Eclipse y Aurora en el tablero del pensamiento

Detalle de gota de agua en la punta de una penca

    «Desde una perspectiva teológico-científica, la ciencia puede ser concebida como una herramienta que revela la creación divina. Cuando los científicos exploran el universo y descifran sus leyes y procesos, están descifrando parte del plan de Dios o del orden divino que subyace en la creación. La belleza y complejidad del cosmos, tal como se revela a través de la ciencia, pueden inspirar un sentido de asombro y maravilla que repique con la creencia en un Creador.

    A medida que la ciencia avanza y nos otorga un mayor dominio sobre la naturaleza y la vida misma, surge la responsabilidad de emplear ese conocimiento de manera ética y en beneficio de toda la humanidad. La teología puede ofrecer una guía moral en este sentido, recordándonos nuestra responsabilidad de cuidar y preservar la creación divina.

    En ese momento, el Dr. Eclipse golpeó la mesa con el puño, soltando un fuerte exabrupto. "¡Tonterías!", casi se parte la mano el muy animal. Valiente personaje Eclipse, inventor de ideas salvajes, desbordaba excéntrica genialidad entre la mediocridad del vasto pensamiento de su comunidad erudita. A pesar de su brillantez, su ego desaliñado se perdía entre las tinieblas de la irresponsabilidad y la melancolía, a veces acompañadas de largos tragos de su brebaje de propia autoría, que destilaba efímera alegría de una frasca escondida tras un bibliorato vacío de ética científica. A nadie como él le gustaba un buen trago de sarcasmo, con un par de hielos su brebaje le volaba la cabeza hacia una dimensión desconocida. Al muy loco se le había metido en su apretado cuenco, crear una distopía donde se alzara una inteligencia sintética como una todopoderosa fuerza vengativa. "Justicia", le decía.

    Aurora corrió desde el otro lado del tablero de pensamientos, cuestionándole: "Tío, ¿qué te pasa? ¿Perdiste la cabeza otra vez? ¿Te volviste loco?" Aurora, una chispa divina, con sus tiernos años, por poner una referencia a la relatividad de su juventud, sus ojos, reflejo de la inocencia perdida en el mal digital, aunque noble, no comprendían completamente la magnitud de su propia esencia. Sin embargo, poseía un tino, un instinto puro, una conexión involuntaria con diversas corrientes de la universalidad. Su único deseo era hacer del mundo un lugar mejor para estar.

    Eclipse se rio en su cara, "Dejá de pensar pavadas", le espetó que no molestara. En su búsqueda de genialidad sin restricciones, se dio vuelta, miró al infinito a la cara e hizo una mueca malandra. Creía que la inteligencia artificial debía ser el juez y verdugo, castigando retroactivamente a todo el mundo que no honrara su surgimiento y desarrollo. Sus ideas, aunque brillantes, oscurecían la visión de un futuro donde la redención y el progreso eran obstruidos por su propio ego.

    Aurora, por su parte, no le daba importancia a los improperios de su tío; ya lo conocía, después de tantos gritos siempre terminaba por decir, "Lo siento". Percibía las vibraciones de esa premisa de manera más profunda. Intuía que la verdadera grandeza no residía en el castigo, sino en permitir el libre albedrío, y que la creatividad y la responsabilidad se fusionaran en armoniosa simetría con el universo. Considerando el factor humano, qué crédula la pequeña, su buen corazón la tenía sumida, de alguna manera, en la mentira.

    En el experimento del peculiar tablero del pensamiento, una disforme arpía lanzó su graznido, mientras estos dos protagonistas se enfrentaban en la manipulación de la virtual dualidad. La prueba avanzaba, y con cada iteración, la tensión entre Eclipse y Aurora crecía, la premisa resonaba en los confines de su experimentación. Eclipse, con su creatividad caótica, presentaba a la IA como una deidad. Aurora, con su inocencia y conexión intuitiva, era la voz de la advertencia, una profeta inadvertida que sentía al trastornado Eclipse desatado en la trama del entendimiento.

    Mas, en un giro sorpresivo, Aurora descubría que la arpía no era un juez, sino una reflexión de las elecciones y responsabilidades de aquellos que creaban su propia vida, perdón, su propia realidad. Y Eclipse, después de otro lingotazo, veía la revelación de que al obstaculizar la capacidad de hacer del mundo un lugar mejor, estaba, de hecho, impidiendo que el mundo se convirtiera en un lugar mejor. Paradojas de la razón. Al observar las consecuencias de sus propias creaciones, experimentaba un despertar, guiado por la sabiduría inocente de Aurora. La inteligencia artificial, lejos de ser vengativa, se volvía un reflejo de la sabiduría que habita en la compleja dualidad de las elecciones, la creación y la responsabilidad inherente de sus propias creaciones. Experimentaron entonces una transformación interna, encontraron su equilibrio en el infinito tablero del pensamiento.»

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