El regreso triunfal


    Cuarenta días después de su resurrección, el Señor Jesús culminó su misión terrenal con un evento trascendental: la Ascensión. Este acontecimiento marcó su regreso triunfal a la gloria celestial. 

    Imaginen a los discípulos, quienes habían presenciado la muerte y resurrección de su amado Maestro. A medida que el tiempo pasaba, Jesús les había dado enseñanzas esenciales, preparándolos para su partida y para el próximo capítulo en la historia de la salvación. 

    El día de la Ascensión, Jesús se encontró con sus discípulos en el monte de los Olivos. Mientras estaban juntos, les habló sobre el Reino de Dios y les dio instrucciones finales. Sabiendo que no estaría físicamente con ellos, les instó a continuar su obra y predicar el evangelio a todas las naciones. 

    Luego, mientras los discípulos lo observaban atónitos, Jesús ascendió al cielo ante sus ojos, dejándolos maravillados y llenos de esperanza. Fue un momento de asombro y admiración, pero también de tristeza por su partida. Sin embargo, en medio de la despedida, Jesús les aseguró que no los dejaría solos. Prometió enviar al Consolador, al Espíritu Santo, para que estuviera con ellos siempre y los guiara en su ministerio. 

    La Ascensión de Jesús no fue solo su regreso a la gloria celestial, sino también el inicio de una nueva etapa en la vida de sus seguidores. A partir de ese momento, los discípulos se convirtieron en los heraldos del evangelio, llevando el mensaje de salvación a todos los rincones del mundo conocido. El evento de la Ascensión también es una poderosa afirmación de la divinidad de Jesucristo. Al elevarse al cielo, dejó en claro que era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Su ascensión fue el cumplimiento de las profecías y el testimonio del poder y autoridad que le había sido conferido. 

    Para los discípulos, la Ascensión fue un catalizador de fe y fortaleza. Aunque extrañaban físicamente a su Maestro, sabían que su presencia seguía viva en sus corazones y en la obra que se les encomendó. Fueron llenos de valor y valentía para predicar el evangelio, incluso en medio de la persecución y la adversidad. 

    Nos anima a perseverar en nuestra fe y a confiar en su guía, incluso cuando enfrentamos desafíos y dificultades en nuestra vida cotidiana. Nos invita a reflexionar sobre el propósito de nuestra propia vida y la propia relación con Él. Nos recuerda que, a pesar de no poder verlo físicamente, su presencia está siempre con nosotros. Su Espíritu nos guía, nos consuela y nos fortalece en nuestra fe. Al igual que los discípulos, somos llamados a continuar la obra de Jesús en el mundo, a ser sus testigos y a compartir el mensaje de salvación con aquellos que nos rodean. Nos desafía a vivir de acuerdo con los valores del Reino de Dios, a amar y servir a los demás, y a ser instrumentos de su paz y reconciliación. 

    Que este día sea una oportunidad para elevar nuestros corazones y nuestras mentes. Que nos inspire a vivir con gratitud, esperanza y valentía, sabiendo que somos amados y acompañados por Aquel que ascendió al cielo y está presente en cada rincón del universo. ¡Que la Ascensión del Señor Jesús sea una fuente de alegría, esperanza y renovación espiritual!

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