Todos mentimos


    La deshonestidad es inherente al ser humano, todos mentimos en mayor o menor medida, desde las mentiras blandas, piadosas u honestas hasta las peores, las patológicas, pasando por las instrumentales, las promesas rotas, los plagios, las exageradas, los chismes o las que nos hacemos a nosotros mismos, que también lo son, la cuestión es: ¿Cuánta deshonestidad…? o, si me permiten entrar en materia ¿Cuánta corrupción somos capaces de aguantar?

    Por lo general siempre culpamos de todos los males o asociamos la corrupción a las altas esferas del gobierno, a una cadena o rosca de importantes funcionarios oportunistas, o a los grandes empresarios, que, aprovechándose, sin escrúpulos, de su posición, hacen, deshacen y manipulan a su antojo, cualquier circunstancia, para conseguir sus egoístas intereses.

    No creo que la corrupción sea el problema. Más bien, pienso que el problema radica en la falta de educación y en la mezquindad, de esos políticos, de esos empresarios, de esos altos funcionarios y ¿por qué no? de todos en general, porque todos somos actores y esto no es más que una proyección, un reflejo de lo que realmente somos como individuos, como sociedad y por supuesto, en la percepción, en como la percibimos y manifestamos desde nuestras propias realidades.

    Cada acción inmoral o éticamente impropia, es un acto de corrupción, desde lo más simple y cotidiano, como, las pequeñas mentiras, las mentirijillas, las faltas de respeto, dar un incentivo para acelerar un trámite, copiar en los exámenes, pequeños hurtos o utilizar la red para piratear cualquier contenido; pasando por robar, o comprar un celular ilegal, aprovecharse de un cliente o aún peor, de un amigo, colgarse de la electricidad o el sistema de cable de un vecino, o no pagar los impuestos, hasta los más oscuros y mediáticos actos, como son las grandes estafas, el arreglo de millonarias licitaciones o las grandes coimas en los negocios, todo es corrupción, o dicho de otra forma, falta de honestidad.

    En un acto hipócrita, para no sentirnos culpables, generalizando, clamamos: es que todos lo hacen, y con esta simple, u otras similares expresiones, ya tenemos la excusa perfecta para negociar con nuestra conciencia. Aceptamos la corrupción como algo normal. De hecho, los valores han cambiado, normalizamos al que roba o se sale con la suya de forma poco honesta, como un capo, un maestro y al que es honesto y respetuoso de la ley, pues eso, como un tonto o un boludo. Y aun plagueándonos como sólo nosotros sabemos hacerlo, al clamor del - che kuerai, no la negamos, la aceptamos y vivimos, retozamos plácidamente, sumergidos en la cultura de la corrupción, así nomás es.

    La corrupción mata y no es un cliché. Y todos, todos, en mayor o menor medida, como miembros de esta sociedad, somos culpables, por acción u omisión.

    No pienso que sea una cuestión de promulgar más leyes, instaurar más controles o de apoyar todas esas grandes y pomposas luchas, donde corre la plata y los golpes de pecho, que apenas sirven para acallar mentes o solo quedan en buenas intenciones, vamos, más papel mojado. La raíz es profunda, es inherente al ser, está dentro de cada uno de nosotros, latente o no. La deshonestidad va a existir siempre, el reto es mitigarla.

    Los principios, valores y muchas otras cualidades que hacen que actuemos con veracidad, se labran en la familia. Son fundamentales para el crecimiento de una sociedad unida y centrada en la proyección y desarrollo de sus integrantes.

    La honestidad es parte elemental de la sabiduría de un pueblo, una sociedad que quiera progresar y trascender, jamás lo va a poder hacer con valores contrarios. En la vida, necesariamente hay que elegir entre dos caminos con lógicas opuestas: el bien o el mal. Toda acción en contra de la honestidad traiciona los principios éticos y morales, y debilita significativamente tanto el sistema social-económico, como las instituciones. No podemos seguir luchando contra la corrupción desde la misma perspectiva.

«Si yo cambio, cambia mi familia, 
mi comunidad, mi país, 
cambia el mundo.» 

El Murmullo del Tao

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