Celebremos la vida


   
Todo fue creado por Él y para Él. Es el principio y el fin. El amor de Dios llega a nosotros a través de Cristo, y por Él llegamos al Padre, Jesucristo es el puente, el camino, la verdad y la vida.

    Encontramos en Colosenses 1,20: “Y quiso el Padre que en Él habitasen toda la plenitud y por Él reconciliar consigo todas las cosas, pacificando con la sangre de su cruz, tanto las cosas de la tierra como las del cielo”


«Jesús fue flagelado y de espinas coronado.
Cubierto con manto, escupido y burlado,
clavado en una cruz, muerto y sepultado.
Todo por nuestra culpa,
todo por nuestros pecados.

No hace falta mirar al pasado para darse cuenta
de que ahora, a más de dos mil años,
somos Pedro negando, somos los apóstoles dormidos, 
cobardes que huimos,
dejando solo a Jesús en el Monte de los Olivos.

Somos Judas, besando y traicionando, 
aun cumpliendo con su divina misión y su acuerdo sombrío.
Somos Pilatos lavándonos las manos.
Somos la multitud que, con burla y desvarío, 
grita ¡crucifícalo! mientras los romanos lo van azotando.

Somos los clavos que perforan la cruz y la lanza de Longino que se clava en el costado.
Somos los hombres y mujeres que sufrimos y lloramos por semejante calvario.
Y, aun así, ‘No lloréis por mí’, dolorido y fustigado, acierta a decir Jesús nazareno.
Y el Señor, en desatino, es entregado.

¿No somos acaso, esa cruz que le alzamos,
la que nosotros mismos hemos forjado?

Y Él, arriba, crucificado, sin ningún rencor,
con la mirada sincera de un hombre bueno,
desde el amor más absoluto, nos justifica
con un genuino gesto y, al cielo, agonizando, susurra: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’.

De su costado traspasado,
brotaron los vitales elementos,
que impartirían como fin, redención y vida.
Y con su muerte, desde luego,
el perdón de todos nuestros miserables pecados.

Hoy, arrepentidos y renovados,
la Pascua celebramos,
porque después de tres días,
¡llegó el milagro! Promesa cumplida, aclamamos.
Jesús ha resucitado.»

    Sin lugar a duda, este acto y esta celebración son la marca y el centro de la fe cristiana, el signo clave de la esperanza de una vida nueva para todos los cristianos. Es el ‘paso de la esclavitud a la libertad’.

    No es fácil hablar de la resurrección de Jesús, porque va más allá del paso de la muerte a la vida. ¿Cuál es su significado? La resurrección es el llamado directo de Dios a una vida de fe consciente, llena de luz y de verdad. La muerte no es el fin, estamos invitados a ‘creer’ y permanecer en Él, para gozar después de la vida eterna.

    Jesús se nos muestra a diario, y está en nosotros reconocerlo y aceptar sin reparos la misión que nos encomienda. Decir ‘Sí’ no es un proceso fácil, es una transformación, una cristificación continúa; es morir a lo que somos, para nacer de nuevo a la vida espiritual.

    Por ese sacrificio del cordero el día de Pascua, la providencia de Dios nos regaló un sacramento, quizás el más importante de todos, asombroso y admirable por su misterio: la Eucaristía. Para estar en comunión, en ella, Jesucristo está presente como Sí mismo, como persona en su santa humanidad y en su amor divino por nosotros. La consagración y conversión del Pan y el Vino, en su cuerpo y su sangre nos invitan a ser fiel testimonio del amor infinito de Dios.

    Celebremos la vida, renovando nuestra fe en el Cristo resucitado, con la plena disposición de recibir la fortaleza del Espíritu que nos transforma, especialmente en estos tiempos de pruebas, para así convertirnos en testimonio de vida cristiana.

¡Felices Pascuas!

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