrada, no puede limitarse a ser un simple deseo, debe materializarse de manera efectiva para garantizar una vida digna a todos los individuos. Es imprescindible traducir los ideales en acciones concretas y políticas inclusivas que promuevan la igualdad en todas sus dimensiones. Sólo así, creo, lograremos construir una sociedad más equitativa y justa, en la que cada persona tenga la oportunidad de desarrollarse plenamente y vivir en condiciones de dignidad.

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