Tecnoadictos

Tecnoadictos

    Y cada día, no siempre, pero sí con la suficiente frecuencia, se repite la misma escena en muchos hogares con dispositivos al alcance de los niños, con un mismo patrón, se desata un drama enorme cuando llega el momento de poner fin al tiempo bien definido que los chicos pueden pasar ‘enganchados’ a esa realidad virtual que los consume. Dispositivos, que en teoría deberían servir como herramientas de comunicación, información y formación, son transformados para ver videos, desplazarse interminablemente por TikTok o sumergirse en algún juego de los incontables disponibles en línea, diseñados para ser adictivos, atrapan a los jóvenes en un ciclo difícil de romper.

    Al verse desprovistos del execrable dispositivo, casi de manera automática resuena la frase: “me aburro”, como si todo el universo de la diversión se limitara a ese estado virtual y muy adictivo, donde parece desarrollarse una vida paralela; crean conexiones y amistades a nivel global, muchas veces con identidades irreales, con quienes pueden interactuar y conversar como si estuvieran cerca, encontrando más fácil expresar ideas detrás de la pantalla, ya que su identidad no se ve comprometida. Este anonimato facilita la comunicación, pero también representa un riesgo potencial.

    Las redes sociales y canales en línea nos conectan y nos muestran, en tiempo real, un sinfín de realidades que antes nos eran ajenas. La tecnología ha revolucionado nuestra capacidad de aprender lo mejor de diversas culturas, permitiéndonos explorar lugares remotos que, de otro modo, serían inaccesibles; descubrimos historia, ciencias, tecnologías, arte, literatura, costumbres y modos de vida diferentes, ampliando así nuestra comprensión del mundo. Esto, sin duda, nos da una perspectiva que tal vez nos ayude a expandir nuestra mente de maneras que antes no habríamos imaginado.

    Sin embargo, cuando hablamos de niños y adolescentes, la situación cambia, porque sus patrones conductuales son especialmente vulnerables debido a un deseo que rápidamente se convierte en necesidad de estar constantemente inmersos en ese mundo virtual. A esta edad, su desarrollo cognitivo, por lo menos en la mayoría de los casos, aún no ha madurado lo suficiente como para discernir entre lo que enriquece su conocimiento y aquello que puede deteriorarlo.

    El exceso de tiempo conectado y el consumo indiscriminado de contenido en la red exponen a los jóvenes a diversos peligros como el ciberacoso, las materias inapropiadas para su edad y los populares retos virales que pueden llevarlos a situaciones extremas, además los efectos nocivos de esta hiperconectividad en su salud física y mental son numerosos como la ansiedad, la baja autoestima, crisis de identidad, problemas visuales, musculares, y otros problemas derivados que, con el tiempo, van a alterar significativamente su bienestar.

    Todo esto es complejo porque, por un lado, la exposición a la tecnología como medio de comunicación y el consumo comedido de la información son necesarios y muy útiles, aunque, por otro lado, el exceso de tiempo frente a las pantallas está limitando su desarrollo emocional y cognitivo, atrofiando habilidades sociales críticas. La capacidad de expresarse verbalmente con soltura y naturalidad se ve mermada, y el lenguaje corporal y la expresión facial se tornan inexpresivos. Las señales no verbales, fundamentales para interpretar correctamente los sentimientos, emociones e intenciones de los demás, son habilidades esenciales para la vida en sociedad, es preocupante observar a chicos más concentrados en conversar con una pantalla que con otras personas, o que ni siquiera son capaces de mirar a los ojos y mantener un diálogo, por breve que sea.

    En gran medida, la tecnología, con su presencia omnipresente, ha creado una barrera que impide que los jóvenes se conecten de manera auténtica y significativa, y se están perdiendo las pequeñas interacciones con sus pares, aquellas que regocijan el alma y fomentan la amistad, la cordialidad, la solidaridad, la empatía y muchos otros valores esenciales para el desarrollo humano. Están dejando atrás esos momentos vitales de jugar, experimentar, compartir risas y llantos, probar habilidades, tener éxitos, resolver conflictos y aceptar fracasos.

    Afrontar esto no es tarea fácil para los padres de familia, y como es sabido, ningún extremo es bueno, una máxima que se aplica para casi todos los aspectos de nuestra vida. El uso de las redes sociales, en sí mismo, no tiene que ser visto como algo negativo; pero ese uso debe ser responsable y equilibrado, y es ahí donde surgen los verdaderos dilemas. El diálogo constante sobre el uso de la tecnología es primordial; donde es importante discutir los beneficios y los riesgos, así como establecer expectativas y límites claros y coherentes en su uso. Para ello, es necesario una fuerte dosis de paciencia, una pizca de firmeza y una buena cantidad de empatía, estando dispuestos como padres para escuchar y entender las perspectivas de nuestros hijos.

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