¡Qué inconsciente!
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En cada situación que vivimos y observamos a nuestro alrededor, siempre percibimos, para bien o para mal, las actitudes, comportamientos y formas de pensar y de actuar de las personas, incluyéndonos, claro, a nosotros mismos. Y no es raro que nos sorprendamos soltando las expresiones como: “¡Qué bárbaro, qué desubicados!” o “¡Qué falta de conciencia!”. Definir con precisión lo que implica ser consciente resulta realmente arduo. Según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), la conciencia se refiere del conocimiento del bien y del mal que permite a una persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos. Es, igualmente, el sentido moral o ético que guía las decisiones de un individuo. Entonces, podríamos afirmar que, porque esta noción de consciencia es eminentemente subjetiva y está íntimamente influenciada por una serie de factores que nos marcan la conducta desde pequeños, incluyendo los patrones culturales, las experiencias personales, las emociones y otros aspe