Indudablemente, en el viaje de la vida, se manifiestan circunstancias inesperadas y cambios repentinos que nos pueden abrumar como si cargáramos sobre nuestros hombros el peso del mundo. Son cargas que nos agobian, oprimen y provocan un dolor profundo. Sentimos rabia, impotencia y, a veces, hasta frustración. Estos cambios suelen ser desafiantes de enfrentar, ya que nos aferramos a una realidad que ya no es la misma que idealizamos en nuestra mente. Evocan momentos de felicidad y recuerdos hermosos del pasado, que anhelamos desesperadamente conservar y revivirlos. Sin embargo, sabemos, aunque duela, que no se repetirán, al menos, de la misma manera en que permanecen en nuestra memoria. Y aunque hablemos y prediquemos sobre la importancia de la resiliencia, la inteligencia emocional u otros conceptos que pudieran parecer distantes y fríos a la realidad de uno mismo y, de los que, por supuesto, como seres humanos que somos, solemos dar catedra teórica, su aplicación en nuestra