Rienda corta, rienda larga

Rienda corta, rienda larga

    Desde que tengo memoria, mis padres siempre tuvieron la costumbre de abrir las puertas de nuestra casa para acoger a cualquier pariente, amistades o incluso a personas no tan cercanas, que necesitaran un techo donde vivir o un espacio para estudiar. Crecí en un ambiente bullicioso y dinámico, donde las idas y venidas de familiares y amigos de la familia eran la norma. En ese trajín cotidiano, absorbí todas las enseñanzas y orientaciones sabias que mis padres ofrecían a quienes solicitaban su consejo. 

    El eco de una frase de mi madre se refleja con frecuencia en mis recuerdos, especialmente cuando el tema de conversación era la educación: “rienda corta y rienda larga”. Con estas simples palabras, capturaba la esencia del delicado equilibrio que los padres deben mantener al educar a sus hijos. Una frase representa la importancia de enseñar el arte complejo de la disciplina, una cualidad que va más allá del mero cumplimiento de las rutinas diarias.

    No hay tarea más ardua que guiar a los hijos a través de las distintas etapas de la vida, desde la inocencia tierna de la infancia, dóciles y amorosos, hasta la rebeldía impredecible de la adolescencia y la juventud, cuando sienten que pueden conquistar el mundo. Evolución, natural y desafiante a la vez, que demanda una paciencia y una sabiduría astral. Es inherente al ser humano crecer, evolucionar y aspirar al éxito y la superación personal. Este camino indudablemente requiere un esfuerzo constante, dedicación, responsabilidad y, sobre todo, disciplina, que es la “piedra clave”, el pilar esencial en toda educación y desarrollo integral, como un compromiso riguroso con un propósito definido.

    La disciplina no es un don innato, sino un hábito que se construye día a día mediante la planificación, la coordinación y la sistemática realización de actividades; esta rutina permite a cada individuo potenciar su crecimiento, fortalecer su responsabilidad y demostrar una conducta con autocontrol, focalizando sus esfuerzos en alcanzar metas concretas. Los atletas de élite, por ejemplo, dedican horas interminables al entrenamiento físico y mental, manteniendo una disciplina férrea que los impulsa más allá de sus límites percibidos.

    Hablar de disciplina es sencillo, pero en la práctica es otra historia. La procrastinación siempre está presente, jugando en contra con tantas distracciones y demandas constantes de atención, de las cuales, en mayor o menor medida, todos somos víctimas. Adquirir disciplina representa más que un reto, ya que permea todos los aspectos de la vida, desde el hogar hasta la escuela, pasando por los grupos sociales, deportivos y cualquier otro entorno donde uno se desenvuelva. Sin duda, es un valor de gran positividad que se traduce en la habilidad para seguir instrucciones y desenvolverse con seguridad en todas las tareas emprendidas, internalizando, durante el proceso, normas y reglas prácticas que refuerzan la capacidad de adaptación y la habilidad para enfrentar desafíos con determinación y confianza.

    No es fácil lograr que los chicos se dispongan por sí solos a arreglar su cuarto, hacer las tareas escolares, estudiar, ordenar sus útiles cada noche para el día siguiente, preparar su ropa para el colegio o deportes, colaborar en las tareas del hogar o tomar una ducha sin protestar. Esta labor va más allá de la mera paciencia y motivación; se trata de diseñar un método eficaz y seguirlo estrictamente, hasta convertirlo en un hábito natural, sencillo de realizar y, sobre todo, efectivo, a través de la perseverancia. Incluso cuando eso implique decir “no” a ciertas cosas que pueden ser foco de distracción o no son prioridades.

Ahí vamos.

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